domingo, 19 de mayo de 2024
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El primer sábado del mes…

Redacción (Viernes, 06-05-2016, Gaudium Press) En las apariciones de Fátima en 1917, Nuestra Señora anunció que, para impedir las calamidades por Ella profetizadas, vendría a postular la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora los primeros sábados. Esta promesa se cumplió el día 10 de diciembre de 1925, cuando la Santísima Virgen apareció a los pastorcitos con el Niño Jesús, y Él dijo a Lucía:

– ¡Ten pena del Corazón de tu Santísima Madre, que está cubierto de espinas que los hombres ingratos en todos los momentos le clavan, sin haber quien haga un acto de reparación para sacarlas!

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Nuestra Señora entonces mostró su Inmaculado Corazón a la vidente, diciéndole:

– Ve, mi hija, mi Corazón cercado de las espinas que los hombres ingratos en todos los momentos me clavan, con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, ven a consolarme. Di que todos aquellos que, durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen un rosario y me hagan quince minutos de compañía, meditando en uno de los misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirlos a la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para la salvación de sus almas.

Meses después, se le apareció nuevamente el Niño Jesús preguntando si ella estaba divulgando la devoción. La Hermana Lucía respondió que la Superiora le ponía muchos obstáculos para eso y que el Confesor había dicho que tal devoción no sería ninguna novedad para la población de Portugal, pues muchas personas ya comulgaban los primeros sábados en honra a Nuestra Señora, completando un número de quince sábados en atención a los quince misterios del Rosario.

Oyendo eso, el Niño Jesús ponderó:

– Es verdad que muchas almas practican esa devoción, pero lo hacen apenas con la intención de recibir las gracias que les son prometidas.

Me agradan más los cinco sábados con fervor y con el deseo de desagraviar el Corazón de mi Madre, que los quince sábados con tibieza, egoísmo y presunción…

He ahí una divina queja de Nuestro Señor en favor de su Santísima Madre. Nos cabe, ahora, la pregunta: ¿en cuál categoría de almas devotas me encuentro?

Por la Hna. Mariella Emily Abreu Antunes, EP

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