sábado, 18 de mayo de 2024
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Bien puede ser…

Redacción (Lunes, 13-10-2014, Gaudium Press) Ocurre que a veces miramos para algo, hasta incluso varias veces; pero, solo fijando los detalles con atención, percibimos las maravillas que aquello contiene. Puede ser un objeto, una joya, una foto, un escrito o algo que oímos.

Hay otro fenómeno recurrente de este: Cuanto más veces miramos u oímos los detalles sin atención, más aquello deja de interesarnos.

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Eso puede ocurrir hasta en relación a cosas sagradas: ¿cuántas veces oímos el Evangelio, o incluso lo leemos, sin darnos cuenta que una pequeña expresión contiene algo de inmenso? Una enorme minucia, diríamos.

Recordamos cómo, en una conversación, se expresaba Mons. João Clá, fundador y Superior de los Heraldos del Evangelio:

«La Iglesia es una obra-prima de Dios: Él la adornó con maravillas hasta en los detalles. Cuando, por así decir, nuestra mano toque en algo de la Iglesia, besemos aquello, pues ciertamente es una maravilla más».

Veamos un ejemplo, de algo que oímos en cada Misa que participamos.

En el momento de la Consagración oímos: «en la noche en que fue entregado, [Jesús] tomó el pan y, después de haber dado gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros» (1Cor 11, 23-24).

Queda muy claro tratarse del momento en el cual Jesús realiza el divino milagro de la Eucaristía: bajo las apariencias de pan, la hostia es Él mismo. La mayoría de los comentaristas de las escrituras resalta – y es magnífico que lo resalten – la prueba de amor que Él nos da, quedando con nosotros hasta el final de los tiempos. Para garantizar eso, da a los Apóstoles y a todo sacerdote, el poder de realizar el mismo milagro, o, para ser más preciso, Él, Jesús, renovar este milagro por la voz del celebrante en cada Misa, conforme Él mismo ordenó: «Haced esto en memoria mía» (1Cor 11, 24).

En el «detalle», un requinte del amor de Dios

Hay, entretanto, en esta frase una manifestación más del amor de Jesús por cada uno de nosotros que puede pasar desapercibida: es la circunstancia en que Jesús hace este acto inmenso de amor. Esta «enorme minucia» está en la expresión «En la noche en que fue entregado». O sea, en el propio momento en que sus enemigos se articulan para matarlo, para expulsarlo de la convivencia con nosotros, Él excogita un modo de quedarse…

Según varias revelaciones privadas – en las cuales no se es obligado a creer -, en el exacto momento en que Jesús pronunció: «esto es Mi cuerpo», en el Sanedrín, Caifás firmaba su sentencia de muerte.

Una vez más, y en un momento auge, Jesús quiere demostrarnos la inmensidad de su amor.

Santa Teresita acostumbraba decir en sus oraciones y escritos: «Yo sé, Jesús, que amor con amor se paga». ¿Cómo podremos retribuir, por lo menos en algo, ese amor inmenso de Dios por nosotros? El propio Jesús nos indica: «Si alguien me ama, guardará mi palabra» (Jn 14,23).

O sea, seguir los preceptos y consejos dejados por Jesús.

 

 

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