Redacción (16-01-2019, Gaudium Press) El trecho del Evangelio de Jesucristo según San Marcos, en su capítulo 1, versículos 21-28, dice:
21 Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. 22 Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. 23 Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: 24 «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios». 25 Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». 26 El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. 27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!». 28 Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
«¡Una nueva doctrina, con tal autoridad, que hasta manda en los espíritus impuros y ellos le obedecen!»
Sobre estas palabras del Evangelio de San el Presbítero y Doctor de la Iglesia San Jerónimo hace los comentarios que aquí publicamos:
Jesús se dirigió entonces a la sinagoga de Cafarnaúm y se puso a enseñar. Las personas quedaron espantadas con sus enseñanzas, porque Jesús «los enseñaba con autoridad y no como los escribas.
[…] De hecho, Jesús hablaba en su propio nombre, Él, que había hablado antes por la voz de los profetas. Ya es bueno poder decir, con base en un texto: «Está escrito…»; todavía mejor es proclamar, en nombre del propio Señor: «Palabra del Señor»; pero es completamente diferente poder afirmar, como Jesús hacía: «En verdad, en verdad os digo…». […]
«Todos se maravillaban con su doctrina»
Todos se maravillaban con su doctrina». ¿Qué novedades enseñaba él?
[…] En verdad, repetía lo que había declarado por la voz de los profetas. Pero todos quedaban admirados, porque Él no enseñaba con el método de los escribas, sino con autoridad; no como un rabino, sino como Señor. No se refería a uno mayor que Él; las palabras que profería eran suyas.
Y, si mantenía ese lenguaje de autoridad, era porque tornaba presente a Aquel que hablara a través de los profetas: «Yo que os hablaba estoy aquí» (Is 52,6).
[…] Fue por eso que Jesús amenazó al demonio, que se expresaba a través del poseso en la sinagoga: «Cállate y sal de ese hombre»; o sea: «Sal de mi casa; ¿qué haces tú en aquello que es mi morada? Yo quiero allá entrar. ¡Cállate!»
«¡Sal de ese hombre! Deja esa morada que fue preparada para Mí. […] Dios la quiere. Deja al hombre; él me pertenece. No quiero que él sea tuyo. Yo habito en el hombre, que es mi Cuerpo. ¡Vete de aquí!»
(San Jerónimo – Comentario sobre el Evangelio de Marcos, PL2, 137-138)
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