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Sin la gracia de Dios estamos irremediablemente perdidos

Redacción (Viernes, 18-01-2019, Gaudium Press) Como no existe Cielo, Infierno ni Purgatorio, ni un juicio particular post mortem ante un tribunal supremo de última instancia y con sentencia irrevocable, lo mejor es dedicarnos a disfrutar plenamente esta vida terrena sin importar mucho los perjuicios que podamos causarle al prójimo. Y aprovechar toda oportunidad, ya que en varios países algunos magistrados de sus Cortes Supremas de Justicia han sido descubiertos negociando políticamente los fallos y sentencias a cambio de dinero o prebendas burocráticas, con lo que han pasado a denominarse como «Cartel de la Toga», desventurado mote que deja al buen ciudadano sin esperanza en la justicia terrena.

Es el resultado del materialismo histórico, la dialéctica hegeliana de lucha de clases y la agudización de las contradicciones sociales, tres principios marxistas que ciertos partidos políticos manejan como doctrina y fundamento dogmático de su proselitismo, frecuentemente con derecho a tener incluso brazo armado, sabotear y hacer terrorismo. Tres principios que se enseñan en muchas facultades de Derecho, Ciencias políticas y Economía.

Los sacerdotes San Ezequiel Moreno Díaz y Félix Sardá-Salvany (1) concluyeron cada uno por su lado que la doctrina política liberal -la cual posteriormente tanto los injurió- era definitivamente un pecado. Un pecado de tolerancia inadmisible con el error y el mal. Pero para la mentalidad liberal no existen errores ni maldades humanas deliberadas. El hombre nace bueno y es la sociedad la que lo corrompe. Claro está que nunca explica quién corrompió a la sociedad.

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Sin recurso a la gracia no hay civilización que se sustente

El mal es el egoísmo, dijo alguna vez un pensador liberal. ¡Acabad el egoísmo y la sociedad se hará buena! Tampoco este supo explicar el origen del egoísmo humano, el que supone se puede controlar solamente con capacitación e instrucción escolar.

El problema político de hoy día es la corrupción, lamentan medios de comunicación, columnistas acreditados, empresarios e incluso autoridades públicas. ¡La corrupción! Pero tampoco explican la causa y origen de esta. Alejados de Dios y de las prácticas piadosas a las que desprecian y atribuyen a los espíritus débiles, convocan congresos, cumbres y grandes encuentros mundiales que terminan sin proponer alguna manera eficaz de acabar con lo que denuncian.

¿Qué puede acabar con el egoísmo y la corrupción? Este es el gran enigma de este siglo que ha comenzado tan mal y tan mal amenaza terminar, si es que alcanza a hacerlo a pesar del analgésico que la tecnología de punta ha inyectado en la mentalidad de la opinión pública, especialmente entre las nuevas generaciones absortas en el Internet y el WhatsApp, tal vez a la espera de fenómenos extraterrestres próximos.

Ni la capacitación, ni la instrucción podrán detener el avance irreversible del egoísmo y la corrupción del corazón humano, máxime hoy día cuando incluso el castigo y la sanción carcelaria tienden a ser extinguidos de la vida social y a los padres se les estigmatiza por corregir a los hijos.

Sin explicación alguna, los que estaban dedicados a enseñar y educar perdieron el espíritu de sacrificio y abnegación que los caracterizó antes, y dejaron de hablar de un elemento ineludible para la convivencia humana: la vida de la gracia. Sin la ayuda de la gracia de Dios es imposible seguir construyendo civilización y cultura y será inútil cualquier otro tipo de esfuerzo o de propuesta. Pero la gracia es la gran desterrada del horizonte moral y ético de los educadores contemporáneos, no hablan de ella, no la explican, no intentan hacerla comprender, no la hacen estudiar, en fin, no la hacen desear y amar, no creen que exista.

Perdido el dinamismo de la ayuda sobrenatural de la gracia, ¿qué lo va a reemplazar? ¿Qué misteriosa fuerza espiritual vendrá a sustituir esta ayuda que Dios nos ofrece gratuitamente? La ilusión fantástica y quimérica es que el hombre por sus propios medios y recursos psicológicos y mentales podrá organizar una vida social sin Dios ni moral, propuesta política que a diario se vende con el argumento de que satisfechos plenamente todos los deseos humanos materiales, la sociedad será buena, justa y armónica. Nos toleraremos unos a otros. Nos perdonaremos fácilmente. Seremos solidarios al punto de sacrificar nuestro bienestar por el prójimo en necesidad. En fin, nos amaremos con caridad fraterna superior o igual a la que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo.

Y entonces no habrá necesidad de justicia, mucho menos de cortes, tribunales, jueces y abogados. Simplemente porque no existen esas malas tendencias, impulsos animalescos e inclinaciones perversas del pecado original. Y cuando dolorosa e irremediablemente tenemos que reconocer que existen, después de comprobar en las noticias una masacre colectiva o un asesinato horrible, seguimos creyendo que con capacitación e instrucción desde la infancia, todo se arreglará algún día pero sin la gracia de Dios que es la que verdaderamente educa al hombre. Porque una cosa es capacitar o instruir una mente, y otra es educarla. Y la educación de un niño -decía Napoleón- comienza cien años antes de nacer.

Por Antonio Borda

(1) Religiosos españoles del siglo XIX y comienzos del XX. El primero canonizado por el Papa San Juan Pablo II en 1992.

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