viernes, 22 de noviembre de 2024
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No he visto el primer gato con trastornos mentales…

Redacción (Lunes, 21-01-2019, Gaudium Press) El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira gustaba mucho del gato; decía que era un animal altamente emblemático.

«Sosegado y cauto, indolente nunca», sentenciaba el Dr. Plinio. Le encantaba ver su adaptabilidad, su elegancia, en cualquier circunstancia, sea caminando en una cornisa, encima de un muro o intentando no tocar las finas y frágiles porcelanas de la vitrina de un almacén en la rue Saint Honoré de Paris.

No despreciaba de ninguna manera el Dr. Plinio los gatos de tejado. No se aplica a estos leones en potencia eso del «perro sin dueño»: que cosa más triste ver a un can vagabundeando de aquí para allá, sin nadie que vele por él, sin rumbo, sin hogar, sin ‘señor feudal’. En cambio un gato de tejado, un gato sin dueño no es un gato vagabundo, difícilmente será un gato deprimido, siempre será un gato interesante.

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Entre otras razones porque el gato como que no necesita dueño, más bien él quiere ser el dueño; perfectamente el dueño de casa podría ser su propiedad. Y si el ‘amo’ le sirve una taza de leche, es algo ‘normal’; es solo el gesto debido al Señor Don Gato, quien le torna su banal vida vivible con el donaire de su presencia. No es el elogio del orgullo y el egoísmo del gato el que estamos haciendo, sino el de su serenidad de ánimo, de su estabilidad, su agilidad, su dominio de sí, sus muchos dones.

‘¿Qué es la elegancia?’ se preguntaba el Dr. Plinio un día , para responderse -ciertamente sin querer agotar el tema- que cuando un objeto en apariencia frágil producía un importante efecto, allí había elegancia, es decir, la elegancia va unida a la grata sorpresa de quien contempla un hecho inesperado bueno. Hay elegancia en un esfuerzo que no aparenta ser esfuerzo pero que obtiene el resultado debido. En ese sentido, el gato es un animal sumamente elegante.

¿Cómo resiste el gato caídas tan altas, cómo le es tan fácil escalar murallas, correr a toda velocidad cuando es preciso, y luego pronto retomar su andar medio displicente, un tanto auto-contemplativo, siempre dominado? Es el gato una maravilla.

No he visto el primer gato con ‘enfermedades nerviosas’; perros muchos, caballos también. Creo que no existe el gato ansioso, o el gato en depresión, o el gato bipolar, o el gato esquizofrénico, o el gato con trastornos alimenticios, llámese bulimia, o anorexia o lo que sea. Contemplar la ‘personalidad’ del gato es abrir el espacio para recordar la frase que definía la grandeza espiritual de Fray Galvao, santo brasileño, inscrita en su epitafio: Anima suam in manibus suis semper tenens – Su alma, en sus manos, siempre la tenía. El gato tiene dominio absoluto sobre sus propiedades, no hay ley que las contradiga como sí ocurre con nosotros los hombres. Cuando quiere concentrarse se concentra, cuando quiere mostrar su destreza física la desarrolla, cuando quiere distenderse se distiende; normalmente su placidez le lleva a un profundo pero nunca atolondrado sueño, no tiene problemas de sueño, no tiene que tomar pastillas para dormir.

¿Qué hemos querido hacer hasta aquí? No es solamente un ejercicio algo literario para solazar el espíritu. Quiere ser un acto de contemplación.

De contemplación de las maravillas que Dios puso a nuestro alcance, para que admirándolas lo admirásemos a Él. Y admirándolo, lo imitásemos, e imitándolo nos santifiquemos. La contemplación del Orden del Universo es en ese sentido como un catecismo, un ‘taller’ cristiano. Y el Universo es tan religioso cuanto una Catedral, como decía el Dr. Plinio.

Por Saúl Castiblanco

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