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México conmemora 40 años de la primera visita que realizó San Juan Pablo II al país

Ciudad de México (Miércoles, 30-01-2019, Gaudium Press) San Juan Pablo II visitó México en cinco ocasiones: en los años 1979, 1990, 1993, 1999 y en el 2002. Esta semana, desde el 26 de enero al 1º de febrero, los mexicanos recuerdan aquel primer viaje que realizó el Sucesor de Pedro ya hace 40 años atrás.

Se trató del primer viaje pastoral de su Pontificado. Lo hizo en 1979 a la República Dominicana, México y Bahamas. Allí Juan Pablo II dedicó su Pontificando a Santa María de Guadalupe:

«Os doy sinceramente las gracias por vuestra presencia en este lugar, en el momento en que me separo unos días de mi querida diócesis y de Italia, para ir a América Latina. Vuestro gesto, tan delicado y atento, me conforta y es un auspicio sereno del feliz resultado del viaje que quiere ser ante todo, como sabéis, peregrinación de fe: el Papa va a postrarse ante la imagen prodigiosa de la Virgen de Guadalupe de México, a invocar su ayuda maternal y su protección sobre el propio ministerio pontificio; a repetirle con fuerza acrecida por las nuevas e inmensas obligaciones: ‘¡Soy todo tuyo!’; y a poner en sus manos el futuro ce la evangelización en América Latina», dijo el Papa polaco cuando se despedía de Roma rumbo a República Dominicana.

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San Juan Pablo II visitó México en 5 ocasiones. En el año 1979 consagró su pontificado a Santa María de Guadalupe / Foto: Gaby Maldonado.

En este, su primer viaje a México, San Juan Pablo II estuvo presente en la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Puebla, antes de inaugurar el encuentro de los obispos latinoamericano, el Pontífice presidió una Eucaristía en la Basílica de Guadalupe. Era el 27 de enero de 1979 y el Papa, al iniciar la homilía, dijo a sus hermanos en el episcopado:

«Cuán profundo es mi gozo, queridos hermanos en el Episcopado y amadísimos hijos, porque los primeros pasos de mi peregrinaje, como Sucesor de Pablo VI y de Juan Pablo I, me traen precisamente aquí. Me traen a Ti, María, en este Santuario del pueblo de México y de toda América Latina, en el que desde hace tantos siglos se ha manifestado tu maternidad».

El 28 de enero de 1979, en la inauguración de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Juan Pablo II dijo a los prelados de América Latina:

«El Papa quiere estar con vosotros en el comienzo de vuestros trabajos, agradecido al ‘Padre de las luces de quien desciende todo don perfecto’ (St 1,17), por haber podido acompañaros en la solemne Misa de ayer, bajo la mirada materna de la Virgen de Guadalupe, así como en la Misa de esta mañana. Muy a gusto me quedaría con vosotros en oración, reflexión y trabajo: permaneceré, estad seguros en espíritu, mientras me reclama en otra parte la ‘sollicitudo omnium Ecclesiarum’: preocupación por todas las Iglesias» (2Co 11, 28)».

Antes de su retorno a Roma, el Pontífice polaco continuó su viaje pastoral por México, visitando a los enfermos del Hospital Infantil de Ciudad de México, presidió una misa en la Catedral de Oaxaca, se encontró con los indígenas y campesinos en Cuilapan; así como a organizaciones católicas, estudiantes; con los obreros en Guadalajara; además visitó a Nuestra Señora de Zapopán y Monterrey, entre otros.

Al despedirse de tierras mexicanas, dejó este mensaje a los obispos latinoamericanos: «Antes de dejar el suelo de México siento la necesidad de enviar a vosotros y, por vuestro conducto, a todos los fieles confiados a vuestros cuidados pastorales un paterno saludo. Saludo marcado con el signo de la pena por no haber podido visitar a esos queridos hijos, aun estando tan cerca de vuestros países. Pena que se traduce en una expresión más profunda de amor. Decidles que el Papa, en los días que ha vivido en el Nuevo Continente, ha pensado mucho en ellos y ha rezado mucho por ellos. La vecindad material debida a mi visita a México, me ha hecho sentir más vivamente mi afecto y mi interés por toda la América Latina».

A Nuestra Señora de Guadalupe, San Juan Pablo II dedicó esta oración:

Oh Virgen Inmaculada ¡Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos, y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.

Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor. Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.

Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponernos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra.

Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.

Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.

Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe y celosos dispensadores de los misterios de Dios.

Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias, para que estén siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.

Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el sacramento de la penitencia, que trae sosiego al alma. Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.

Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios, podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

De la redacción de Gaudium Press, con información de Vatican.va.

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