Redacción (Martes, 05-02-2019, Gaudium Press) El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira insistía en la relación de las cosas visibles con las invisibles. De cómo las realidades visibles reflejaban y eran símbolo de las realidades invisibles, y que -incluso aunque no seamos conscientes- todas las cosas nos «hablan», nos transmiten su mensaje, mensaje que también nos influye. Por ejemplo, él decía que cuando alguien caminaba también estaba dibujando con sus pasos su personalidad.
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Son las 10:30 am, y necesitados de un break aprovechamos para ir a degustar una cálida bebida a un café vecino, y también ‘descubrir personalidades’ en los pasos de la gente. Es claro por demás que el Dr. Plinio no solo se refería al específico trasladarse de las personas sino a toda la impresión que dan ellas al caminar.
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Dos ejecutivos de mediana edad están sentados en la mesa a mi lado izquierdo; tienen ‘peso’, tienen densidad. Sus trajes son bien cortados, de buenos paños. Serios pero no hostiles; se percibe a viejos zorros de los negocios, con los que mucho se podría aprender en la materia. Uno de ellos se levanta, va a partir, y al caminar su incontrolable balanceo de un costado a otro revela que sí ascendió pero no nació, y que aún falta por pulir la estatua. El paso demasiado firme denota también que al momento de cobrar una deuda, habría una cierta implacabilidad que no estaría tan presente en alguien de buena cuna, pues comúnmente habría allí más caridad.
Se acerca la chica que atiende las mesas. Su andar es discreto, un tanto tímido propio a su juventud, andar mucho más elegante que el del ejecutivo que partió. Es joven, demasiado, tal vez sea estudiante y con su trabajo está pagando sus estudios. Un caminar cuidado que no llega a la inseguridad, que refleja también el cuidado con que efectivamente desempeña su trabajo.
Pasa delante de mí una familia, numerosa, que va de salida; nada digno de nota salvo una de las hijas, de edad universitaria, con andar erecto, más ‘estilizado’, menos gravado por la ley de la gravedad y el pecado original. Pareciera que visita a sus padres aprovechando el invierno para luego regresar a continuar sus estudios en Europa. La carne en nada se enseñorea del alma, sino que da la impresión de que todo está calculado para dar la impresión de elegancia, sin artificialidad. Los edificios de la île de la Cité en París, o el estilo de la menos bella city en Londres están haciendo mella, en una naturaleza que admira la tradición del viejo continente. Creo que hay una cierta conciencia colectiva familiar de que ella es la que más da ‘esperanzas’ de suceso en la prole.
Contrasta lo anterior con una dama de mediana edad, de más alto nivel social, que da la apariencia también de mayores recursos económicos. Tal vez dueña o administradora de una tienda de elementos de decoración domésticos de cierta categoría. Camina esta sin prestar mucha atención al qué dirán; es como si su cuerpo girara sobre su eje 180 grados a cada dos pasos. En estos giros consecuentemente los brazos se extienden y levantan un tanto como si fueran los hilos de un trapeador que se gira: cuando el cuerpo voltea a la izquierda los brazos se levantan, cuando va a la derecha caen para luego volverse a levantar. Su posición no es vertical sino un poco inclinada la cabeza hacia atrás, un tanto al estilo de hombre voluminoso al que la barriga lo va arrastrando pesadamente hacia adelante; ella entretanto no era gorda. Segura de sí misma, de su situación en el mundo, no se preocupa mucho por las formas, se ve que está acostumbrada a que sus empleadas le obedezcan y punto, pero su trato no llega a ser bruto. La seguridad de lo que ella es, tal vez le ha impedido seguir cultivando las maneras. Ella no siente que el mundo sea una pasarela, aunque sigue teniendo la capacidad de admirar los que ‘desfilan bien’ en este mundo-pasarela.
Y así podríamos seguir.
¿Perdiendo el tiempo?
No lo creemos. Más bien usando el espíritu para que no se atrofie, para que no nos convirtamos en solo materia, buscando encontrar lo inmaterial de lo material, para que la vida no nos aburra, para encontrar un cierto burbujear que hace agradable la vida, para en el fondo ser respetuoso con lo simbólico del Universo creado por Dios.
Por Saúl Castiblanco
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