Redacción (Jueves, 07-02-2019, Gaudium Press) El día 6 de febrero la Iglesia conmemora al Mártir San Pablo Miki y sus compañeros muertos con él en defensa de la Fe en un momento en que la persecución religiosa en Japón era tremendamente violenta.
Violenta en todos los sentidos…
Las peores atrocidades materiales y psicológicas eran practicadas contra los perseguidos. Lo que los perseguidores deseaban era la apostasía de los cristianos y, por eso, las persecuciones eran también psicológicas y afectaban las almas de los católicos fieles. San Pablo y sus compañeros fueron víctimas de esa furia.
Hoy en día la persecución religiosa tiene otros requintes de maldad y perversión, con todo, el ejemplo de estos mártires japoneses continúa brillando, quinientos años después.
San Francisco Javier
Fue a través del trabajo evangelizador de San Francisco Javier que Japón tomó conocimiento del cristianismo, entre 1549 y 1551.
La semilla fructificó y, apenas algunas décadas después, ya había por lo menos trecientos mil cristianos en el Imperio del sol naciente.
Pero si la catequesis obtuvo éxito no fue solamente por el arduo, serio y respetuoso trabajo de los jesuitas en suelo japonés. Fue también gracias al coraje de los catequistas locales, como Pablo Miki y sus jóvenes compañeros.
Pablo Míki
Miki nació en 1564, era hijo de padres ricos y fue educado en el colegio jesuita en Anziquiama, Japón.
La convivencia del colegio luego despertó en Pablo el deseo de juntarse a la Compañía de Jesús y así lo hizo, tornándose un elocuente predicador. Él sin embargo, no pudo ser ordenado sacerdote en el tiempo correcto porque no había un obispo en la región de Fusai.
Pero eso no impidió que Pablo Miki continuase su predicación.
Posteriormente se tornó el primer sacerdote jesuita en su patria, conquistando innúmeras conversiones con humildad y paciencia.
Toyotomi Hideyoshi
Paciencia, esa que no era virtud del emperador Toyotomi Hideyoshi. Él era simpatizante del catolicismo pero, de una hora para otra, se tornó su feroz opositor. Por causa de la conquista de Corea, Japón rompió con España en particular y con el Occidente en general, motivando una persecución contra todos los cristianos. Inclusive persiguiendo algunos misioneros franciscanos españoles que habían llegado a Japón a través de las Filipinas y sido bien recibidos por el Emperador.
Los católicos fueron expulsados del país, pero muchos resistieron y se quedaron. Solo que la represión no demoró. Primero fueron presos seis franciscanos, luego Paulo Miki con otros dos jesuitas y diecisiete laicos terciarios.
Los veintiséis cristianos sufrieron terribles humillaciones y torturas públicas. Llevados en cortejo de Meaco a Nagasaki fueron blanco de violencia y burlas por las calles y estradas, mientras seguían al lugar donde sería ejecutada la pena de muerte por crucifixión.
Algunos de los compañeros de Pablo Miki eran muy jóvenes, adolescentes todavía, pero enfrentaron la pena de muerte con el mismo coraje del líder. Tomás Cozaki tenía, por ejemplo, catorce años; Antonio, trece años y Luis Ibaraki tenía solo once años de edad.
La elevación sobre la cual los veintiséis héroes de Jesucristo recibieron el martirio por la crucifixión en febrero de 1597 quedó conocida como Monte de los Mártires.
Pablo Miki y sus compañeros fueron canonizados por el Papa Pío IX, en 1862.
Cómo reconocer la Iglesia verdadera
Los creyentes se dispersaron para escapar de las masacres y un buen número de ellos se estableció a lo largo del río Urakami, en las proximidades de Nagasaki. Allá ellos continuaron viviendo su fe, a pesar de la ausencia de padres.
A partir del momento en que Japón se abrió nuevamente a los europeos, los misioneros volvieron y las iglesias volvieron a ser construidas, inclusive en Nagasaki, a pocos kilómetros de la comunidad cristiana clandestina.
Ella había perdido todo contacto con la Iglesia Católica, pero guardaba preciosamente tres criterios de reconocimiento recibidos de los ancestrales:
«Cuando la Iglesia vuelva a Japón, ustedes la reconocerán por tres señales: los padres no son casados, habrá una imagen de María y esta Iglesia obedecerá al papa-sama, esto es, al Obispo de Roma».
Y fue así que ocurrió dos siglos y medio después, cuando los cristianos del Imperio del sol naciente pudieron reencontrarse con su Santa Madre, la Iglesia. (JSG)
(De la Redacción de Gaudium Press, con informaciones de la Arquidiócesis de San Pablo)
Deje su Comentario