Ciudad de México (Jueves, 14-02-2019, Gaudium Press) Hoy inicia el Año Jubilar en la Arquidiócesis de Tlalnepantla, que celebra los 500 años de la llegada de la primera imagen de la Virgen a México, Nuestra Señora de los Remedios. Ella arribó al país como normalmente llegó la fe a estas tierras americanas: a veces con la intención explícita del trabajo misionero, o a veces simplemente en las venas y el corazón de hombres convencidos como eran por lo general los hijos de España. Así llegó la Virgen de los Remedios a México, en el bolso de Juan Rodríguez de Villafuerte, uno de los hombres que con Hernán Cortés arribaron a Cozumel en febrero de 1519.
Foto: Arquidiócesis de Tlalnepantla |
La Virgen atracaba ya como protectora: el hermano de Rodríguez de Villafuerte se la había regalado, diciéndole que «tuviera en ella mucha confianza, porque a él le había librado de grandes peligros en las batallas en que se había hallado y esperaba que le sucediera lo mismo en el Nuevo Mundo».
Narra la tradición, que la imagen de Nuestra Señora de los Remedios por indicación de Cortés quedó instaurada en un altar del templo más importante en Tenochtitlán donde los aztecas -no tan pacíficos como cierta leyenda ‘dorada’ los quiere mostrar- realizaban sus horrendos sacrificios humanos. Pero un día estalló la guerra entre españoles y aborígenes, y la bella imagen de madera de la Virgen la primera desapareció. ¿Para siempre?
Ocurrió entonces la «Noche Triste», entre el 30 de junio y el 1 de julio de 1520, cuando la tristeza abrazó a Cortés que veía más que diezmado su ejército, reducido a la mitad según Bernal Díaz del Castillo, cuando sus hombres intentaban escapar del cerco indígena en la hoy Ciudad de México. Parece que realmente el gran conquistador al ver que los que esperaba no vendrían nunca, entró en una gran depresión, decepción que podría poner en riesgo toda la empresa española, pues nada más cierto que lo que dice Von Clausewitz, que uno de los primeros objetivos en la guerra es aniquilar el deseo de luchar del contrincante, porque este deseo es lo más importante.
Pero es entonces que narra la tradición que se le aparece la Virgen a Cortés y algunos de sus hombres, acompañada por el apóstol Santiago, dándoles nuevos bríos, y levantándolos de la postración moral en la que se encontraban.
Sin embargo aún la Virgen de los Remedios, la primera en pisar suelo mexicano, la que iniciaría la gran devoción a la Madre de Dios que existe entre los nativos de esas vastas tierras, seguía refundida. Entretanto, llegó el año de 1540 y un día de ese año el indio cacique Juan de Águila que se encontraba en los linderos del pueblo de Tacuba, vio a una magnífica señora en el cielo azul que le decía: «Hijo, búscame en ese pueblo». Así se puso, a buscar, y días después Don Juan el indio encontraba la bella imagen, la que era y seguiría siendo la primera, que estaba por debajo de un maguey. En 1575 el templo de esta Virgen ya estaba terminado, y ella allí se enseñoreaba.
Pronto los mexicanos se dieron cuenta de la poderosísima capacidad de intercesión de esa advocación: faltaba la lluvia, y salía en procesión la Señora de los Remedios; también «en las epidemias de tabardillos, sarampiones y otras semejantes», salía en procesión salvífica la Virgen de los Remedios. Pero bueno, Dios fue muy solícito con México y también le dio a la Gran Guadalupana.
Es anecdótico, que los devotos de la de Guadalupe -según cuenta el Barón von Humboldt- se quejaban de que ante las necesidades y pandemias el Señor Arzobispo primero sacaba a la de los Remedios, y luego, y sólo al final, si esa milagrosa no funcionaba, ahí sí salía en procesión la Morenita… pero bueno, al final es ella la misma, y parece que siempre los atendía, y aún hoy mucho sigue atendiendo.
Hoy en día se le ama a la del Tepeyac en el mundo entero. Y parece que México está redescubriendo a la de los Remedios. (Gaudium Press / S.C.)
Con información de Desde la Fe
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