lunes, 25 de noviembre de 2024
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Contemplar es como ir por un puente hacia un castillo celestial

Redacción (Martes, 19-02-2019, Gaudium Press) La contemplación es algo muy importante, contemplar termina siendo un observar atento de la ‘escritura’ que Dios nos ofrece en todas las cosas que nos rodean.

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Comúnmente, en el niño y luego en el hombre existe una inclinación a -con base en sus observaciones a lo largo de la vida- elaborar una «visión completa, perfecta, acabada e íntegra del orden del universo», para luego «amar ese orden como reflejo de la grandeza de Dios». (1) Esas tendencias son lo contrario al egoísmo o a estar siempre pensando en sí, tendencias también presentes en el alma por el pecado original. En el dominio de una u otra tendencia se juega el destino del ser humano.

Efectivamente Dios escribió en la creación una autobiografía sublime, al alcance de todo hombre, pero comúnmente estamos tan ensimismados, a veces tan absortos en nuestros egoísmos, tan agitados corriendo y mirando el suelo, que no nos detenemos en esas maravillas, las cuales como hemos visto en la expresión de arriba de Mons. Juan Clá, son un reflejo de la grandeza divina. Lo que más refleja a Dios es el conjunto del Orden del Universo, pero este conjunto va siendo completado por la observación contemplativa, detallada y analítica de la vida de todos los días.

Por lo demás, Dios, que quiere darse a conocer para nuestro beneficio, constantemente nos envía gracias que nos ayudan en esa contemplación.

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Es un camino luminoso, solido, sereno, santificante, ese de la contemplación, auxiliada por la gracia de Dios. Usemos la imagen del pons Aelius, el puente Aelio que lleva al Castillo de Sant’Angelo en Roma, para ejemplificarla.

Es una vía entretenida, porque el universo reflejo del Dios infinito, es cuasi-infinito en su variedad y por tanto -si no nos dejamos ahogar por la mala inclinación a la monomanía egoista- en la contemplación del Universo no nos aburrimos pues ahora degustaremos de una maravilla, pero de ahí partiremos a otra. Ese puente hacia el conocimiento del Infinito por la vía del simbolismo del Universo no puede ser recorrido con agitación. Comete falta gravísima quien la transita como si estuviera siendo perseguido por asesinos, sino que debe caminarse como quien pisa un suelo de cristal al mismo tiempo robusto y delicado.

Es una vía sólida, porque quien va leyendo la caligrafía de Dios en los diversos reinos de la Creación, quien va escuchando la sinfonía del Creador en los sonidos brillantes del Orden del Universo, va teniendo la fuerte certeza interior que va caminando por el camino correcto, el Espíritu Santo, le va dando esta seguridad interior.

Es un camino luminoso, porque a pesar de que todo hombre debe recorrer un valle de lágrimas, en medio de las oscuridades de ese valle Dios de tanto en tanto manda consolaciones grandísimas, que portan mensajes que iluminan una parte del camino.

Es un camino puente que guía hacia un castillo imponente, que conocemos como lleno de salones magníficos, ciertamente con una especial capilla de magnífico altar de mármol, de estalas austeras pero bendecidas, tal vez con un sagrario de noble metal.

Quien recorre el camino de la contemplación del Orden del Universo, va construyendo en su interior ese sólido castillo de la certeza del cielo, de lo sobrenatural, castillo que es lugar de santas delicias pero también defensa contra las invasiones de los enemigos -mundo, demonio y carne-, castillo fortificado que es contundente y a la vez acogedor, que es refugio y es morada.

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Es un castillo coronado por un luminoso San Miguel Arcángel, que nos recuerda que esta vida es una lucha, y que las castas delicias que nos permite Dios no son sino solaz para continuar las arduas batallas que toda existencia comporta. Es un castillo que nos eleva hacia las alturas, para desde sus aires límpidos contemplar el conjunto del panorama, y admirando ese panorama, imprimir en nuestras almas la imagen de su Hacedor.

Por Saúl Castiblanco

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(1) Mons. João Scognamiglio Clá Dias. O Dom de Sabedoria na Mente, Vida e Obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Instituto Lumen Sapientiae – Librería Editrice Vaticana. 2016. p. 43

 

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