Redacción (Miércoles, 20-02-2019, Gaudium Press) El «flash» es una gracia de consuelo que Dios nos concede para aumentar nuestro amor hacia Él, y también nos prepara para la lucha. Y la batalla surgió luego de la Transfiguración de Jesús en lo alto del Tabor.
Jesús exorcisa a un grupo de demonios de un poseso Catedral de Strasburgo, Francia |
Jesús expulsa el espíritu inmundo
El Divino Maestro, acompañado de los tres Apóstoles que asistieron a la Transfiguración, iba descendiendo del Monte y, al llegar al pie del mismo, se deparó con una multitud que rodeaba a los otros Apóstoles, y los escribas que discutían con ellos.
«Luego de que la multitud vio a Jesús, quedó admirada y corrió a saludarlo. Jesús preguntó: «Que estáis discutiendo?’
«Alguien de la multitud le respondió: «Maestro, yo traje a Ti a mi hijo que tiene un espíritu mudo. Cada vez que el espíritu lo ataca, lo tira al suelo, y el comienza a espumar, rechina los dientes y se queda completamente duro. Yo pedí a tus discípulos que lo expulsasen, pero ellos no lo lograron.»
«Jesús les respondió: ‘Oh generación sin fe! ¿Hasta cuando voy a quedarme con vosotros? ¿Hasta cuándo voy a soportarlos? ¡Traedme al niño!’ Lo llevaron.
«Cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y rodaba espumando. Jesús preguntó al padre:
«¿Desde cuándo le pasa eso?» El padre respondió: ‘Desde niño. Muchas veces, el espíritu ya lo lanzó al fuego y al agua, para matarlo. Si puedes hacer alguna cosa, ten compasión y ayúdanos’.
«Jesús dijo: ‘Si puedes…? Todo es posible para quien cree’. Inmediatamente el padre del niño exclamó: ‘¡Yo creo, pero ayúdame en mi incredulidad!’
«Viendo Jesús que la multitud se juntaba a su alrededor, reprendió al espíritu impuro: ‘Espíritu mudo y sordo, Yo te ordeno: ¡sal del niño y nunca más entres en el!»
«El espíritu salió gritando y sacudiendo violentamente al niño. Este quedó como muerto, tanto que muchos decían: «Murió!» Pero Jesús lo tomó de la mano y lo levantó; y el quedó de pie» (Mc 9, 15-27).
También entre los demonios hay desigualdad
No se trataba de un niño epiléptico, aunque presentase algunos síntomas análogos a los causados por esa enfermedad. El texto sagrado es clarísimo: era un espíritu inmundo, sordo y mudo que, exorcizado por Nuestro Señor, «salió, gritando» (Mc 9, 26). O sea, el niño estaba poseído por un demonio.
En todo el universo hay desigualdad. También entre los demonios ella existe, pero a la manera de una pirámide colocada en sentido contrario: la base para arriba y el vértice para abajo. En este se encuentra Lucifer.
Hay «demonios superiores y tan potentes que una fe común es insuficiente para expulsarlos. Los Apóstoles acababan precisamente de encontrarse en presencia de un caso semejante».
Concepto de Fe
El padre del niño poseía Fe, pero apocada. Y con humildad él dijo al Divino Maestro: «¡Yo creo, pero ayúdame en mi incredulidad!» (Mc 9, 24).
¿Qué es propiamente la Fe?
Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1814): «La Fe es la virtud teologal por la cual creemos en Dios y en todo lo que nos dijo y reveló, y que la Santa Iglesia nos propone para creer, porque Él es la propia verdad.»
La Fe no es un sentimiento. Aclara Santo Tomás de Aquino que el acto de Fe «está en relación tanto con el objeto de la voluntad – el bien y el fin – como con el objeto del entendimiento, la verdad».
Afirma el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira:
La «Fe es una convicción adquirida en conformidad con las leyes de la razón, pero de hecho inculcada por la gracia. Esta convicción debe ser tan fuerte, que el hombre esté dispuesto a morir por ella. Porque el hombre cree, y en el momento en que él creyó le es dado el primer acto de amor, pero en el primer acto de amor viene este pedido y esta exigencia: morir por Dios, si fuese necesario.»
Sinfonía que tiene a Dios por Autor
Al respecto de la afirmación de San Pablo: «El justo vive de Fe» (Hb 10, 38), comenta Cornelio a Lápide: «Así, es necesaria la Fe para ser justo; es necesaria la Fe para vivir; solo el que vive tiene Fe, y el que no la posee está muerto.»
Como toda virtud, la Fe de una persona precisa crecer continuamente. Para eso, es necesario hacer ejercicios de Fe; de lo contrario, ella se debilita y puede hasta desaparecer. Uno de esos actos consiste en hacer jaculatorias, pidiendo a Dios una Fe creciente e inquebrantable.
Aquel que siempre procura crecer en la Fe va adquiriendo horizontes grandiosos. Y quien deja que esa virtud disminuya va tornándose una persona mediocre, apegada a las cosas del mundo, y sobre todo a sí misma.
Dice San Bernardo que la Fe «alcanza las cosas inaccesibles, descubre lo desconocido, abraza lo inmenso, se apodera del porvenir, y por fin encierra la propia eternidad en su seno».
Comenta Garrigou-Lagrange que la Fe «es como un sentido espiritual superior que nos permite oír una harmonía divina, inaccesible a cualquier otro medio de conocimiento. La Fe infusa es como una percepción superior del oído, para la audición de una sinfonía espiritual que tiene a Dios por Autor».
La Fe de una persona debe ser manifestada, no solo por palabras, sino por sus modos de ser, ambientes en que vive, etc. Recordemos de que, según afirma el Apóstol Santiago, el Menor, «la Fe, si no se traduce en acciones, por si sola está muerta» (Tg 2, 17).
Volvamos, con el corazón contrito y humillado, a Nuestra Señora y pidámosle: «¡Mi Madre, yo creo, pero ayúdame en mi incredulidad!»
Por Paulo Francisco Martos
(en «Nociones de Historia Sagrada» – 182)
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Bibliografía
FILLION, Louis-Claude. La sainte Bible avec commentaires – Évangile selon S. Matthieu. Paris: Lethielleux. 1895, p. 345.
Suma Teológica, II-II, q. 4, a. 1, resp.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Como enfrentar a dor. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XVII , n. 199 (outubro 2014), p. 19-20.
BARBIER, SJ, Jean-André. Tesoros de Cornelio a Lapide. Madri: Librerias de Miguel Olamendi y outros. 1866, v. II, p. 268.
SÃO BERNARDO DE CLARAVAL. Sermão 76, sobre o «Cântico dos cânticos». Apud CORNÉLIO A LÁPIDE. In BARBIER, SJ, Jean-André. Op. cit., 1866, v. II, p. 269.
GARRIGOU-LAGRANGE, OP, Réginald. Les trois âges de la vie intérieure. Paris:
Du Cerf, 1955, v. I, p.67.
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