Ciudad del Vaticano (Viernes, 08-03-2019, Gaudium Press) Fue lanzado el Miércoles de Cenizas un libro editado por la Librería Editora Vaticana, (LEV): «Tome un poco de vino con moderación. La sobriedad cristiana» de autoría de Lucio Coco.
El Libro
Este libro contiene una breve homilía de San Juan Crisóstomo, Padre de la Iglesia del siglo IV, que ganó fama como orador. Sus restos mortales reposan en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Él cita comentarios de un breve pasaje de la Primera Carta de San Pablo a Timoteo, donde el Apóstol lo invitaba a beber «un poco de vino, por causa del estómago y de las […] debilidades frecuentes» (1 Tim 5,23).
Así, San Juan Crisóstomo tiene la oportunidad de enseñar a los fieles que la creación es buena pero es preciso saber aprovecharla, para descubrir que fue hecha para nosotros, para nuestro bien, como un regalo precioso, para que nos descubramos amados y podamos alegrarnos juntos.
El prefacio del libro es del Papa Francisco.
En sus escritos el Pontífice indica algunas dimensiones fundamentales de la vida del cristiano. De los escritos del Papa transcribimos extractos:
Amor para la santidad de la vida cotidiana
Para el Papa, la vida cristiana consiste en descubrirse amados por Dios Padre de manera incondicional y gratuita.
Esta es la buena nueva del Evangelio que Jesús nos proclamó y testimonió «hasta el fin» (Jn 13: 1), pero que se tornó una realidad para cada uno de nosotros en el día de Pentecostés (cfr. Hch 2: 1,13) -y en el pentecostés personal de cada uno de nosotros que es el Bautismo- cuando el Espíritu Santo, el Amor Infinito del Padre por su Hijo, fue derramado en nuestros corazones.
Somos verdaderamente amados como el Hijo Jesús, verdaderos hijos del Padre, auténticos hermanos y hermanas unos para los otros.
Según Francisco, acoger ese don gratuito transforma la vida y, por encima de todo, transforma nuestra mirada sobre la vida, sobre nosotros mismos, sobre los otros, sobre el presente, sobre el pasado, y sobre todo, sobre el tiempo que nos espera: el amor grande con el cual somos amados (ver Ef 2, 4) se manifiesta como aquella luz caliente y fuerte que cubre la vida, la realidad y los relacionamientos.
Como en un día soleado la naturaleza y hasta incluso nuestras ciudades, se tornan más bellas. Así la fe y la acogida del amor del Señor revelan como cada detalle de nuestra existencia es precioso, único, irrepetible, a pesar de los problemas, dificultades y nuestras inconsistencias.
Alegría en la Santidad de la Vida Cotidiana
La alegría, que es ciertamente diferente de la euforia, es el sentimiento de un corazón bañado por el amor -incluso en medio de las pruebas de la vida- y es una de las características auténticas de la verdadera santidad.
Es una alegría auténtica, simple, que permite disfrutar la oportunidad de bien que la vida nos ofrece, que se manifiesta, entre otras cosas, en una buena comida compartida, en una mirada de comprensión y apoyo, y – ¿por qué no? – en un brindis de aniversario o en una conquista de un amigo…
Me refiero a la alegría que se vive en comunión, la alegría que se comparte y se participa, porque «se es más feliz en el dar que en el recibir» (Hch 20,35).
El amor fraterno multiplica nuestra capacidad de alegría, pues nos permite disfrutar del bien de los otros.
A veces, sin embargo, hasta incluso nosotros, los cristianos, demostramos no saber todavía alegrarse verdaderamente por las cosas de la vida o porque corremos atrás de los placeres ocasionales y fugaces, o viceversa, porque, nos encontramos víctimas de un cierto rigor, somos tentados a no cambiar, dejar las cosas como ellas están, a escoger el inmovilismo, impidiendo así la acción del Espíritu, que trae consigo la novedad de la alegría.
La alegría, por tanto, es un fruto del discernimiento en el Espíritu Santo, que consiste precisamente en el constante arte de preferir el nosotros al yo, las personas a las cosas, a pesar de los innumerables engaños que el mal y el egoísmo nos tienden.
Sobriedad en la Santidad de la Vida Cotidiana
El Pontífice continúa. Esta vez él afirma que, de hecho, esa alegría -que es una verdadera gracia-, debe ser conservada y protegida, así como es el caso de la fe, las amistades, los relacionamientos: en fin, como todas las cosas importantes de la vida. Es una sabia actitud espontánea que todos tenemos: cuando hay algo de valor, afectivo o económico, tenemos un cuidado especial y es correcto que sea así.
La alegría del amor de Dios derramado en el corazón por el Espíritu Santo se conserva a través de la sobriedad, que es la capacidad de subyugar el deseo de placer y satisfacción personal a la medida de lo que es correcto y de los relacionamientos interpersonales.
En verdad, nadie se salva solo, como un individuo aislado, sino que Dios nos atrae llevando en consideración la red compleja de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana.
Dos actitudes para vivir bien la Cuaresma
«La sobriedad, entonces, y la alegría son dos actitudes -continúa Francisco- que yo creo pueden ayudarnos a vivir la Cuaresma en vista de la Pascua, que es precisamente la celebración de nuestra resurrección con Cristo, nuestra vida nueva, celebrada una vez por todas en el Bautismo, y renovada especialmente en cada Vigilia Pascual.
«¿Qué es la vida de Cristo en nosotros sino una victoria del amor sobre nuestros miedos y preocupaciones por nosotros mismos, lo que nos permite, a su vez ser un presente, simple y cotidiano, en las pequeñas cosas, para el Señor y para los hermanos?
«La comunidad que preserva los pequeños detalles de amor, donde los miembros cuidan unos de otros y forman un espacio abierto y evangelizador, es el lugar de la presencia del Resucitado que va santificando de acuerdo con el proyecto del Padre». (JSG)
(De la Redacción de Gaudium Press, con informaciones de Vatican News)
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