Redacción (Miércoles, 20-03-2019, Gaudium Press) En nota anterior, hablábamos acerca de cómo el hombre no es sólo espíritu, sino también carne, cuerpo, con todas las implicaciones que eso tiene, incluso en el alma espiritual. Nuestra alma es espiritual, pero no sólo espiritual, en el sentido de que en ella radican las facultades sensibles -que requieren directamente del cuerpo para ser ejercidas- como son los sentidos ‘corporales’ y las facultades sensibles internas, tales la imaginación, la memoria, la fantasía. Es por ello que nuestra alma espiritual es diferente al espíritu angélico, que aunque tiene poder sobre la materia, no conoce a partir de la materia.
He ahí la razón por la que Dios hizo, además del Cielo Visión Beatífica – Beatitud celestial, el Cielo Empíreo, esto es, el cielo material, «creado más especialmente para el hombre que no para los ángeles que carecen de cuerpo», según el decir de muchos santos.
Y como al fiel le es permitido el bien elucubrar basado en doctrina firme, ¿por qué no pensar en cómo será la vida en este cielo material, donde evidentemente la principal alegría será la visión directa de Dios, pero no la única?
¿Cómo serán por ejemplo las reuniones ‘sociales’ en el cielo? Ciertamente no egoístas, sin cada uno deseando aparecer, o incluso inventando cosas para dar la impresión de superioridad, sino que todos interesándose verdaderamente por los otros, viendo en el otro el reflejo particular de Dios, contándose entre sí lo nuevo maravilloso que han conocido de Dios. O por ejemplo el gusto de imaginarse los trajes de esas reuniones, dignos, puros, simbolizando la vocación, la luz primordial de cada cual, una luz primordial que ya es gloriosa, trajes que serán solaz y alegría para la vista y para los espíritus.
¿Y si los ángeles ‘cantan’ en el cielo, por qué no los hombres, particularmente los que en la tierra fueron especialmente dotados para ello? Pero no sólo tenemos los cantantes, también hay aquí en este mundo los oradores, los poetas, los pintores, los alfareros… ¿Quedarán ellos sin oficio en el cielo empíreo? Dentro de esa estabilidad en la visión y el gozo, ¿no habrá también en el cielo empíreo una cierta ‘movilidad’ que permita por ejemplo a los artistas desarrollar las más magníficas obras de arte celestiales, a los filósofos elucubrar y compartir las más bellas teorías naturales sobre el cosmos, a los teólogos elaborar y ‘catequizar’ con las más preciosas y novedosas profundizaciones acerca de la Esencia Divina y su acción en el Universo? Creemos firmemente que sí, pues lo contrario sería caer en el absurdo de imaginar el cielo como -según la espirituosa expresión de Plinio Corrêa de Oliveira- un Olimpo petrificado de ‘dioses’ sin ningún tipo de civilización.
Imaginar la vida en el cielo empíreo no es un mero ejercicio que puede ser piadoso.
Afirmaba el Dr. Plinio que los hombres tienden a crear una civilización, o a constituir su sociedad, en función de la idea que ellos hacen de felicidad.
El hombre actual cree erróneamente que la felicidad se encuentra en el mero dar gusto a todos sus apetitos básicos: he ahí la pseudo-civilización hedonista, egoísta y ya medio infernal que es fruto de esa concepción. El hombre del futuro, el del Reino de María, en la medida en que vaya profundizando en lo que es la felicidad del cielo y del cielo empíreo, irá construyendo ya ese reino aquí en la tierra, como reza el Padrenuestro: hágase tu voluntad, aquí en la tierra como en el cielo.
Es claro que en el cielo no hay que hacer esfuerzo para vivir celestialmente: entretanto el esfuerzo que debemos ejercer aquí en la tierra, será motivado por las alegrías anticipadas que se viven en la patria celestial.
Por Saúl Castiblanco
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