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El aburrido cielo de García Lorca y el verdadero cielo de la eternidad

Redacción (Domingo, 24-03-2019, Gaudium Press) En un ataque de locura desesperada, anunciaba García Lorca -exclamando impíamente contra el Señor de las maravillas- que si el Creador no le hacía lo que a él le venía en gana, pues que al final de cuentas eso ni le importaba, que por demás el Cielo le era bien aburrido, y que más bien preferiría empanturrarse de las falsas pero atrayentes fantasmagorías ofrecidas por el siniestro autor de la desdicha y la fealdad:

Mi corazón está aquí,
Dios mío,
hunde tu cetro en él, Señor. (…)
Mas si no quieres hacerlo,
me da lo mismo, guárdate tu cielo azul,
que es tan aburrido, el rigodón de los astros.
Y tu Infinito,
que yo pediré prestado
el corazón a un amigo. (…)
Además, Satanás me quiere mucho,
fue compañero mío, en un examen
de lujuria… 1

Tonto y desdichado el García Lorca (mejor diríamos auto-engañador), pues él -que describió por veces con tanta maestría el simbolismo, el misterio y la hiper-belleza de la Creación- bien sabía en el fondo de su atormentado corazón que esta nunca podría ser obra de su amigo el re-contra-feo satanás, el gran simplón.

Tonto y desdichado el García Lorca (mejor diríamos allí cínico bufón), cuando desprecia su imaginario y falso «cielo azul, que es tan aburrido…», delirio tedioso fabricado supuestamente por el Autor del bello y suave «remanso dormido» y el «río Guadalquivir, [que] va entre naranjos y olivos», o «los dos ríos de Granada [que] bajan de la nieve al trigo». Sí, seguramente un cielo muy aburrido, rara obra gris del mismo Autor que hizo «las abejitas de oro [que] buscaban la miel» «en el naranjel»; Aquel que ideó aquellos «dos bueyes rojos en el campo de oro», ese Dios aburrido que inspira a «la monja que borda alhelíes sobre una tela pajiza», o que manda sobre aquel «Arcángel San Gabriel, [que] entre azucena y sonrisa, bisnieto de la Giralda, se acercaba de visita» 2 a la Virgen que iluminaría.

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Es García Lorca continuador poético de esos más que ingenuos pintores del Barroco, que quien sabe de qué tediosas y lánguidas alucinaciones tomaron materia para pintar esos cielos en verdad aburridos, de nubes medio mullidas pero al final también sosas, de ‘angelitos’ regordetes y sensuales, sin vestimentas y también sin mucho seso, muy distintos de los elegantes, luminosos y místicos de Fra Angelico, o de esos magníficos guerreros, serafines de alas en tres pares que reinan con su espada y su presencia los mosaicos del Oriente ancestral.

No se inspiraron los fautores de angelitos regordetes y de cielos aburridos en textos como el del Apocalipsis, que nos habla de esa Tierra Nueva y ese Cielo Nuevo, la dichosa Jerusalén Celestial, que «resplandecía como piedra muy preciosa con el color del Jaspe cristalino»; ciudad que tiene una muralla también de jaspe y como bases maravillas de piedras preciosas: «La primera base es de jaspe; la segunda, de zafiro; la tercera, de calcedonia; la cuarta, de esmeralda; la quinta, de sardónica; la sexta, de sardio; la séptima, de crisólito; la octava, de berilio; la novena, de topacio; la décima, de crisopraso; la undécima, de jacinto; la duodécima, de amatista». Ciudad maravillosa que es «de oro puro, como cristal», que tiene una plaza también de oro refinado, con puertas que son perlas del tamaño de las puertas (Ap, 21). Sí, que cielo tan ‘aburrido’…

Pobre García Lorca, que seguramente nunca leyó el sueño en el que Santo Domingo Savio le presenta la antesala del cielo a Don Bosco, «jardín de belleza indescriptible», en el que Domingo venía «rodeado de músicas y resplandores» maravillosos, portando «flores tan bellas cual yo nunca había visto semejantes». Y esto era solo una antesala, sí, con «bellezas naturales muy perfeccionadas por el poder de Dios», pero que aún no era el Cielo, pues «lo que es del cielo no lo puede ver ni oír nadie con ojos u oídos humanos, porque se moriría de gozo». 3

***

Un consejo a los Garcialorquianos de cielos aburridos, para que puedan comenzar a componer, y ojalá también ansiar, lo que es el Paraíso Celestial:

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La antesala del cielo que vio Don Bosco en su sueño (sueño este que en particular después se mostró profético por la comprobación posterior de las cosas allí reveladas) era como hemos visto, de «bellezas naturales muy perfeccionadas». Pues ahí está el camino para tener un pálido reflejo de lo que será el cielo y el cielo material: imaginar las verdaderas cosas bellas de esta tierra pero con mayor belleza, con mayor perfección. Si por ejemplo a alguien le impactó el azul de un vitral de la catedral de Chartres, pues imagínese lo que será el azul de zafiro adiamantado del vitral de la más ‘pobre’ capillita del cielo. Si a alguno le sorprendió agradablemente el trato amable y culto de un matrimonio de franceses mayores que conversaban animadamente en un viejo restaurante, a la luz de las velas, pues mire, que eso es solo un palidísimo y tenuesísimo reflejo de lo que son las entretenidas conversaciones entre los santos de la corte celestial, por toda la eternidad. Si a uno lo conmovió la capilla tapizada en mármoles, damascos de flores de lis y estrellas doradas de alguna de las iglesias de los Heraldos del Evangelio, pues imagine como será la iglesia del Corazón de Jesús en el reino celestial.

Imaginemos el cielo, para desearlo. Para luchar para llegar a él, pues como dice la Escritura, el cielo es de los valientes, que sobre todo luchan contra sí. Pero también para ir haciendo de esta tierra un cielo, pues como decía Plinio Corrêa de Oliveira, los hombres tienden a hacer de esta tierra la idea que ellos tienen del reino de la felicidad.

Por Saúl Castiblanco

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1 García Lorca, F. Poesía Completa. Fontamara. México. 2007. p. 59.

2 Versos tomados al azar, también de García Lorca.

3 https://www.corazones.org/santos/juan_bosco_historias.htm

 

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