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En Marruecos, el Papa profundizó en la parábola del Hijo Pródigo

Rabat (Lunes, 01-04-2019, Gaudium Press) En la tarde de ayer, en el marco de su visita a Marruecos, el Santo Padre celebró la eucaristía en el estadio deportivo Príncipe Moulay Abdellah en la ciudad de Rabat. Destacaron en la celebración los paramentos color rosa, que corresponden al Domingo Laetare.

El color de los paramentos de este tiempo cuaresmal es el púrpura, que corresponde a la situación penitencial -de ayuno y limosnas- previa a la pascua de resurrección. Pero la Iglesia ‘interrumpe’ este tiempo de penitencia en el IV Domingo de Cuaresma, el Domingo Laetare, que significa «Domingo de la Alegría».

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Es Domingo de la Alegría porque así comienza, en este día, la Antífona de Entrada de la Eucaristía: «Laetare, Ierusalem, et conventum facite omnes qui diligites eam; gaudete cum laetitia, qui in tristitia fuistis; ut exsultetis, et satiemini ab uberibus consolationis vestrae» (¡Alégrate Jerusalén! ¡Reuníos, vosotros todos que la amáis; vosotros que estáis tristes, exultad de alegría! Saciaos con la abundancia de sus consolaciones), conforme Isaías 66, 10-11. El texto de Isaías expresa la alegría ante la llegada de la Pascua.

Es de alegría también el texto evangélico del día, la parábola del regreso al hogar del Hijo pródigo. El Santo Padre en Marruecos profundizó en esta parábola, particularmente en la «tensión» descrita entre el hijo que vuelve a la casa paterna y el hijo mayor que siempre permaneció junto al padre. «Así, una vez más sale a la luz la tensión que se vive al interno de nuestros pueblos y comunidades, e incluso de nosotros mismos», dijo el Papa Francisco.

El hijo mayor se queja ante su padre de la actitud misericordiosa que estaba tomando con aquel hijo menor que había desperdiciado en el vicio su herencia. «Siempre nos amenaza la tentación de creer en el odio y la venganza como formas legítimas de brindar justicia de manera rápida y eficaz», señaló Francisco.

Entretanto, estos sentimientos lo que hacen «es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos».

En sentido contrario, el Señor «nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre», pues «sólo desde ahí podremos redescubrirnos como hermanos, sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos», indicó el Pontífice.

Francisco resaltó ante la feligresía la frase con la que el padre responde a los reproches de su hijo mayor: «Todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31). El padre de la parábola «no se refiere tan sólo a los bienes materiales sino a ser partícipes también de su mismo amor y compasión».

En ese sentido, nuestra pertenencia a la condición de hijos del padre «y nuestra misión no nacerá de voluntarismos, legalismos, relativismos o integrismos sino de personas creyentes que implorarán cada día con humildad y constancia: venga a nosotros tu Reino, porque el cristiano sabe que en la casa del Padre hay muchas moradas, sólo quedan afuera aquellos que no quieran tomar parte de su alegría».

Concluyó el Papa Francisco su homilía elogiando el testimonio evangélico que dan los cristianos en Marruecos: «Gracias por los esfuerzos realizados para que sus comunidades sean oasis de misericordia. Los animo y aliento a seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento (cf. Carta ap. Misericordia et misera, 20). Sigan cerca de los pequeños y de los pobres, de los que son rechazados, abandonados e ignorados, sigan siendo signo del abrazo y del corazón del Padre».

Con información de Vatican News

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