Redacción (Martes, 02-04-2019, Gaudium Press) La templanza puede ser definida como una virtud cardinal que modera las pasiones, las domina, las dirige al fin debido; pero también es una condición de calma para saber apreciar lo maravilloso.
La verdadera alegría de la vida, naturalmente hablando, es la admiración por lo maravilloso. Lo maravilloso es eso que es especialmente bello, eso que como que se escapa ‘hacia arriba’ de esta realidad terrenal, para tocar en el cielo empíreo, en esa realidad que está más cerca de Dios. Esa realidad «arquetípica», es decir de los primeros-tipos, eso que es como el pináculo de cada ser, es decir, la Esmeralda-Perfecta, la tinta madre de todas las Esmeraldas, el Mar-Perfecto, el mar más bello de todos los mares, que también correspondería a la idea perfecta que Dios tiene de los mares, de las montañas, de las esmeraldas, de las virtudes, de los hombres.
Solo es capaz de encantarse verdaderamente con un lindo panorama el hombre con templanza |
Entretanto, es solo el temperante quien es capaz de apreciar lo maravilloso, o incluso de ver lo maravilloso en las cosas que parecen comunes. Porque por ejemplo una piedra que no es maravillosa, tiene una ‘huella’, un vestigio de la piedra maravillosa que está en la mente de Dios.
Pero decimos que solo el temperante es capaz de apreciar verdaderamente lo maravilloso, pues él no deja que los seres creados obnubilen sus pasiones, sino que es capaz de apreciar objetivamente sus características, sus verdaderas cualidades, las relaciona con las características maravillosas de otros seres, y en una contemplación juiciosa donde no siempre está ausente la gracia divina, él percibe el «mensaje» que Dios nos quiso dar al crear cada ser.
En el anterior sentido, un bello atardecer marino pertenece mucho más, y es mucho más apreciado por el contemplativo templado, calmo, que por el agitado hombre que ni siquiera es capaz de observarlo con atención por cruzar raudo el mar en su flamante jet-ski. Un bello valle da ciertamente todo su mensaje al que se detiene a degustarlo con calma y sin febricitación, y casi nada al que ya está pensando en qué y cuánto producirán sus suelos cuando los adquiera.
En esta línea la templanza y sólo la templanza da la seriedad. Porque seriedad es ver las cosas como ellas son, sin optimismos estúpidos, sin pesimismos ridículos y perezosos. El hombre que está dominado por las pasiones desbocadas, normalmente pone cualidades que no existen en el objeto de su pasión afectiva, o menosprecia tontamente lo que odia. Templanza en este sentido termina siendo sinónimo de seriedad.
Pero insistimos, es más importante ‘función’ de la templanza ser la pista donde alzamos vuelo hacia lo maravilloso. Y lo maravilloso toca en lo sacral, que toca en lo sagrado.
Por Saúl Castiblanco
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