Redacción (Miércoles, 03-04-2019, Gaudium Press) Seguramente alguna vez el lector se ha preguntado ¿Qué es lo que en última instancia decide y direcciona la historia de los hombres? ¿Por qué los imperios, sean milenares o efímeros en determinado momento ascienden y caen? ¿Qué es lo que decide la dirección que toman los acontecimientos en nuestro día a día? Y en lo más trascendente… ¿Qué factor impulsa la conversión tanto de los justos como de los pecadores más empedernidos y es capaz de cambiar la historia de un alma?
Alguno podría responder sumariamente que lo que mueve la historia tanto del mundo como de las almas es la voluntad de Dios. Y no se equivocaría en su respuesta, pues al fin de cuentas Cristo es Rey del Universo y por lo tanto Señor de la Historia. Pero se podría objetar:
¿Y entonces cuál es el papel del libre albedrío?
Difícil pregunta, a la que podríamos responder que su sentido está en ese punto donde se encuentra la voluntad de Dios con la voluntad del hombre. «Todo es gracia» decía Santa Teresita del Niño Jesús, y es la economía de la gracia la que exige la participación de los hombres en el plan de salvación. Esto es un gran misterio simbolizado en el cáliz de la Sangre de Cristo, completado por una gota de agua, que es el «fiat», el sí de los hijos de Dios, conformes a la voluntad Divina. Un «fiat» que nace del amor a Dios y que hace participar a los elegidos de la Pasión de Cristo, completando así con sus sufrimientos la obra de la Redención.
Escribía el Papa Benedicto XVI: «…comulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo, exige la liturgia de la vida, la participación en la Pasión del Siervo de Dios. En virtud de esta participación, nuestros sufrimientos se transforman en «sacrificio», y así podemos «suplir en (nuestra) carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo.» (Col 1, 24). 1
El centro de la Historia
El centro de la historia es la encarnación del Verbo, su vida, pasión, muerte y resurrección, y es en la unión y por medio de su sacrificio expiatorio, sublime misterio, que se decide el destino de los pueblos, de las almas, de la Iglesia, y se conquista la victoria de Dios en la Historia.
Por esto comentaba cierta vez el Dr. Plinio Correa de Oliveira «Los hombres que cargan grandes sufrimientos por amor a Dios, son los únicos grandes hombres de la historia» diríamos que los únicos verdaderamente decisivos, pues «tienen el timón de la historia en sus manos.» Ese timón es la Cruz, instrumento de suplicio e ignominia que se transformó en el arma que destruye el poder de las tinieblas, y en el símbolo por excelencia de heroísmo, realeza y de gloria.
«Stat Crux dum volvitur orbis» La Cruz permanece de pie mientras el mundo gira, es la sentencia que la orden de los cartujos adoptó como lema. Y es aquí que parece encontrarse la respuesta a las preguntas iniciales: Si las almas se convierten y se salvan, nacen los pueblos a la gracia, y los acontecimientos se deciden es en relación con la Cruz, Trono del Rey de la Historia.
Un Dios que busca víctimas
«No temas, porque el sufrimiento no es un castigo de Dios, sino más bien un pacto de amor que quiere hacerte semejante a su Hijo(…) Sufres, pero crees también que el propio Jesús sufre en ti y por ti y contigo y te va asociando en su Pasión, y tú, en tu condición de víctima, debes por tus hermanos lo que aún le falta a la Pasión de Jesucristo.» 2
Así escribía el Padre Pío de Pietrelcina a una de sus hijas espirituales animándole a entregarse a Dios como víctima expiatoria.
Para muchos que se hacen llamar Cristianos hoy en día parece incomprensible, incluso incómodo que un Dios de amor exija víctimas, hombres y mujeres que sufran suplicios enormes para cooperar en la Historia de la Salvación.
Sin embargo en el Siglo XVII, al aparecerse a Santa Margarita María Alacoque, Jesús, le dijo: «Yo busco una víctima que quiera ofrecerse para la realización de mis designios ¿No querrías darme tú tu corazón como refugio de mi amor sufriente al que todos desprecian?» 3
Es natural que el hombre moderno, materialista, egoísta y en muchos casos de religiosidad superficial y vacía, desprecie la cruz y huya del dolor. Pero que sea natural no quiere decir que sea correcto, ni conveniente. El misterio del sufrimiento que tanto atormenta a los filósofos de falsas religiones, por no encontrar explicación, solamente será esclarecido cuando suban el monte calvario y adoren el crucificado, pues el dolor humano solamente encuentra su verdadero significado desde la perspectiva católica.
Y en este punto deberíamos meditar seriamente, pues al fin de cuentas el valor salvífico, podríamos decir sacramental del sacrificio está en el mismo corazón de la Iglesia: la Santa Misa. Y la comunión de los santos que profesamos en nuestro Credo encuentra su significado íntimamente unido a este misterio.
El sacrificio del Cuerpo Místico
Como explica el Papa Benedicto XVI «La imagen individualista del hombre nos impide entender el gran misterio de la expiación: ya no somos capaces de comprender el significado de la forma vicaria de la existencia, porque, según nuestro modo de pensar, cada hombre vive encerrado en sí mismo; ya no vemos la profunda relación que hay entre todas nuestras vidas y su estar abrazadas en la existencia del Uno, del Hijo hecho hombre.» 4
Y sobre lo mismo se pronunció el Papa Pío XII en su encíclica Mystici Corporis: «es un misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante, el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del cuerpo místico de Jesucristo.» 5
Que difícil se nos hace entender que «El ‘Dios ofendido’, que tanto nos hace torcer el gesto a nosotros los modernos, no es otra cosa que el Padre que se deja herir en el alma, el Padre loco de amor y el Padre misericordioso además. Pero, entonces, ¿por qué exige la «reparación», la «satisfacción»? Porque no hay honor ni gloria mayor que el Creador pueda dar a su criatura que elevarla a la capacidad de poder «reparar», de poder darle algo a Él, Señor de todo. Es el primer paso para elevarla nada menos que a la dignidad divina, a su misma sublime altura.» 6
Dolor, gran medio de salvación
«Si la humanidad comprendiera el valor del sufrimiento, los hombres dejarían de perseguir el placer y solo buscarían el dolor» 7 exclamaba esa gran víctima del Siglo XX que fue el padre Pío de Pietrelcina a quien el mismo Jesús le dijo «Hijo mío, el amor se conoce en el dolor» 8, se conoce la caridad, que permanece en la eternidad y que a su vez es la única que nos puede abrir los ojos delante del insondable misterio de ese Dios que: «es sufriente puesto que es un enamorado». 9
Muchos se preguntan dentro de una perspectiva materialista y terrena ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué Dios permite el dolor?. Cuando la pregunta que deberían hacer con su mirada puesta en las realidades eternas y llenos de agradecimiento es: ¿Por qué tanto amor?.
Que bien nos hace meditar en esto a los que queremos alcanzar el Reino de los Cielos, pues «Una de las maravillas que ha obrado el Señor, es la de haber hecho utilísima la cosa más inútil: el dolor. Él lo ha glorificado con la obediencia y con el amor» 10, y como decía un conocido místico español, San Juan de la Cruz: «en el atardecer de esta vida seremos juzgados en el amor» 11, pues «la verdadera gloria solamente nace del dolor».12
Víctimas en el corazón de la Historia
«En el corazón de la Iglesia yo seré el amor» 13 proclamaba exultante una víctima expiatoria que encontró su vocación, Santa Teresita del Niño Jesús, joven carmelita que inmoló su vida por la salvación de las almas y el cumplimiento de los designios divinos, ya que nadie tiene «mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos.» 14
La más alta santidad la vemos reflejada en esas almas que podríamos llamar «eucarísticas» pues, «Existen personas que se han dado a sí mismas como alimento, que se han colocado por entero sobre el plato de la balanza, que se han arrojado en cuerpo y alma al abismo de la redención, que sólo se encuentran cómodas en la cruz, y en la cruz se han unido para siempre con el trigo y con las vidas eternas» 15
Estas almas siempre se han hecho presentes en el corazón de la historia, que es la Iglesia, especialmente en los tiempos de crisis, uniendo su holocausto al del Señor, para obtener la salvación de las almas, la derrota del demonio, y el advenimiento del Reino de Jesucristo sobre la tierra. ¿Y será que hoy en día la Iglesia no necesita del holocausto de una gran víctima?
Nos decía el Papa Pío IX, en su encíclica Miserentissimus Redemptor, «Cuánta sea, especialmente en nuestros tiempos , la necesidad de esta expiación y reparación, no se le ocultará a quien vea y contemple este mundo, como dijimos, ‘en poder del malo’ (1 Jn 5,19)» 16
¡Qué importancia y necesidad tan grande hay de que los cristianos comprendan este panorama!, pues como explicaba el Dr. Plinio Correa de Oliveira en una de sus oraciones:
«Es solo por la comprensión del papel del dolor y del misterio de la Cruz que la humanidad puede salvarse de la crisis tremenda en que se está hundiendo, y de las penas eternas que aguardan a los que hasta el último momento permanezcan cerrados a la invitación para caminar contigo (Jesucristo) en la vía dolorosa.
María Santísima, Madre de los Dolores por vuestras oraciones obtened que Dios multiplique sobre la tierra las almas que aman la Cruz. Esta es la gracia de valor incalculable, que os pedimos, en el crepúsculo de esta nuestra pobre y estropeada civilización.» 17
Unámonos al Cordero Inmolado en la actual pasión que vive la Iglesia, con la mirada puesta en la resurrección, en la derrota del mal, y con la certeza de la victoria de Nuestra Señora y de la Iglesia.
Por Santiago Vieto
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1- Benedicto XVI, El Camino Pascual (Trad. de Bartolomé Parera Galmés), Madrid, Biblioteca de autores cristianos, 1990, pp. 125 -126.
2- Padre Pío de Pietrelcina, Ep. III, p. 202.
3- Tomada del Libro Secreto del Padre Pío de Socci, falta la fuente original
4- Benedicto XVI, Jesús de Nazareth, op.cit.,pp. 195-196.
5- Encíclica Mystici Corporis, Papa Pio XII
6- Antonio Socci, El Secreto del Padre Pío, op.cit., p 379.
7- En A. Negrisolo-N. Castello -S.M.Manelli, Padre Pio nella sua interioritá, op.cit.,p265.
8- Cartas del Padre Pio de Pietrelcina: Ep.I, pp. 327 -328
9- J. Ratzinger, Guardare al crocifisso, op.cit, p.52.
10- P. Garrigou-Lagrange
11- San Juan de la Cruz
12- Catolicismo, N° 78 – Junio 1957, Plinio Correa de Oliveira
13- Historia de un alma, Santa Teresita del Niño Jesús.
14- Juan 15:13
15- Paul Claudel
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