Redacción (Lunes, 08-04-2019, Gaudium Press) Decía Plinio Corrêa de Oliveira -palabras más, palabras menos- que de acuerdo a nuestra reacción y actitud con relación a las alegrías de la inocencia, estaremos definiendo en buena medida nuestro futuro. Entremos en detalles.
¿Cómo son esas alegrías de la infancia? Decía el Dr. Plinio que son las que provienen de la construcción de un ‘Castillo Dorado’, de la siguiente manera: El niño -estamos imaginando un tierno infante- ve por ejemplo una bola de oro y se encanta, luego observa que se quiebra esa bola y siente un choque, es decir, ya hay algo interno que se alegra con la belleza y se choca con el desorden.
Luego observa un halago de su padre hacia su madre, y eso a él también le agrada; él siente que esa ternura manifestada está de acuerdo al buen orden de las cosas, un orden que se manifiesta en su interior y que entra en consonancia o en disonancia con las cosas que observa o que le ocurren.
Foto: GordonRamsay |
Más adelante el niño conoce el mar, y se extasía con su azul, con su grandeza, con el buen y gran orden del mar; con la forma, la sutileza o la fuerza de las olas, con la chispeante y blanca espuma; la arena de la playa del mar es materia prima para que el niño dé rienda suelta a su inocente imaginación, manteniendo el maravilloso fondo de cuadro del amplio y magno mar.
Y así por delante. Con todas esas impresiones, reacciones de su alma inocente, recuerdos, el infante va construyendo su propio y rico mundo interior, que es el mundo exterior pero interiorizado por su propio ‘prisma’ de inocencia, que se agrada con las cosas que condicen con la rectitud de su alma, que se choca con lo que contradice ese orden, que al final se alegra porque se siente instalado en un mundo que es reflejo de un cierto orden y que intuye como un escalón hacia un mundo mucho más perfecto, hacia un mundo celestial. Este es el Castillo Dorado en el que el niño vive.
El habitar en ese su Mundo, le es causa de una felicidad tranquila, muy profunda, plena, pero al mismo tiempo llena placidez, de tranquilidad, de serenidad. Es un tipo de felicidad profunda pero no ‘hiper-vibrátil’.
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Un día él prueba un rico helado de un sabor que le gusta especialmente, o que no había degustado pero que le encanta. Él puede sentirse empalagado con ese helado, puede sentir el deseo de repetirlo, de comerlo otra vez hasta hartarse y más, puede pasar el día entero pensando en la próxima vez que saboreará ese helado. La tentación es la de no degustar el helado por lo que tiene de especial, pero conservando siempre el dominio de sí, sino de querer sentir más intensamente y constantemente la fuerte ‘vibración’ que produjo el helado en su espíritu. Si el niño continúa teniendo primero un gusto y después un ansia de sólo aquellas cosas que producen hiper-vibraciones terminará introduciendo en su espíritu un elemento de desorden que después lleva al pecado: será la alegría agitada e hiper-movimentada de los gustos meramente sensibles, y habrá renunciado a las maravillas refulgentes pero también calmas de su Castillo Dorado.
Es claro, el problema se plantea también para los no niños, para cada uno de nosotros.
En el fondo el pecado no es comúnmente sino la utilización de la máquina de hiper-vibraciones que cada uno dejó construir en su espíritu, tras enviciarse en gustos hiper-vibrátiles, máquina que tornó a la persona egoísta -pues solo piensa en lo que le da hiper-vibraciones a él, en hiper-frecuencias-, máquina que le terminó cerrando el horizonte a las alegrías profundas pero calmas de la tierna infancia, que era un deleitarse sí con los seres, un deleitarse incluso físico, sereno, pero no sólo físico sino también espiritual, en el sentido de que veíamos en los seres el mensaje de ese mundo perfecto, celestial y divino que los seres comportan.
Foto: Lumiago |
La moraleja se impone: debemos hacer el camino de regreso, con la ayuda de Dios. Si un día un atardecer nos toca por lo especialmente bonito, no endurezcamos el corazón despreciándolo, sino que paremos y contemplemos un tanto su belleza, que es reflejo de la belleza del Creador.
Normalmente un atardecer no suscita las hiper-vibraciones, de la falsa hiper-felicidad, sino que ofrece alegrías serenas y calmas, y por ello inocentes.
Y cuidado con las hiper-vibraciones, con el gusto por las hiper-vibraciones y con las cosas que producen hiper-vibraciones: ellas tienden a dominar el espíritu, a cerrar el panorama del conjunto de las múltiples maravillas que hay en la Creación, van preparando el terreno del vicio y del pecado; al principio en su rugir furioso y agitado podrán dar cierta sensación del fuerte placer, pero al final traen el tedio, el fastidio, el cansancio, el deseo circularmente vicioso de buscar más hiper-vibraciones, y más.
Por Saúl Castiblanco
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