Redacción (Miércoles, 10-04-2019, Gaudium Press) En una tesis completamente inédita y maravillosa, afirmó Plinio Corrêa de Oliveira en su insigne obra Revolución y Contra-Revolución que lo que une las que llamó tres grandes revoluciones de Occidente -la Revolución Protestante, la Revolución Francesa y la Revolución Comunista- eran particularmente dos tendencias desordenadas, dos pasiones humanas desbocadas, el orgullo y la sensualidad. En la misma línea va la que llamó IV Revolución, es decir todos los movimientos de contra-cultura nacidos alrededor del Mayo del 68 francés, con su ‘prohibido prohibir’, su ‘imaginación al poder’ y sus consecuentes estilos tipo hippie, anarquismo, punk, etc.
El orgullo humano desbocado no acepta ninguna desigualdad, incluso las legítimas, y atacó la desigualdad religiosa durante el Protestantismo desconociendo el primado Papal, la social y política en la Revolución de la Bastilla negando el origen divino de la autoridad, y la desigualdad económica en la Revolución de Octubre negando la propiedad privada de los medios de producción. La sensualidad, o concupiscencia de apetitos sensibles desbocada, llevó a la introducción, por ejemplo, del divorcio durante el Protestantismo, continuó con la desintegración de la unidad familiar en todos los movimientos consecuentes con la Revolución Francesa y buscó la destrucción total de la familia en la Revolución roja, pues los hijos no serían de la familia sino pertenecientes al Estado. Los deseos incontrolados de apetitos sensibles, particularmente los atentatorios contra el sexto mandamiento de la Ley de Dios, propugnan hacia el ‘amor libre’ desenfrenado, del estilo Peace and Love, destructor de la familia, pues ve la familia como una cárcel que le impide dar rienda suelta a esta pasión, amor libre que encuentra su máxima expresión en la IV Revolución.
Una máquina interna, hiper-revolucionada… Foto: Harukio |
Iluminadora tesis, explicativa, simple, genial.
Entretanto, explicaba el Dr. Plinio en unas reuniones, que hay algo que une el orgullo y la sensibilidad desbocada, que es incluso previo al orgullo y la sensualidad, y es lo que llamaba hiper-vibración.
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El orgulloso es super-‘vibrátil’. Aunque aparente cierto dominio de sí, el orgulloso tiene un radar demasiado activo, a la caza de todo lo que crea alimenta su orgullo o afecta su orgullo. Es tan ruin el orgullo, que llega a sentir menoscabo en su supuesta grandeza incluso cuando contempla la virtud ajena, inclusive la santidad. La santidad no sólo despierta el recelo de quien siente acusada su conciencia en presencia de la virtud, sino que el orgulloso llega hasta creer que el brillo de la santidad debería pertenecerle, y que el santo en el fondo está robando el brillo que le pertenece a sí.
El orgulloso es hiper-comparativo y no admirativo. Puede ser incluso un potentado, que en tesis todo lo tiene, pero consciente o subconscientemente su radar interno está hiper-revolucionado a la caza de las superioridades ajenas, de las virtudes externas, de las meras cualidades presentes en otros -puede ser hasta un mendigo- no para admirarlas sino para envidiarlas, para minusvalorarlas, para sentirlas como fuego que quema su piel en ese juego loco de aprecio-desprecio: la cualidad ajena lo inquieta, lo atormenta, no lo deja en paz, pone en hiper-funcionamiento su desasosiego, porque por más grande que se sea, siempre habrá cosas que no se posea y que sí tienen los otros.
Mientras que para el alma inocente los seres del universo son fuente de admiración, maravillamiento y alegría, para el orgulloso es ocasión de tormento.
Y ni se hable de como el orgulloso ‘hiper-vibra’ buscando que se reconozca y alabe su superioridad, real o mentirosa. El orgullo es como la tinta madre de la hiper-vibración.
Dígase lo mismo del hiper-sensual: su ‘máquina vibrátil’ rueda loca y desesperada a la caza de cualquier placer que obnubile sus sentidos; cuando alcanza algún deleite quiere vivirlo hiper-revolucionadamente, su gusto agitado de placeres sensuales cuando encuentra algo que lo satisface recurre a la monomanía, que a veces cesa abruptamente cuando el placer se desgasta, si es que no se queda enviciada también monomaniacamente pero sin el placer inicial.
Comprueba la unión hiper-vibrátil entre el orgullo y la sensualidad, el que la regla general sea que orgullo e impureza vayan juntos, de la mano, casi indisolubles.
La bella templanza de un bello mar en calma… Foto: María Micoletán |
Por eso es transcendental la templanza, tanto para el ser humano individualmente considerado, cuanto para la civilización, pues la templanza impide que la hiper-vibración esclavice nuestro espíritu.
La opción templanza vs. hiper-vibración se da en la temprana infancia, como hemos tratado en otras notas.
Pero aunque hayamos optado mal, siempre habrá la posibilidad de tomar con la ayuda de Dios el camino de regreso, hacia la contemplación ordenada, armónica, admirativa y verdaderamente degustativa del orden del Universo. De este tema, con la ayuda de Dios, trataremos en futuras ocasiones.
Por Saúl Castiblanco
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