Redacción (Viernes, 12-04-2019, Gaudium Press) Decía Plinio Corrêa de Oliveira que es posible hablar de dos tipos de conocimiento, el racional-analítico (inductivo o deductivo) y el contemplativo-maravilloso. El uno profundiza en los seres hasta el detalle, el otro los eleva hacia el arquetipo, hacia ese mismo ser pero maravilloso, hacia lo que sería ese ser si correspondiese enteramente a la idea perfecta que Dios tiene de él.
Ejemplificaba el Dr. Plinio este último tipo de conocimiento -que consideraba aún más ilustrativo que el conocimiento racional- con un ‘chopp’, con un buen vaso de cerveza del barril.
Teniendo una excelente institutriz alemana, que amaba mucho a su patria, a través de ella y en moderadas cantidades, conoció el Dr. Plinio las delicias de la buena cerveza. Entretanto, no era esta ‘perfecta’, era del tipo Castelo Branco, llamada así en memoria a un ex presidente del Brasil.
Foto: Oscar Anton |
Por ejemplo, la Castelo Branco no producía casi nada de espuma, y él intuía que un vaso de una cerveza perfecta debía tener una buena dosis de espuma en su parte superior, espuma que constituía como la ‘corona’ de la cerveza; una cerveza sin espuma era para él como una camisa sin cuello.
También veía el Dr. Plinio con agrado las pequeñas burbujas que había dentro del dorado de la cerveza, sentía que estas burbujas ayudaban al paladar a degustar mejor su sabor y percibía que un poco más de burbujas sería algo aún más perfecto.
El dorado, el frío, la luz. En su inocente mentalidad descubridora de la perfección de los seres -que son reflejos de Dios- , el Dr. Plinio gustaría de un dorado más concentrado en el color de su cerveza infantil, afirmaba que las delicias del frío estaban hechas para ser degustadas en una buena cerveza y que la luz quedaba aún mejor atrapada en el dorado de la cerveza que en la maravillosa agua. Había él, pues, construido su cerveza perfecta, con buena espuma, más dorada, con un frío perfecto para degustar el sabor, con destellos magníficos cuando incidía en ella la luz del sol.
Y esta construcción de la cerveza perfecta, lejos de hacerlo despreciar la Castelo Branco, hacía que quisiese aún con más intensidad saborear esta Castelo, pues su degustación era ocasión para ‘tocar’ con su espíritu en la Cerveza Perfecta, la Cerveza Ideal que él había construido en su espíritu.
El ‘proceso’ anterior, es algo que con mayor o menor intensidad, en contacto con diferentes seres o tipos de seres y de acuerdo a cada luz primordial, ocurre con cada niño, pues corresponde a su instinto de perfección, su instinto de infinito, presente en todo ser humano. Son las profundas alegrías de la infancia que se manifiestan cuando el niño satisface de esa manera su instinto de perfección.
Pero ahí se presenta un problema crucial, muy delicado, fundamental, el problema del apego y la templanza.
Resulta que esas ‘degustaciones’ maravillosas de la infancia son muy placenteras. Y la tendencia del ser humano cuando el placer es muy grande, muy intenso, es a querer gozar ese placer a todo momento en intensidades aún mayores, y con ello entra la intemperancia, la no templanza, el apego desordenado a los seres, que como comentábamos en nota anterior, es la ruina del hombre y la civilización. La intemperancia lleva a la animalidad, al vicio y al pecado.
Entonces, es preciso que el hombre adquiera ese dominio férreo sobre el apetito de los gustos sensibles, incluso para que pueda degustar mejor y espiritualmente esos deleites, para que ellos sean escalera maravillosa y serena que lo lleva a Dios, Alegría perfecta, y no tobogán que lo conduzca al abismo.
Para ello es necesaria la gracia de Dios, y una buena educación.
En futura nota, con el favor de Dios, hablaremos del papel de la gracia, no solo favoreciendo la templanza, sino también la ‘degustación’ rumbo al Absoluto.
Por Saúl Castiblanco
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