Redacción (Martes, 23-04-2019, Gaudium Press) Ponía Mons. Juan Clá, EP en términos teológicos un término acuñado por Plinio Corrêa de Oliveira, que es el de ‘flash’. El flash es un tipo de gracia ‘mística’ por el cual Dios pone en movimiento los dones del Espíritu Santo, particularmente el don de la Sabiduría, que es aquel en el que el hombre tiene un conocimiento ‘sabroso’ de Dios y de sus obras, del Orden del Universo, flash que le muestra al hombre que todo el Universo tiene origen en la Causa Primera -el Creador-, que depende de la Causa Primera, y que refleja a la Causa Primera. El flash puede darse también en la persona que no está en gracia de Dios para moverlo a recuperar la gracia santificante y esa visión del Orden del Universo, que normalmente era la alegría de la vida del niño.
El flash aporta un conocimiento degustativo, es decir, comúnmente la persona se siente alegre, siente con gozo la presencia de Dios por ejemplo en un pajarito, ve ese pajarito y percibe que él es verdaderamente -incluso aunque no lo pueda poner en palabras- una obra de Dios, que lo refleja en tal o cual aspecto, v. gr. en su inocencia, en su agilidad, en su colorido, en su gallardía, etc., y siente una alegría interna con ello, alegría que lo anima a ser más bueno, a practicar la virtud, o a enderezar la vida.
Decía el Dr. Plinio que esta gracia es como un regalo de Dios especialmente para las nuevas generaciones, que se mueven mucho más por la sensibilidad que por la razón, aunque el Dr. Plinio decía que el flash que sí es gustoso, florecía por completo cuando ayudaba a formar en el espíritu una estructura de principios conformes a la moral católica y a la doctrina divina.
Siendo el flash una gracia, depende por definición de la acción de Dios, el hombre no puede producir flashes por su propio esfuerzo. Entretanto, Dios la envía con frecuencia, y conociendo la grandísima gracia que es, el hombre primero puede implorarla; puede también ambientarla, es decir buscando tener un espíritu admirativo del Orden del Universo que refleja a Dios; y finalmente puede buscar ‘solidificar’ el flash, es decir ‘explicitando’ el flash recibido, es decir, intentando poner en palabras aquello que el flash mostró, por ejemplo, cómo Dios es bueno, cómo es justo, cómo sus leyes son sabias y bondadosas, y buscando que esos principios se afirmen en el espíritu como quien graba una ley con letras de bronce, principios que después servirán como mampara cuando llegue la hora de la prueba.
El flash iluminando la relación que tiene toda la Creación con Dios -desde una hormiguita que carga con esfuerzo y decisión una hoja más grande que su tamaño, hasta el brillo fugaz, gigantesco y sonoro de un rayo en un cielo despejado- se ejerce particularmente sobre la humanidad, que es la más alta obra visible de la Creación. Y aquí llegamos al punto que -de la mano de la doctrina del Dr. Plinio- queremos abordar particularmente hoy.
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Decía el Dr. Plinio que el demonio buscaba falsear las monedas más valiosas y no las menos, y que esa era su intención inspirando el panteísmo y el romanticismo:
El panteísmo -que afirma en líneas generales que todo es Dios, que somos Dios (cualquier parecido con lo que decía la serpiente a Eva en el paraíso, no es mera coincidencia), que en el fondo la felicidad se encuentra en anular el ser individual para re-integrarse en el gran conjunto de los seres que no son sino pedazos de Dios que deben re-unificarse- es solo burda tergiversación de algo que es muy cierto, y es que todos los seres, particularmente los seres humanos, somos participación del Ser Divino, y que la felicidad de los seres humanos está en la Unión con Dios, pero sin anular nuestras individualidades, pues justamente es en ellas que se refleja a Dios, que Dios refleja las perfecciones de su Infinito Ser.
El asunto del romanticismo es un poco más complejo, pero tal vez más interesante.
Resulta que Dios no nos creó individualmente, no creó un solo ser humano perfecto reflejo suyo, sino que creó muchos seres humanos, porque como explica Santo Tomás, era imposible que la perfección de Dios se reflejara en un solo hombre por más perfecto que fuera. La Divinidad crea muchos seres humanos que no son elementos sueltos sino que los crea para que formen un conjunto, los crea similares pero diferentes, y les da instinto de sociabilidad para que se relacionen entre sí, y para que se completen entre sí.
¿Y dónde entra aquí el flash?
Siendo el flash una ‘visión’ de las perfecciones divinas a partir del orden creado visible -no podemos ver a los ángeles- y siendo el ser humano el más alto ser de la creación visible, es normal que los flashes -que no quieren otra cosa sino ‘mostrarnos’ de la mejor manera a Dios- iluminen sobre los hombres, pues nada mejor para hacer degustar quien es Dios que brillar sobre el ser que mejor lo refleja que es el hombre.
Decía entonces el Dr. Plinio que el flash comúnmente se ejerce sobre los hombres, mostrándonos el ‘Príncipe heredero de cada uno’, es decir lo que sería aquel hombre si fuese perfecto, lo que sería aquel si correspondiese enteramente al plano divino, porque es en esa visión donde estaríamos ‘viendo’ de la mejor forma las perfecciones divinas.
Afirmaba el Dr. Plinio que era así que se tornaba comprensible la sociedad humana, pues si el hombre trataba a los demás en función del Otro-perfecto que cada uno ya en potencia era -lo que era desvendado por el flash-, era más fácil que surgiese esa Civilización del amor de la que hablaba Juan Pablo II. Expresaba el Dr. Plinio que siendo el conjunto de los hombres el mayor reflejo visible de Dios, era normal que Dios quisiese nuestra contemplación de los hombres para verlo a Él en ellos. Pero que siendo el hombre comúnmente malo, no de acuerdo al plan de Dios, Dios nos mandaba flashes no para verlo tal cual era sino para contemplarlo como debería ser, y así viéndolo, viésemos a Dios en el conjunto de los hombres, y lo amásemos en el conjunto de los hombres en potencia perfectos, e incluso tratásemos a los hombres en función de su divina potencialidad, y no en función de su actual maldad, a la que por supuesto tampoco éramos ciegos.
Maravilloso, ¿no?
Y que el demonio viendo eso, quiso falsear ese relacionamiento entre los hombres con el romanticismo, es decir, inspirando la idea consciente o subconsciente de que es en un relacionamiento cerrado con la pareja «media-naranja-perfecta-que-me-adora» donde se encontrará la felicidad, cuando la felicidad se encuentra adecuadamente en una contemplación de Dios en el conjunto de la Creación, y -según lo anterior – en el conjunto de los humanos considerados como ‘Príncipes-Herederos-de-Sí-Mismos’.
Dejamos por aquí, pues ha sido una doctrina muy interesante la expuesta, y vale la pena pensar en ella.
Por Saúl Castiblanco
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