Redacción (Martes, 30-04-2019, Gaudium Press) Recordaba en diversas ocasiones el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira la frase de la hoy Santa Maravillas de Jesús, hija del Marqués de Pidal y fundadora del convento de las Carmelitas en el Cerro de los Ángeles, donde está el monumento al Sagrado Corazón de Jesús en Getafe, España: «Si tú le dejas», decía ella, «si tú le dejas…».
«Si tú le dejas» que Dios te santifique, era el sentido de la frase de la Madre Maravillas, que significaba el deseo de Dios de llevar a todos los hombres hasta la unión íntima con él.
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Para santificarnos no son suficientes las virtudes sobrenaturales, es necesaria la acción de los dones del Espíritu Santo.
Dice el famoso P. Arintero que «según enseña Santo Tomás, y reconocen la generalidad de los teólogos, esa perfección y ese heroísmo [de los santos], sobre todo habituales, son obra manifiesta de los dones del Espíritu Santo y los presuponen bien desarrollados y ejercitados. Ahora bien, este ejercicio normal de los dones, haciendo como hace que el alma venga a proceder de un modo espiritual, sobrehumano y divino, es cabalmente lo que de una manera indiscutible constituye y caracteriza el estado místico; luego así como no puede haber verdaderos santos no heroicos en la virtud, o no espirituales y perfectos en Cristo, así tampoco los puede haber no místicos», 1 es decir no pueden haber santos que hayan sido hecho santos sin el influjo místico de los dones del Espíritu Santo.
Si lo anterior lo juntamos con lo que decía la mística Madre Maravillas (porque ella fue una gran mística), hemos de decir que Dios tiene grandes deseos efectivos de que la acción de los dones del Espíritu Santo se ejerza en nuestras almas. Si nosotros lo dejamos; que es que a veces no lo dejamos.
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Lo de arriba se puede juntar a su vez con lo que decía el Dr. Plinio, de que Dios continuamente nos manda ‘flashes’ que era como él titulaba a esas especiales gracias que mueven particularmente el don de Sabiduría, según se habló de ello en nota anterior.
Recordemos lo que nos dice el P. Royo Marín, de que la sabiduría es el más perfecto de los dones del Espíritu Santo, pues «siendo la caridad la más perfecta de todas las virtudes, nada tiene de extraño que el don encargado de perfeccionarla -dándole la modalidad divina que la caridad reclama por su propia naturaleza perfectísima- sea también el más perfecto de los dones», siendo este el don de Sabiduría. 2
Y citemos la definición que el mismo Padre Royo hace de este el más alto de los dones, cuando nos dice que «el don de la Sabiduría es un hábito sobrenatural inseparable de la caridad por el cual juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus últimas y altísimas causas bajo el instinto especial del Espíritu Santo, que nos las hace saborear por cierta connaturalidad y simpatía». El propio Padre Royo Marín nos aclara que aunque el don de sabiduría «recae primaria y principalísimamente sobre el mismo Dios», «esto no es obstáculo para que su juicio se extienda también a las cosas creadas, descubriendo en ellas sus últimas causas y razones, que las entroncan y relacionan con Dios en el conjunto maravilloso de la creación. Es como una visión desde la eternidad que abarca todo lo creado con una mirada escrutadora, relacionándolo con Dios, en su más alta y profunda significación, por sus razones divinas. Aun las cosas creadas son contempladas por el don de sabiduría divinamente». 3
Es en ese sentido que afirma Mons. Juan Clá refiriéndose al Dr. Plinio, que «él tenía el don de sabiduría tan excelsamente desarrollado en el alma que, mirando para un objeto cualquiera, de inmediato subía para lo que había de más perfecto en aquella línea y encontraba el arquetipo que daba origen a aquella belleza»; 4 es decir que él contemplando una bola dorada de navidad, rápidamente se elevaba a la bola dorada perfecta, arquetípica, e intuía en ella su relación con la Divinidad en quien se halla la razón y causa de esa bola, y de todo el conjunto de la Creación.
Esto que en grado eminente existía en el Dr. Plinio, es también la invitación continua que Dios hace a todos los hombres por medio de los flashes.
Imaginemos que en los días santos que acaban de pasar, fuimos tocados especialmente por una imagen del Señor Flagelado, tal vez una imagen que ya habíamos visto varias veces, pero que en esta procesión de Viernes Santo brilló para nosotros con un fulgor especial, nos tocó en lo profundo del corazón. Y percibimos de manera no sólo intelectual sino experimental, no sólo el gran sufrimiento que padeció Cristo, sino su infinita bondad al someterse a todos esos suplicios por amor a los hombres. El ‘flash’ a partir de la contemplación de una imagen, nos mostró con delectación un aspecto de la Causa Causarum, el de su Bondad.
Flashes así, Dios manda constantemente a los hombres, solo que no nos dejamos tocar por ellos, no dejamos que Dios nos santifique con ellos. Pero «si tú le dejas…».
Dejar que Dios nos santifique es saber que el momento más importante del día es cuando Dios nos visitó con esos flashes, esas gracias de orden místico. Dejar que Dios actúe es recordar esos momentos, sacar conclusiones, permitir que ellos ‘estructuren’ nuestras almas y nuestras vidas.
‘Si nosotros lo dejamos…’
Por Saúl Castiblanco
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1 Arintero, Juan. O.P. Cuestiones Místicas. BAC. 1956. p. 402
2 Royo María, Antonio. O.P. Teología de la Caridad. 2da. Edición. BAC. p.158
3 Ibídem. p. 159
4 Mons. Joao Scognamiglio Clá Dias, EP. O Dom de Sabedoria na Mente, Vida e Obra de Plinio Corrêa de Oliveira – Vol I – Inocencia o Início da Sabedoria. Libreria Editrice Vaticana. 2016. p. 46
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