Redacción (Viernes, 03-05-2019, Gaudium Press) Distantes como un polo del otro, cristianismo y marxismo enseñan de manera totalmente distinta la solidaridad humana, la comprensión y la tolerancia. Sin embargo desde el Concilio Vaticano II a los turbulentos días de hoy, teólogos de diferentes órdenes religiosas se pusieron en el trabajo –algunos tal vez de buena fe- de intentar articular dos visiones de Dios, la sociedad y el hombre diametralmente opuestas. Pero los más perjudiciales no fueron tanto estos, sino los que ante la evidencia de esa oposición irreconciliable, intentaron entonces una síntesis hegeliana entre lo que llamarían la tesis y la anti-tesis. Lo que terminó en un rotundo fracaso y agudiza la crisis de fe que hoy padecemos. Recordemos que la Virgen dijo en Fátima que Rusia esparcirá sus errores por el mundo.
Así los niños pastorcitos no entendieran mucho lo que Nuestra Señora les estaba revelando -como le sucedió a Santa Bernardita con el dogma de la Inmaculada Concepción- no es de descartar que algo de ese secreto podría haberse referido a todo lo que estamos viendo dentro de nuestra Santa Iglesia Católica Apostólica Romana … y la sonrisa burlona de muchos intelectuales escépticos que creen estar asistiendo a la defunción del Cristianismo. Pero la sonrisa de los escépticos jamás detuvo la marcha victoriosa de los hombres de fe, decía alguna vez Plinio Corrêa de Oliveira.
El Cristianismo es imbatible desde el punto de vista doctrinal, porque es la única enseñanza perfecta de lo que es el amor. Amor verdadero, amor en su más alta expresión, y escrito con letras doradas de bello estilo gótico. No estamos hablando de ese amor espurio, sentimental y romántico de los novelistas del siglo XIX ni muncho menos de la hediondez de lo que hoy se entiende por amor, dolorosamente envilecido por la revolución sexual de los años sesenta. Si alguien encuentra una definición mejor que la que nos dejó San Pablo (Cor 13, 4-8) puede libremente divulgarla.
Marx enseñó el odio de clases. Y sus secuaces y seguidores lo aplican con una desfachatez asombrosa mientas hablan de paz y solidaridad humana. La base de la lucha de clases para este monstruo y aprendiz de filosofía era el odio: Odio como factor de lucha, odio intransigente al enemigo, odio capaz de impulsar un ser humano para más allá de sus límites naturales y transformarlo en un fría, violenta y eficaz máquina de matar, decía el Che Guevara, sobresaliente discípulo de Marx.
Esta teoría de la lucha de clases sociales ha sido trasladada gradual e inadvertidamente a la familia, la escuela, la empresa, los militares e incluso a algunas órdenes religiosas. Pero no contento con esto, ese odio se perfila en cierto tipo de feminismo resentido y vengativo que ha vuelto bandera algunas de las innegables discriminaciones de siglos anteriores. También a las razas las metieron en ese esquema de odio y cobranzas violentas de antiguas deudas que la ignorancia y el primitivo desarrollo social, dejaron pendientes sobre todo por no haberse aplicado a fondo la doctrina cristiana que emanaba de los Santos Evangelios como un aroma apaciguador. Es un odio que no perdona, porque no conoce ni el significado de esa palabra ni el más alto sentido de ese sentimiento humano, tan asociado al Sagrado Corazón de Jesús que por supuesto no significa absolutamente nada para un marxista.
Obreros contra patronos, alumnos contra profesores, hijos contra padres, mujeres contra hombres, subalternos contra autoridades. ¡La locura! El desprecio rotundo a lo que Cristo nos enseñó: Caridad fraterna de la que la teología de la liberación quiso hacerle una relectura con principios marxistas.
Hoy tenemos odio por todas partes, resultado de esa fatídica doctrina marxista-leninista que se llama la lucha de clases cuya enseñanza en colegios y universidades es pan diario de profesores que atosigan e intoxican sin control alguno a sus ingenuos pupilos, los mismo que estimulados por ellos salen a las calles a romper vitrinas, ultrajar monumentos religiosos, destruir cuanto se les atraviese en esas marchas que la policía debe proteger contra la indignada reacción de impotentes ciudadanos que no están de acuerdo con todo eso, pero que deben callar y soportar el atropello en aras de la libertad y la tolerancia, entendidas por supuesto como las entiende el marxista y no el cristiano.
El intento de imponer políticamente esa doctrina de lucha de clases, ciertamente fracasó en los países que se fueron por el camino del capitalismo de Estado o comunismo propiamente dicho. Pero al parecer no era ese el objetivo pleno. Se trataba de contaminar el ambiente como el humo del cigarrillo contamina inadvertidamente, y envenenarle la vida al ser humano aunque no se triunfara políticamente como ha quedado evidente con la caída de la URSS, el fracaso económico de Cuba y la transformación de China en cruel capitalismo estatista, con mano de obra esclavizada -y de paso, implacable persecución religiosa, especialmente contra el cristianismo y los sufridos católicos chinos, para los cuales bien se podría organizar una gran recolección de limosnas.
Por Antonio Borda
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