Ciudad del Vaticano (Lunes, 27-05-2019, Gaudium Press) En la meditación del Regina Coeli de ayer, en la Plaza de San Pedro, el Papa profundizó en el evangelio del día, en el que el Señor, en la Última Cena, anuncia la venida del Espíritu Santo, el Defensor:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: ‘Me voy y vuelvo a vuestro lado’. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo». (Jn 14,23-29)
Ante la inminencia de la muerte y de la partida del Señor al cielo, Jesús da ánimo a los discípulos diciéndoles que «no se quedarán solos», sino que estará junto a los fieles el «Paráclito», «para sostener y consolar», afirmó el Papa.
«La tarea del Espíritu Santo es hacer recordar a las personas, es decir, hacerlas comprender plenamente e inducirlas a poner en práctica concretamente las enseñanzas de Jesús».
Es «precisamente ésta es también la ‘misión de la Iglesia’, llevada a cabo a través de un estilo de vida preciso, caracterizado por ciertas exigencias: la fe en el Señor y la observancia de su Palabra; la docilidad a la acción del Espíritu, que hace vivo y presente continuamente al Señor resucitado; la acogida de su paz y el testimonio de ella con actitud de apertura y de encuentro con los demás», enseñó el Pontífice.
«Se trata de liberarnos de las ataduras mundanas que representan nuestros puntos de vista, nuestras estrategias, nuestros objetivos, que a menudo pesan sobre el camino de la fe, y de ponernos a la escucha dócil de la Palabra del Señor».
Indica Francisco que «es el Espíritu de Dios quien nos guía y guía a la Iglesia, para que resplandezca el auténtico rostro de la Iglesia, bello y luminoso, querido por Cristo».
El Papa concluyó su meditación pidiendo abrir los corazones a la acción del Espiritu Santo, e invocó el auxilio de la Virgen «para que nos ayude también a dejarnos instruir y guiar por el Paráclito, y poder así «acoger la Palabra de Dios y dar testimonio de ella con nuestra vida».
Con información de Vatican News
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