viernes, 22 de noviembre de 2024
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Cuando todo parezca perdido, esa es la hora de Dios

Redacción (Jueves, 30-05-2019, Gaudium Press) Exhalación de su infinita bondad, Dios crea la tierra y los hombres, para que hagan de la tierra un cielo. Pero los hombres pecan, es la historia de Caín, del Diluvio, de Sodoma, hasta que el Señor se escoge un pueblo para sí, en el que él derramaría las mieles de sus dones.

«Realmente el mundo antiguo se sentía decrépito y agotado, hundido en una corrupción de costumbres nunca vista, desgastado por escándalos, corroído por la idolatría, por la dureza de corazón, la codicia, la crueldad, el trato impío entre los hombres, la tiranía, etcétera. Así pues, caminaba inexorablemente hacia la ruina. Según los comentaristas, esas eran las ‘tinieblas’ en las cuales brilló la luz del Salvador, según el Evangelio de San juan (Cf. Jn 1, 5)» 1 Ese era el mundo antiguo a la llegada del Salvador.

Bien, esto era el mundo… ¿pero el pueblo escogido, el pueblo judío?

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Ascensión del Señor, en el Museo del Louvre, París

«No escapaban a la mirada de San José los pecados cometidos en el Templo por los sacerdotes (cf. Ez 8), las conspiraciones del Sanedrín y el estado general de tibieza y mundanismo del pueblo elegido», 2 expone Mons. Juan Clá en su espléndida obra San José: ¿Quién lo conoce? «Los vicios», continúa, «dominaban el corazón de muchos fariseos y de buena parte de la clase sacerdotal – por cierto, vicios bien conocidos por la Virgen y San José». 3

Era una descomposición tal, que ese pueblo elegido llegó a aniquilar al Justo «instigado por sus jefes, a pesar de haber escuchado la maravillosa doctrina y asistido a los impresionantes milagros realizados por Nuestro Señor». 4

Si revisamos las revelaciones de la Beata Anna Catalina Emmerick, se hallarán ahí numerosos signos de corrupción del pueblo judío, particularmente de los fariseos, quienes desde el inicio de la vida pública, e incluso antes, miraron con deseo de perdición al Cordero de Dios.

Algún justo que mirase en profundidad la situación de esos tiempos podría haberse preguntado para qué el Creador había hecho el mundo. ¿Para que finalmente los hombres se constituyesen en esclavos del demonio y constituyesen un infierno aquí en la tierra? Y sin embargo, ese triste observador no se estaría dando cuenta que se encontraba en la «plenitud de los tiempos» (Gal 4, 4), es decir el momento de más brillo de la humanidad, por el nacimiento del Mesías.

Durante 20 siglos los hombres han escuchado los relatos, y meditado con admiración las formidables proezas realizadas por el frágil, muerto y resucitado Niño Dios, y luego por el puñado de hombres que él trasformó, y que constituyeron su Iglesia naciente, Iglesia que tomó cuenta del mundo. En medio de la terrible oscuridad brillaba la luz más pura, más bella, más luminosa.

Es una ley de la historia: cuando el demonio grita victoria, Dios se concede victorias más y más espectaculares. Esa ley nos debe animar, nos debe consolar en los oscuros días de hoy. No hay razón para el desánimo: «confianza Yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33), dijo el Señor.

Por Carlos Castro

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1 Mons. Joao Scognamiglio Clá Dias, EP. Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios dominicales Ciclo A – Domingos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. Lilberria Editrice Vaticana – Heraldos del Evangelio. Lima. 2014. p.124
2 Mons. Joao Scognamiglio Clá Dias, EP. San José: ¿Quién lo conoce? Asociación Caridad y Verdad. Lima. 2017. p. 364.
3 Ibídem, p. 368
4 Ibídem, pp. 368-369.

 

 

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