martes, 19 de marzo de 2024
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San Antonio y el fuego del Espíritu Santo

Redacción (Jueves, 13-06-2019, Gaudium Press) Hace poco fue el domingo del Espíritu Santo y domingo de Pentecostés y, hoy fue la fiesta de San Antonio.

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Feliz coincidencia para escuchar al Santo que es de Lisboa, de Padua y del Mundo hablar sobre el Espíritu de Santidad, de Entendimiento, de Sabiduría y de todas las virtudes.

Trascribiremos extractos de uno de los sermones de San Antonio de Padua que trae hasta nosotros el ardor y leveza del orador, la sabiduría y la profundidad teológica de las predicaciones del «Doctor Evangélico».

En pocas palabras, veamos, entonces, el entendimiento, la ciencia, la piedad, la belleza de los comentarios que San Antonio hace al comparar el fuego material con el fuego del Espíritu Santo:

-Lo que el fuego material hace con el hierro, hace el fuego del Espíritu con el corazón malvado, frío y endurecido.

Por la infusión de ese fuego, el alma aparta de sí toda inmundicia, insensibilidad y dureza, y se transforma a semejanza de Aquel que la inflamó. Para eso es dado al hombre, para eso le es infundido: que, cuanto le sea posible, a él se configure.

Gracias al abrasamiento del fuego divino, el hombre se torna totalmente incandescente, arde por entero y se disuelve en el amor de Dios, como dice el Apóstol: «El amor de Dios fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Rm 5, 5).

Siete propiedades del fuego, siete dones del Espíritu Santo

Considera que el fuego, al quemar las cosas altas, las disminuye;

aglutina lo que está dividido, como el hierro con el hierro;

clarifica las cosas oscuras;

penetra en las duras; está siempre en movimiento;

dirige para arriba todos sus movimientos o ímpetus, huyendo de la tierra;

y envuelve en su propia acción (de quemar) todas las cosas por él atacadas.

Espíritu Santo

Estas siete propiedades del fuego pueden ser aplicadas a los siete dones del Espíritu Santo:

Por el don del temor, Él baja las cosas altas, o sea, humilla a los soberbios;

por el don de la piedad, une las cosas divididas, esto es, los corazones discordantes;

por el don de la ciencia, aclara las cosas oscuras;

por el don de la fortaleza, penetra en los corazones endurecidos;

por el don del consejo, está siempre en movimiento, porque aquel que recibió la inspiración no languidece en la ociosidad, sino se mueve con fervor para buscar su salvación y la de su prójimo, pues la gracia del Espíritu Santo no conoce esfuerzos lentos y tardíos;

por el don del entendimiento, influye en todos los sentimientos, porque con su inspiración da al hombre la capacidad de entender – esto es, de leer dentro, leer en el corazón – para buscar las cosas celestes y huir de las terrenas;

por el don de sabiduría, transforma la mente, en la cual se infunde, según su propia operación, tornándola capaz de saborear las cosas del espíritu.

Dice el Eclesiástico: «Perfumé mi habitación» (24, 21).

(Extractos del Sermón 76 – En la fiesta de Pentecostés)

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