martes, 19 de marzo de 2024
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Dolor, cruz y alegría: el secreto de la vida

Redacción (Viernes, 14-06-2019, Gaudium Press) Cuando se escribiese su biografía, el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira sólo pedía una cosa: que no se escondiese el dolor omnipresente en su vida, pues su historia tendría que ser vista bajo el prisma de sus sufrimientos, de sus sacrificios. Quien no la viese así, no la entendería.

Pero no sólo no entendería, sino que habría perdido el néctar más fino, la miel más dulce, el más bello tesoro que esta vida podría ofrecer a un hipotético lector. Realmente, quien lee la vida del Dr. Plinio escrita por Mons. Juan Clá, EP, 1 puede allí degustar ese néctar, puede contemplar los diamantes de dolor que brillaron en su vida.

¿Diamantes? ¿Néctar?

Sólo a manera de rápida degustación, que merece ulteriores profundizaciones, recordemos sólo algunos pensamientos del Dr. Plinio acerca del sufrimiento, del sacrificio:

«El sufrimiento trae para el alma una gran paz. Trae también una especie de alegría fundamental, pero una alegría dentro de la hoguera…»

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«La respuesta para la tristeza general del mundo es la alegría del dolor».

«Los momentos de infelicidad de la vida de un hombre, él los debe cultivar como los momentos más sacrales de su vida. Venerar su infelicidad, tratar su alma en las horas de infelicidad con aquel cuidado con que un fiel trata una reliquia».

«El dolor es la puerta de la sabiduría».

No era el Dr. Plinio un faquir, era un esclavo de los designios de la Providencia, que manda sufrimientos, pero también alegrías:

«Sumergido en el infortunio, el hombre debe deleitarse con los elementos de felicidad proporcionados por la Providencia Divina», decía él.

«El mundo contemporáneo es hijo pródigo de la bendita ruta del dolor»: Afirmaba el Dr. Plinio que Occidente es como el Hijo pródigo. Después de haber vivido en las castas delicias de la Casa Paterna, en la Civilización Cristiana, pidió su herencia y dijo a la Iglesia: ‘No quiero tener que ver nada más contigo’. Y en la ciudad del pecado dilapidó la herencia, no quería sufrir, sólo quería gozar, y terminó sufriendo lo indecible. Es el caso de preguntar, en el momento en que el mundo sufre en amargura en medio del caos y la anarquía, si él no recuerda con añoranzas la casa paterna, y si no quiere regresar a la casa paterna.

«El diamante es un carbón que, en las tinieblas y bajo la presión de los sufrimientos más atroces, admiró tanto la luz que se transformó en un rayo de sol».

«Yo comprendí que sólo vale el alma que tiene amor al sufrimiento. ¿Por qué? Porque el sufrimiento es desagradable, más en contacto con él, en contacto con la Cruz de Nuestro Señor, el alma se limpia, las blanduras huyen y la rectitud del juicio se restablece, la persona pasa a tener coraje y camina. La fuente de la energía es la cruz».

«La vida humana trae necesariamente para todo mundo grandes sufrimientos. Y en el fondo toda criatura es una gran sufridora, no es gozadora, no existe el gran gozador. El gran gozador es un sufridor que esconde su sufrimiento, que no sólo lo silencia sino que lo disfraza. La vida en el fond es hecha de sufrimientos, y sufrimientos muy grandes».

«Siempre que el hombre busca ávidamente la alegría, nace la tristeza dentro de su alma».

«… vivir en un valle de lágrimas es llorar, llorar es sufrir, sufrir es llevar una vida dura. Por tanto, esta vida es dura. Pero también es verdad que la vida ofrece dulces y suaves compesaciones, desde que la persona sepa procurarlas donde ellas están, desde que la persona sepa encontrarlas cuando ellas pasan por su frente». Decía el Dr. Plinio que alegrías que compensan la dureza de la vida son las alegrías de la inocencia, de la contemplación de las maravillas de Dios en la creación, «de la sabiduría, las cosas de la fe, las cosas de la virtud», que no decepcionan nunca. Pero que esas alegrías no son contrarias a la cruz, sino que son deleitables cuando se asume el dolor de la vida.

«La alegría es un don de Dios. Cuando motivada por razones justas, ella nos predispone a amar a Dios aún más, y hace pensar cómo será nuestra eterna permanencia en la mansión celeste, donde ninguna aprehensión se establecerá en nuestra alegría perfecta. Pero algo hay en esta tierra por donde el dolor es intrínsecamente más respetable que la alegría. Cuando dos personas de igual dignidad se presentan, una de luto… luto pesado, y otra en trajes que expresa alegría, instintivamente damos precedencia a la que está de luto. El hombre concebido en el pecado original no puede tener una buena alegría sin tristeza: la buena alegría lo deteriora, si no contuviese tristeza. Y, por otro lado, no puede tener buena tristeza si no tuviese alegría».

«La Resurrección tiene alegrías indecibles. No hay duda. Y, de sí, la alegría es más bella que el dolor. De sí lo es, sin duda alguna. Pero cuando el dolor es un holocausto, y cuando el holocausto es un despedazarse en amor a Dios… ¡esto es más bello!».

Por Saúl Castiblanco

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