Redacción (Domingo, 30-06-2019, Gaudium Press) Dirigiéndose a las aldeas de Cesarea de Filipo, en el camino, Jesús Nuestro Señor, pregunta a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?». Pedro, impetuoso como siempre, iluminado por Dios en su entendimiento, le manifiesta: «Tú eres el Cristo» (Mc 8, 27); «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 13-20); «El Cristo de Dios» (Lc 9, 18)), según nos relatan los tres evangelistas sinópticos.
Jesús le expresa que es bienaventurado, que eso no se lo ha revelado sino «mi Padre, que está en los cielos». Y volviéndose a Simón le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,17). A la decidida confesión de Pedro, Jesús lo hace Pastor de su rebaño.
El nombre «Pétros» no existía como nombre propio ni en griego ni en latín. Es un nombre nuevo que aparece en la historia. Es el nombre más mencionado, después de Jesús, en los escritos neotestamentarios: 154 veces como Pétros, «piedra», «roca», traducción del nombre arameo que le diera Jesús: Kephas, Cefas (Jn 1, 42). «Pedro será el cimiento de la roca sobre la que se apoyará el edificio de la Iglesia, tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parezca oportuno; por último, podrá atar y desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia. Siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro» (Benedicto XVI, 7-6-2006).
En el primer encuentro que tuvo Jesús con Simón, llevado por su hermano Andrés, el evangelista San Juan nos relata que:
«Jesús, se le quedó mirando y le dijo: tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas», que quiere decir Pedro» (Jn 1,42).
Todo esto nos trae a la memoria la enseñanza del Catecismo cuando nos deparábamos con la pregunta: ¿Cuál es la verdadera Iglesia fundada por Cristo?, a lo que responde: La Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. «La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo, que es una, santa, católica y apostólica» (Catecismo de la Iglesia, 870), gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él.
La Santa Iglesia que es «una», pues sus miembros profesan la misma fe, participan de los mismos sacramentos y obedecen al mismo supremo Jerarca; es decir: unidad de fe, de culto y de gobierno. La unidad es el carácter esencial del cristianismo: un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo.
La Santa Iglesia que es «santa», porque Jesucristo, su líder invisible, es santo; muchos de sus miembros son santos; su fe, su ley, sus sacramentos, son santos. Fuera de él, no puede haber verdadera santidad. La Iglesia visible, el cuerpo de la Iglesia es la sociedad de los pastores y de los fieles. Espiritual y visible, formada por un doble elemento: el divino y el humano. Si bien que Nuestro Señor Jesucristo dejó la libertad de substraerse a la eficacia de su religión, nos advierte que, en el campo, la cizaña crece juntamente con el trigo, la cizaña del pecado se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (Mt 13, 24-30). Es lo que estamos viendo y lo que ha ocurrido a lo largo de la Historia. Aunque abarque en su seno pecadores, la Santa Iglesia es: «ex maculatis immaculata» (inmaculada, aunque compuesta de pecadores).
La Santa Iglesia que es «católica», porque es universal. En todos los tiempos abierta para todos, a fin de que puedan entrar en esta nave de salvación. Jesús dio a sus apóstoles el encargo de predicar el Evangelio a todos los pueblos, con su unidad de doctrina y de gobierno, para que sea la misma en todas partes.
La Santa Iglesia es «apostólica», porque tiene la sucesión auténtica desde los Apóstoles sin interrupción; porque cree y enseña todo lo que los Apóstoles creyeron y enseñaron, y está dirigida y gobernada por sus legítimos sucesores. En concreto: por su origen, doctrina y ministerio.
Esto nos deja claro que, todo el que no sea enviado por ellos no tiene autoridad para predicar la doctrina de Jesucristo. Para que los pastores sean legítimos, deben, por una transmisión sucesiva, recibir sus poderes de los apóstoles y permanecer sujetos al sucesor de Pedro, como los apóstoles lo estuvieron al mismo Pedro. La verdadera Iglesia reconoce al Obispo de Roma como cabeza, sucesor de San Pedro.
La Santa Iglesia que es «romana», porque, solo en ella hallamos estas cuatro notas: una, santa, católica y apostólica.
En su caminar a través de dos milenios – con robustez y firmeza – hasta el fin del mundo, con la certeza doctrinaria basada en la Revelación y el soplo del Espíritu Santo, se distingue de tantas sociedades y sectas fundadas por los hombres que no poseen estas cuatro marcas.
Considerado uno de los mejores historiadores modernos, el alemán Ludwig von Pastor, de padre luterano y madre católica, bautizado según el rito protestante pero que, al morir su padre, se educó en la Religión Católica, escribió la grandiosa obra «La Historia de los Papas», cuya traducción al español consta de 39 volúmenes. El Papa León XIII le concedió un permiso todo especial de acceder a los archivos de la Biblioteca Vaticana (1881). Destaca el autor que la Iglesia fundada por Dios es constituida por hombres y que, las deficiencias, no afectan a la sustancialidad y el valor sacro de la institución.
Estos pensamientos se encuentran con el paganizado mundo de hoy, en el que se siente, en el decir de San Juan Pablo II, que los «signos del Evangelio se van atenuando» (4-12-2003), los corazones de los hombres son atropellados por mil atractivos que los separan del cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios y que los alejan del arca de salvación que es la Santa Iglesia. Las consecuencias están a la vista, el mundo camina para una barbarie, en el que, por haberse perdido el auténtico amor a Dios, poco importa el amor al prójimo.
Un articulista, hace pocas semanas, habla del «diversificado mercado religioso» ofrecido a los hombres de hoy. Ha crecido, no una exclusiva creencia sino múltiples ofertas de una variedad pseudo-religiosa que espanta. La multiplicidad de propuestas queda reflejada en la singularidad de nombres de las «iglesias», con la finalidad de atraer a sus futuros seguidores. Una, en otro país, lleva el singular nombre de «Cumbre mundial de los milagros».
Ni santas ni universales, menos aún que tengan continuidad desde los Apóstoles. En pocas palabras podemos decir que: no forman parte de la «piedra» sobre la cual Nuestro Señor Jesucristo edificó su Iglesia, la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Opciones ofrecidas, para variados gustos y comodidades. No tienen la unidad, ni la santidad, ni la catolicidad, ni la apostolicidad. Es fácil convencerse de esto estudiando su origen, su constitución y su historia. Crecieron, según encuestas, pero el mundo no mejoró. Bajó el porcentaje de católicos y el mundo… empeoró.
Por el P. Fernando Gioia, EP
(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica de El Salvador, 29 de junio de 2019)
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