Redacción (Jueves, 04-07-2019, Gaudium Press) Ayer la Iglesia conmemoró la fiesta de quien Jesús invitó a tocar en sus llagas y a quien Él dijo «Creísteis porque visteis», veamos lo que Nuestra Señora hizo para aquel que, después de tocar el lado herido del Señor, creyó y dijo: «¡Mi Señor y mi Dios!».
– Después de ser elevada a los cielos de cuerpo y alma, reza una piadosa y antigua tradición que la Virgen María habría dejado un regalo al apóstol Santo Tomás.
¿Qué regalo fue ese?
Una Reliquia
Quien, saliendo de Florencia, recorre veinte kilómetros en dirección al noroeste, encuentra a las márgenes del río Bisenzio una ciudad industrial cuyas fábricas le valieron el apodo de «Manchester de Italia». Se trata de Prato.
Esa ciudad, a pesar de la fealdad de sus industrias y de la simplicidad de su nombre, además de haber sido un polo artístico muy afamado de la historia de Toscana, alberga, en su centro viejo, una de las reliquias más resaltantes de la Madre de Dios.
Es bien conocida la historia de Santo Tomás, uno de los doce apóstoles, que por estar ausente cuando la aparición del Señor después de la Resurrección, no quiso en ella creer, a pesar del testimonio de sus compañeros.
Solo ocho días más tarde, cuando Jesús apareció nuevamente a los discípulos, Tomás pudo constatar la verdad, colocando sus dedos en la llaga del Salvador.
Ahí, sí, creyó…
Creyó y cambió de vida
Pasaron los años y Tomás se tornó uno de los Apóstoles más intrépidos, llevando el Evangelio hasta los confines de Persia e India.
Según la bella tradición que llegó hasta nosotros [1], se encontraba él en una de esas lejanas regiones cuando recibió un recado de San Pedro, de que retornase sin demora a Jerusalén, pues María, la Madre del Señor, los dejaría y deseaba antes despedirse de todos.
Emprendió Tomás su vuelta y una vez más llegó atrasado. La Madre de Dios ya había subido a los cielos [2].
Santo Tomás, una vez más llevado por el escepticismo, reluctó en creer en la Asunción de la Santísima Virgen y pidió a San Pedro que abriese el sepulcro, para poder comprobar con sus propios ojos lo ocurrido.
Lirios, Rosas y el Cinto de Nuestra Señora
Atendido su pedido, constató que en el túmulo vacío se encontraban apenas muchos lirios y rosas.
En ese mismo momento, al levantar su vista a los cielos, Tomás vio a Nuestra Señora en la Gloria, que, sonriente, desató el cinto y lo lanzó en sus manos, como símbolo de maternal bendición y protección.
Una reliquia de Nuestra Señora
Este cinto es la reliquia que se venera en la Catedral de Prato.
Llegó de Jerusalén en el año 1141, traído por Michele Dagomari, habitante de la ciudad que estuviera en Tierra Santa. Al comienzo, nadie dio mucha importancia a aquella reliquia de autenticidad no comprobada. Pero en 1173 la Providencia se valió de un hecho extraordinario para que todos la reconociesen como verdadera.
En el día de San Esteban, el patrono de la ciudad, era costumbre colocarse todas las reliquias encima del altar para con ellas bendecir a los enfermos y endemoniados.
En la ocasión, fue expuesta también la caja conteniendo el cinto de Nuestra Señora.
Aproximaron entonces una poseída que, en el momento en que tocó la caja comenzó a afirmar con insistencia que ese cinto era de la Santísima Virgen, y en el mismo instante se vio liberada de su mal.
A partir de ahí se inició el culto público a la sagrada reliquia.
El propio San Francisco de Asís, en 1212, estuvo con sus primeros frailes en Prato para venerarla.
La reliquia es expuesta a la veneración pública cinco veces al año: en la Pascua, en los días 1 de mayo, 15 de agosto, 8 de diciembre y Navidad.
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1 – Es claro que es una tradición que no pertenece al depósito de la fe
2 – La Asunción de María es de fe católica, según la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus
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