Redacción (Martes, 02-11-2009, Gaudium Press) Una discusión tan antigua como el cristianismo es aquella entre fe y razón; menos antigua, y sin embargo no menos intrincada, es la discusión entre ciencia y fe. En realidad ellas se asemejan mucho cuando se piensa que la mayor parte de las veces los polemistas invocan pruebas materiales contra la Revelación divina.
El asunto es complejo, por eso trataremos aquí la discusión sin muchas pretensiones filosóficas, y más a modo de reflexión.
Recientemente, en dos ocasiones, el Papa Benedicto XVI llamó la atención sobre el problema. La primera fue en la Audiencia General del miércoles, 28, cuando reafirmó la necesidad de colaboración entre fe y razón. La segunda fue en el pasado viernes, 30, cuando habló a los participantes de un encuentro promovido por la Specola Vaticana (Instituto de Observaciones Astronómicas de la Santa Sede) con motivo del Año Internacional de Astronomía, que conmemora los 400 años de las observaciones hechas por Galileo Galilei. El Pontífice invitó a todos a mirar el universo con espíritu de quien contempla lo maravilloso, empeñándose en la búsqueda por encima de todo, de la verdad.
La cultura cristiana no disocia entre fe y razón
Contrariamente a lo que muchos afirman o piensan, la cultura cristiana no predica una fe disociada de la razón, sino que propone exactamente lo que dice el Santo Padre, una colaboración mutua, según el programa agustiniano-anselmiano (doctrina enseñada por los santos Agustín y Anselmo) de la fides quaerens intellectum, o sea la fe que busca articularse con la razón. Por lo tanto es natural que el ser humano intente procurar una explicación racional a su creencia.
Entretanto debemos comprender que en esa búsqueda existen limitaciones, que se tornan patentes de forma particular cuando entramos en el campo del misterio. Y es en ese campo que la fe presenta el otro lado de su dimensión, bien explicada por Santo Tomás de Aquino, cuando enseña que ella es un don que viene en auxilio de la razón. Es natural que la criatura no llegue a entender por completo al Creador, pues si así fuese, no sería una criatura, sino un ser de la misma categoría, de la misma grandeza que el Creador. No por eso la Teología deja de profundizar en las verdades de la fe; al contrario, ella intenta cada vez más penetrar en las realidades más enigmáticas, viendo en eso una forma excelente de aproximarse a Dios.
Entretanto la razón tiene unos límites
Reconocer los límites de la razón sin dejar de hacer uso de ella es algo mucho más racional que lo propuesto por Marguerite Yourcenar, escritora belga, cuando afirmó que para solucionar el problema deberíamos suprimir la fe. Según ella, hubo una época en la antigüedad en que el mundo vivía una especie de tranquilidad materialista, ya que «Los dioses estaban muertos y Cristo aún no había venido, por un momento el hombre estuvo solo»…
La verdad es que no debe causar sorpresa ver al creyente, delante de la imponencia de los misterios, inclinarse en actitud de respeto. La mismísima cosa hace el estudioso cuando, delante del misterio de la vida, «entrega los puntos» y reconoce la pequeñez de la ciencia delante del hecho, al final ella no sabe explicar…
Aquel espíritu de contemplación de lo maravilloso del que habla el Papa Benedicto XVI en la búsqueda por la verdad hace recordar la actitud de innúmeros científicos que hacen de sus estudios una búsqueda por la existencia de Dios, o que, durante los mismos, constatan que una naturaleza tan perfecta, una galaxia tan espléndida no podrían existir sin una Causa eficiente.
En la comtemplación y en el uso de la razón se llega al Creador
Así concluyó el Doctor Domenico E. Ravalico cuando escribió su libro «La Creación No es un Mito» (Ed. Paulinas, 1977) La obra discurre con riqueza de detalles sobre el universo existente en el DNA humano, los innúmeros descubrimientos de la ciencia sobre la composición de la célula, etc. Para él, una realidad tan perfecta y tan compleja no podría existir sin el «planeamiento» de una inteligencia superior «n» veces superior a la nuestra.
Por Marcos Antonio Fiorito
Es en eso que consiste justamente para el creyente la belleza de nuestras existencias: criaturas humanas, dotadas de razón, y que no solo por la fe, sino hasta a través de la razón, reconocen que, delante de la grandeza de la creación, formamos parte del conjunto de una obra y un plan que solo encuentra explicación en la esencia de un Dios eterno, puro e infinito.
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