Redacción (Domingo, 18-08-2019, Gaudium Press) El sistema les está quitando espacio a los viejos y a los niños tal vez porque son las dos edades menos productivas de la vida. Hoy lo importante es rentar.
Loables pero infructuosas esas filantrópicas campañas publicitarias que por ahora lo que hacen es ilusionar a una sociedad demasiado consumista que se acostumbró a fingir y vivir de las apariencias. Lo que se está haciendo es insuficiente y no penetra la médula de un problema moral que no es simplemente social o económico, pues ya están apareciendo casas de adultos mayores aprovechando el fenómeno para ofrecer costosos servicios que realmente no van a solucionar mucho.
Viejos, adultos y niños deberían estar bajo el mismo techo, compartir los mismos espacios y sobre todo quererse con la naturalidad que brota de una convivencia normal, sin maquillajes publicitarios cursis y frecuentemente manejando intereses comerciales, egoístas y hasta políticos.
La solución más común hoy día es sacarlos de la casa, venderla, los ancianos para el ancianato y una visita de los hijos al mes.
Justo es reconocer que en los reducidos espacios de las viviendas de hoy y con los esposos trabajando duro fuera de casa, no hay cómo convivir con un anciano ni con un niño que también pronto va a parar a una guardería.
Tal vez los edificios de hoy y los conjuntos residenciales deberían tener una gran área para los viejos y una guardería, para que niños y ancianos estén lo más próximos posible de la vida doméstica familiar y compartan diariamente la mesa, no la TV. Lo que estamos viendo es la absurda moda de tener áreas para perros e incluso una habitación en casa para las mascotas.
Tampoco las escuelas de formación de auxiliares de la vejez y la infancia hacen algo por preparar moralmente los estudiantes de ese noble oficio, que más que profesión es una bella vocación de servicio. El Estado no les exige un pénsum académico a la altura.
¿No demuestra todo esto el fin de la caridad cristiana?
Desde hace un tiempo para acá se han construido edificios y conjuntos residenciales con amplias zonas de recreación e incluso piscinas y gimnasios que algunos de los residentes no usan por no perder estatus: Es el triunfo del arribismo y la pretensión soberbia. La vida inter-residencial en esos lugares se limita a un saludo rápido y no más.
Alguna vez un extranjero en París contaba sorprendido que en un edificio apareció prendida en la cartelera del hall una modesta participación del grado del hijo de uno de los residentes. Al final decía que ponía a disposición y servicio la nueva profesión. Pero incluso esas carteleras ya han desaparecido. Es el sentido cristiano del comedido convivir humano que se ha ido perdiendo ¿No nos estamos dando cuenta que vamos por el camino de la envidia y el desprecio con apariencias de solidaridad convencional?
Ni hablar siquiera de sugerir tímidamente que hayan capillas o un oratorio. ¡Es un atentado contra la libertad religiosa y el laicismo del Estado! Pero al menos sí deberíamos pensar primero en nuestros viejos y niños lo más próximos posible a su propio entorno familiar.
La publicidad -que de instrumento para la promoción del desarrollo económico pasó a ser ya hoy día un medio para difundir cierto tipo de cultura (las más de las veces vulgar e inmoral)- no está tocando la tecla acertada del problema, pues no se trata de demostrar científicamente que la convivencia entre ancianos, adultos y niños es conveniente para el desarrollo emocional, sino que da gloria a Dios, lo satisface, lo pone contento con nosotros y nos hace crecer en el amor sin interés personalista, a no ser la propia salvación eterna de nuestra vida, más allá de esta tierra que cada día se deteriora sin remedio. Y Dios contento con nosotros, nos dará una lluvia de gracias y bendiciones abundante, entre ellas el tal desarrollo emocional.
Hagamos algo por canalizar nuestros mejores afectos y sentimientos a quienes lo merecen, y reducir un poco esos cariños y ternuras a otras criaturas vegetales o animales, pero que no construyen humanidad ni glorifican realmente a Dios, pues andar pendientes de la naturaleza disminuyendo en nuestro corazón el amor abnegado y generoso, sacrificado y agradecido a nuestros viejos y niños, muy probablemente decepciona a nuestro Creador, porque el amor implica ciertas renuncias de nuestra parte a veces mortificantes pero muy satisfactorias, que nos preparan el camino al Cielo donde la convivencia entre unos y otros será eternamente feliz sin reclamos ni desconfianzas ni fastidios.
Por Antonio Borda
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