Redacción (Jueves, 29-08-2019, Gaudium Press) Antes de instituir la Sagrada Eucaristía, Jesús quiso lavar los pies de los Apóstoles a fin de mostrar que debemos tener el alma limpia para poder comulgar.
Sala decorada con distinción y categoría
El Divino Maestro ordenó a los Apóstoles que hiciesen los preparativos para la Pascua, la cual era una festividad muy solemne entre los judíos. Dijo Él a San Pedro y a San Juan Evangelista:
«Id a la ciudad [Jerusalén]. Un hombre cargando una jarra de agua vendrá a vuestro encuentro. Seguidlo y decid al dueño de la casa en que él entre: ‘El Maestro manda decir: ¿dónde está la sala donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?’ Entonces él os mostrará, en el piso de arriba, una gran sala, arreglada con almohadas. ¡Ahí haréis los preparativos para nosotros!
«Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Encontraron todo como Jesús había dicho, y prepararon la Pascua» (Mc 14, 13-16).
Comenta Monseñor João Clá:
«El recinto escogido por el Redentor, como escenario del acto de suma importancia que realizaría, era una amplia sala decorada con distinción y categoría (cf. Lc 22, 12). Bellas alfombras, tejidos, cortinas y requintado mobiliario componían agradablemente el ambiente.
«De acuerdo con la costumbre del tiempo, en los banquetes las mesas eran dispuestas en forma de «U» y los comensales no comían sentados como hoy, sino reclinados en divanes distribuidos al lado externo de la mesa. El lado interno quedaba libre a fin de permitir el servicio. El lugar de honra – que en la ocasión debería ser ocupado por Nuestro Señor – quedaba en el centro. […]
Judas busca a los del Sanedrín para traicionar al Divino Salvador
«San Pedro y San Juan ejecutaron con toda presteza la misión que el Maestro les confiara. Además de providenciar el cordero sin defecto, de un año – el cual se inmolaba en el Templo, después del mediodía, con un rito apropiado a la Pascua -, prepararon también los otros alimentos prescritos por la Ley, tales como los panes ázimos y las hierbas amargas, las cuales representaban los sufrimientos del pueblo hebreo durante el cautiverio en Egipto.
«Siendo Judas Iscariote el responsable por la logística del Colegio Apostólico, le cabía tomar las providencias para la celebración. Sin embargo, la narración de otro Evangelista indica que fueron Pedro y Juan los discípulos a los que Nuestro Señor encargó este trabajo (cf. Lc 22, 8)».
Pero en ese ínterin el infame Judas fue a ver a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, y les ofreció su pérfida contribución para traicionar al Divino Maestro. Le prometieron treinta monedas de plata, «y desde aquel instante, [Judas] buscaba una ocasión favorable para entregar a Jesús» (Mt 26, 16).
«Debéis lavar los pies unos de los otros»
Explica San Juan que, al iniciar la Cena, Nuestro Señor «se sacó el manto, tomó una toalla y la amarró en la cintura. Derramó agua en una latona y comenzó a lavar los pies de los discípulos, secándolos con la toalla con que estaba ceñido.
«Llegó la vez de Simón Pedro. Pedro dijo:
‘Señor, ¿Tú me lavas los pies?’
Respondió Jesús:
‘Ahora no entiendes lo que estoy haciendo; más tarde comprenderás.’
Le dijo Pedro:
‘¡Tú nunca me lavarás los pies!’
Pero Jesús respondió:
‘Si Yo no te lavo, no tendrás parte conmigo’. Simón Pedro dijo: ‘Señor, entonces lava no solamente mis pies, sino también las manos y la cabeza.’
Jesús respondió:
‘Quien ya se bañó no precisa lavar sino los pies, porque ya está todo limpio. También vosotros estáis limpios, pero no todos’.
Jesús sabía quién lo iba entregar; por eso dijo: ‘No todos estáis limpios’.
«Después de haber lavado los pies de los discípulos, Jesús vistió el manto y se sentó de nuevo. Y dijo a los discípulos: ‘¿Comprendéis lo que acabo de hacer? Vosotros me llamáis de Maestro y Señor, y decís bien, pues Yo lo soy. Por tanto, si Yo, el Señor y Maestro, os lavé los pies, también vosotros debéis lavar los pies unos de los otros. Os di el ejemplo, para que hagáis la misma cosa que Yo hice'» (Jn 13, 4-15).
Una blancura divina penetró en el alma de San Pedro
Continúa Monseñor João Clá:
«Debemos llevar en consideración las costumbres orientales de hace dos mil años, bien distintas de las nuestras. En aquel tiempo, era praxis, para manifestar deferencia, los siervos lavar los pies de los invitados, con agua, perfumes y ungüentos, en los banquetes y cenas solemnes. Ahora, eso jamás era hecho por el propio anfitrión. Se trataba de servicio propio a los esclavos.
«En esta Cena, ¿quién era el anfitrión?
«Nada más nada menos que el propio Dios hecho Hombre.»
Nuestro Señor comenzó por San Pedro, como cabeza de los demás Apóstoles.
«¡Podemos imaginar qué debe haber sido sentir los propios pies siendo lavados por la Segunda Persona de la Santísima Trinidad!
«¿No habrá él experimentado también, a medida que las sagradas y adorabilísimas manos de Jesús retiraban el polvo del camino, que todos los pasos dados por esos pies, que no fueron buenos, o fueron quizá pecaminosos, estaban siendo perdonados y una blancura divina penetraba en su alma?
Debemos hacer el papel de siervo unos en relación a los otros
«¿Y nosotros? Si queremos tener parte con Jesús, debemos pedir, como San Pedro, la gracia de ser purificados por entero, o sea, que la preciosísima Sangre del Redentor limpie todas nuestras faltas. […]
«Por más que podamos encontrar dificultades temperamentales o inconveniencias en el relacionamiento con los otros, debemos imitar a Jesús, tratando cada uno de nuestros hermanos como Él trató a Judas en el lava-pies.
«Las relaciones humanas pueden ser, al principio, repletas de alegría y de suavidad, pero luego después acostumbran aparecer los percances, los golpes, las dificultades. Son las contingencias de este valle de lágrimas.
«En esos momentos, debemos acordarnos de la Santa Cena, estando dispuestos a hacer el papel de siervo unos en relación a los otros, a perdonar al hermano al punto de olvidar cualquier disgusto que nos haya dado; en suma, a estimarlo como si viésemos en él la propia figura de Jesús».
Afirma el exegeta Maldonado:
«Cristo ejecutó tal acción o ceremonia con el objetivo de enseñar, por medio de ese simbolismo externo, que los hombres no deben aproximarse de la sacrosanta y divina Eucaristía impuros y manchados».
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Que la Santísima Virgen nos conceda la gracia de no guardar ningún resentimiento contra nuestros hermanos, y tratarlos como Nuestro Señor trató a los Apóstoles.
Por Paulo Francisco Martos
(in Noções de História Sagrada -206)
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CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2014, v. III, p. 424. 426-427.
CLÁ DIAS. Op. cit. 2013, v. VII, p. 317. 319. 322.
MALDONADO, SJ, Juan de. Comentarios a los Cuatro Evangelios. Evangelio de
San Juan. Madrid: BAC, 1954, v. III, p 747-748
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