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Renegar del Cristianismo ahora

Redacción (Viernes, 20-09-2019, Gaudium Press) La persecución abierta y declarada contra Cristo y su Iglesia, siempre ha dado como resultado el afianzamiento de la fe. Un misterioso fenómeno de radicalización, ungido de mansedumbre y disposición al martirio -con certeza acción del Espíritu Santo- ha sido la respuesta contra los persecutores de todos los tiempos, aunque apelen a legalidad manipulada, que no a la legitimidad. Basta repasar un poco la historia, para verificar que esto ha sucedido repetidas veces, en diferentes puntos cardinales del planeta, dejando un saldo de mártires cuyo ejemplo termina sentando un precedente incontestable, y estimulando una resistencia heroica que frecuentemente se trasmite de generación a generación.

La evidencia de esto demuestra que con ese tipo de procedimiento, el mal nunca podrá contra el bien. Ni el comunismo en la URSS, China, Vietnam o Cuba consiguió exterminar completamente el cristianismo, y en resumidas cuentas optó por buscar atraerlo con sonrisas y mascaradas que algunos incautos, oportunistas y acobardados terminaron aceptando las más de las veces auto-engañándose para adormecer la consciencia.

Así que no es muy seguro perseguir un cristiano auténtico -y cuando decimos auténtico decimos católico- porque como decía Miguel Hernández, la casta del buen toro de lidia «se crece en el castigo».

Es que realmente el bautismo y la frecuencia a los sacramentos imprimen un carácter serio en el alma imposible de borrar. Máxime si ya adultos renovamos los votos que por nosotros hicieron los padrinos aquel sublime día de nuestra temprana infancia. San Luis María de Montfort lo tuvo bien claro cuando escribió su «Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María», donde propone consagrarse seriamente a Ella como esclavo de amor, renovando ese día los votos bautismales.

Un bautizado puede dar sorpresas en medio de las persecuciones por más hondo que haya caído y más sumergido esté en el fango de un pecado horroroso. Mientras exista la comunión de los santos, se celebren misas diarias y haya almas que recen o sufran por los pecadores como pidió la Virgen en Fátima, podemos estar seguros que las conversiones repentinas se pueden dar en cualquier momento aún entre los más réprobos y obstinados.

Pero curiosamente esas conversiones son más difíciles e incluso imposibles, entre los tibios y mediocres. Apocalipsis 3,15-16 es de una radicalidad asombrosa con esa gente. Son los que ya se acomodaron completamente en esta vida, juzgan estar dándole una gran limosna a Dios y presumen estar conquistando un espacio para la otra porque no se sienten pecadores contumaces y proclaman a los cuatro vientos que no matan, no roban, no fornican, son fieles esposos y padres ejemplares aunque les importe un pito las persecuciones contra los católicos, la perversión de las legislaciones cada vez más anti-cristianas, las costumbres y las modas inmorales, la pornografía disfrazada de entretenimiento en la TV. Su atención primordial ha sido poco a poco sutilmente desviada hacia otros horizontes más cortos, simples y anodinos donde la gloria de Dios, el triunfo del cristianismo, la iglesia misionera, no es su mayor preocupación.

Como en el hundimiento del Titanic, van buscando lugares donde no los alcance todavía el agua y se sienta menos el mareo de la fatal inclinación del inevitable naufragio.

Forma blanca e imperceptible de ir renegando poco a poco del cristianismo sin ningún remordimiento ni problema de consciencia. Para ellos lo que la Virgen pidió en Fátima no es realmente importante: Ella habló de rezar diariamente el rosario, orar y pedir por la conversión de los pecadores, ofrecer mortificaciones y pequeños sacrificios reparadores por los pecados que se cometen a diario.

Por Antonio Borda

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