viernes, 22 de noviembre de 2024
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El recto uso de la filosofía en la teología según el Papa

Redacción (Jueves, 05-11-2009, Gaudium Press) En la audiencia del miércoles pasado en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI -tras haber concluido el ciclo de análisis sobre los grandes teólogos de la antigüedad-, se ha adentrado en importantes asuntos teológicos con la profundidad y claridad de las que siempre ha hecho gala. En esta ocasión, fueron las relaciones entre el ejercicio de la filosofía y la búsqueda de la verdad teológica, vistos en el contexto de las disputas entre dos grandes figuras medievales, San Bernardo de Claraval y Abelardo.

La búsqueda de la verdad: el recto equilibrio entre la razón y la fe

‘Fides quaerens intellectum’ recordó el Santo Padre. La fe busca la inteligibilidad, mostrando una vez más que fe y razón no están reñidas, pues de manera positiva «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad», según las frases iniciales de la encíclica de Juan Pablo II, `Fides et ratio’.

Efectivamente, como expresa esa misma encíclica, el deseo de conocimiento de la verdad es un ansia puesta por Dios en nuestras almas. El hombre tiene una poderosa aspiración al conocimiento de la verdad absoluta, de la bondad absoluta, y de la belleza absoluta, y no descansa verdaderamente hasta que las encuentra, en el único ‘lugar’ donde las puede hallar, en Dios. «¡Tarde te amé, belleza infinita, tarde te amé! Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva», proclamaba San Agustín, en un suave lamento que era a la vez un sublime canto de victoria, el de aquel que -tras caminos tal vez tortuosos- ha hallado al Creador.

En la búsqueda de la verdad, el hombre se vale de la razón y de la fe, ambas dones de Dios. El Santo Padre recordó en la audiencia del miércoles que si bien razón y fe deben permanecer unidas, puede haber un énfasis sobre una u otra: «San Bernardo, típico representante de la teología monástica, pone el acento sobre la primera parte de la definición, es decir, en la fides – la fe, Abelardo, que es un escolástico, incide sobre la segunda parte, es decir, sobre el intellectus, sobre la comprensión por medio de la razón», afirmó el pontífice.

Sin embargo un énfasis en una o en otra no puede poner en riesgo el necesario equilibrio entre «los que podríamos llamar los principios arquitectónicos que nos han sido dados por la Revelación y que conservan por ello siempre una importancia prioritaria, y los interpretativos sugeridos por la filosofía, es decir, por la razón, y que tienen una función importante, pero sólo instrumental.» Muy importante: según el Papa, los principios interpretativos de la filosofía aplicados a la teología tienen una importante utilidad, pero ella es solo instrumental.

El ‘intelectualismo’

Ese ejercicio instrumental de la filosofía cuando diserta en los campos de la verdad revelada, debe partir del reconocimiento de la grandeza, de la inmensidad, de la profundidad insondable de la fe que nos fue legada por Cristo. En ese sentido, el santo monje de Claraval advertía sobre un uso abusivo de la razón filosófica, que degeneraría en un grave peligro, el intelectualismo: «El ingenio humano se apodera de todo, no dejando ya nada a la fe. Se enfrenta a lo que está por encima de él, escruta lo que le es superior, irrumpe en el mundo de Dios, altera los misterios de la fe, más que iluminarlos; lo que está cerrado y sellado no lo abre, sino que lo erradica, y lo que no encuentra viable lo considera como nada, y rechaza creer en ello».

La certeza íntima de la Fe

Y es que para San Bernardo -en palabras del Papa- «la fe misma está dotada de una íntima certeza fundada en el testimonio de la Escritura y en la enseñanza de los Padres de la Iglesia. La fe además se refuerza por el testimonio de los santos y por la inspiración del Espíritu Santo en el alma de cada creyente.» Es decir, no existe en el monje de Claraval la necesidad indispensable del recurso a la filosofía para que la fe adquiera el carácter de certeza. Ella de por sí lo tiene.

Un ejemplo de un correcto uso de la filosofía en la teología

Entretanto, es ciertamente lejana de la mente de San Bernardo -como de la de cualquier santo de la Iglesia- la idea de la inutilidad de la filosofía en el auxilio de la fe, puesto que la ciencia de la razón ciertamente puede prestar excelentes servicios a la fe. Un claro ejemplo de ello, es la aplicación de los recursos de la psicología (clásicamente vista como parte de la filosofía) al estudio de la inspiración e inerrancia bíblicas, las cuales afirman que los libros sagrados tienen a Dios por autor principal y al escritor sagrado como instrumento en las manos del Creador, y que, siendo Dios el autor de las Escrituras, todo lo allí contenido es verdad, no hay error.

¿Fue creado el Universo en siete días como dice el Génesis? No faltan en el mundo, y algunas son famosas, personas que asumiendo literalmente lo contenido en el primer libro de la Biblia, hacen burla ignorante de la fe cristiana y la califican, entre otros epítetos, como ‘a-científica’, como ‘irracional’. Entretanto, la psicología filosófica clásica nos muestra la legitimidad del empleo de figuras literarias, que pueden no ser verdaderas en sí mismas pero que sirven adecuadamente para ilustrar verdades de fe, que son las que objetivamente quiere afirmar el juicio práctico del hagiógrafo. El hombre tiene un ‘juicio teórico’ y un ‘juicio práctico’. En el empleo del juicio teórico, el hombre analiza la verdad o la falsedad de lo que está considerando. Cuando utiliza su juicio práctico, él puede usar figuras o expresiones, de forma ‘práctica’, para ejemplificar o evidenciar otras realidades (p. ej. verdades de fe), que son las que realmente quiere mostrar o demostrar.

En el caso concreto, el autor del Génesis no quiso hacer un tratado de geología, o de astrofísica, o de cualquier otra ciencia. Quiso él evidenciar altas verdades de la Fe, como por ejemplo, que Dios es el autor del universo. Es el anterior un patente ejemplo de un correcto uso instrumental de la filosofía en el ejercicio de la teología.

Por Saúl Castiblanco

 

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