Roma (Jueves, 03-10-2019, Gaudium Press) El reconocido vaticanista Marco Tosatti publicó ayer en su blog Stilum Curiae, la carta que en italiano le dirije José Manuel Jiménez, Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino de Roma (Angelicum), y también Heraldo del Evangelio.
Foto: Archivo
Bajo el título «Comisariamiento inexplicable – La carta de un canonista» Tosatti introduce las líneas enviadas por Jiménez, que aborda varios de los temas difundidos recientemente por la mídia con ocasión del comisariamiento de esa comunidad, como por ejemplo el de «extraños exorcismos», o un supuesto «culto secreto y extravagante constituido por teorías milenaristas», entre otros.
A continuación la carta, en su versión española:
Estimado Dr. Tossati,
Soy un laico célibe, de 67 años, doctor en Derecho Canónico. Como miembro de la TFP fui, durante años, auxiliar de su fundador, el Dr. Plinio. Hoy continuo mi caminada en los Heraldos del Evangelio. No tengo ningún cargo de gobierno en la institución, pero he podido acompañar de cerca todo el proceso relativo a la Visita Apostólica ordenada por la Santa Sede, haciendo parte, entre otros, de la comisión de especialistas responsables por elaborar el dossier de «Respuesta a las Preguntas Finales» de los visitadores, originadas por acusaciones – carentes de fundamento – de un grupito de ex miembros poco amantes del carisma. En consecuencia, tengo conocimiento de causa.
Escribo el presente testimonio «sponte propria», contradiciendo, debo decirlo, las indicaciones, en vigor entre nosotros, de conservar el silencio. Sin embargo, después de profunda reflexión ante el Señor, me siento con el deber de conciencia de defender mi honra personal y la de tantas almas que quieren, para el bien de la Iglesia, colaborar con el proficuo apostolado de la Asociación.
Desde hace tiempo acompaño su labor, estimado Dr. Tossati, y admiro su coraje. Por ello pienso que sea Vd. la persona más indicada para sacar a la luz pública mi testimonio, el cual ha sido motivado, sobre todo, por la noticia de «Vatican Insider» firmada por Salvatore Cernuzio (29/9/2019): «El Vaticano comisaria los Heraldos del Evangelio, la asociación brasileña de extraños exorcismos, bajo investigación desde 2017» («Il Vaticano commissaria gli Araldi del Vangelo, l’associazione brasiliana degli strani esorcismi sotto indagine dal 2017»).
De hecho, diversos órganos de prensa mundiales han dado noticia inmediatamente del Comisariado de los Heraldos. Esperábamos esas informaciones sensacionalistas o falsas. La desagradable sorpresa ha sido que la reacción más agresiva ha venido de lo que es considerado por muchos como el vehículo oficioso de un cierto sector de la curia, ferviente difusor de misericordia.
¿Cuál será tal motivación? Cui bono, decían los latinos: a quien beneficia? No lo sabemos, pero presentamos algunas pistas.
I) Cuánta carencia…
Comencemos por la palabra inicial del artículo de Cernuzio: «Carencia», haciendo referencia a la que los Heraldos, se supone, sufren. Cualquier cristiano sabe que solo Dios está ausente de «carencia» (S. Tomás, Suma Teológica, I, q. 4, a. 2, co). De cualquier forma, es difícil ver dónde y cómo la Asociación tenga «carencia» de vocaciones, de gobierno o incluso administrativas. Sobre todo si volvemos los ojos al panorama católico de nuestros días, tan lleno de «carencias». Reconozco con honestidad que nadie es juez en causa propia, pero, por otra parte, no podemos negar la verdad pública y reconocida como tal: el declinar de las vocaciones, los problemas de gobierno y administración graves que existen en muchos institutos. Por ejemplo, la hermana nombrada como Auxiliar del Comisario para los Heraldos, es Superiora General de las Hermanas de la Divina Providencia, instituto que hoy cuenta 928 hermanas, contra las 1.411 que hacían parte en 2005. Realmente confiamos en la Divina Providencia para que la reverenda madre nos oriente de modo a evitar que suceda con nosotros lo mismo que les ha sucedido a ellas…
Por otra parte, podemos constatar con tristeza una «carencia», en el artículo de Cernuzio, la de un principio básico de justicia, siempre recogido en el código deontológico periodístico: «audiatur et altera pars» – sea oída también la otra parte. No solo: el «Código de Derecho Canónico» declara (c. 1526) que «onus probandi incumbit ei qui asserit» – la obligación de probar corresponde a quien afirma. De hecho, el juez tiene la obligación de interrogar todas las partes antes de emitir una sentencia (c. 1530): «partes interrogare semper potest, immo debet» – siempre puede interrogar las partes, incluso debe. Cernuzio se ha autonombrado juez, pero «carente» de cualquier competencia jurídica, no ha aplicado al caso los principios de justicia, porque, por cuanto conozco, no ha intentado contactar a ninguno de mis hermanos de vocación.
Después de haber repetido el tema de las supuestas «carencias», Cernuzio intenta exhumar una vieja controversia de supuestos exorcismos, ya ampliamente aclarada – las aclaraciones han sido publicadas en diferentes medios de difusión – a diversos obispos, y al mismo Vaticano con el referido dossier de 572 páginas – acompañado de 42 volúmenes conteniendo 75 anexos, totalizando más de 18.000 páginas de documentos y publicaciones – con explicaciones detalladas sobre este y otros asuntos. En lo referente a los exorcismos el caso ha sido considerado archivado por la autoridad judicial de la diócesis interesada, sin que haya sido constatada ninguna infracción a las reglas canónicas o litúrgicas. Entonces, por qué recalentar los frijoles de esta controversia cerrada? «Res iudicata pro veritate habetur», la sentencia jurídica firme debe ser considerada como una verdad adquirida.
II) «Extraños exorcismos» o prácticas de la Iglesia desde tiempos inmemoriales?
El asunto de los exorcismos incriminados es simple. Básicamente se trataba de «oraciones de liberación», ampliamente difundidas en todo el orbe católico, como previsto en el Ritual Romano: De exorcismis et supplicationibus quibusdam, recomendadas exactamente a laicos y laicas. En los casos en análisis no se trataba de «exorcismos solemnes», actos de culto público de la Iglesia, sino tan sólo de invocaciones ad libitum contra los espíritus de las tinieblas, eficaces en tantos casos ex virtute charismatis; como han hecho, por otra parte, tantos católicos a lo largo de la historia, habiendo sido muchos de ellos canonizados, como Santa Francisca Romana o San Pio de Pietralcina.
En una situación de vejación demoniaca es deber de cualquier cristiano – a fortiori de un sacerdote – procurar el remedio espiritual al alma «carente» de auxilio sobrenatural. Esto otra cosa no es que misericordia: ¿o me engaño? La prueba de la naturalidad de estos hechos emerge de los testimonios de agradecimiento – quiero creer que conservados cuidadosamente en los archivos – enviados a miembros de la institución por parte de tantísimas personas beneficiadas. Si los frutos son buenos, ¿no lo será también el árbol?
III) ¿Culto a una especie de «trinidad» o virtud anexa a la Justicia?
En las páginas de cierta prensa anticatólica brasileña, a la cual viene a juntarse ahora «Vatican Insider», ha venido repitiéndose la manía de confundir la veneración o el respeto en relación al Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, Doña Lucilia, su madre, y Mons. João, con «adoración».
Como es sabido, la objeción contra cualquier clase de culto a hombres y mujeres es de cariz protestante, ya que en el seno de las denominaciones separadas de la Iglesia Católica fue eliminada cualquier veneración o respeto por personas dignas de él, considerándolo como una especie de idolatría, en favor de lo que ellos denominan cristocentrismo bíblico.
No hace falta ser teólogo para darse cuenta de la diferencia entre el respeto y la honra debida a los superiores (ver S. Tomás, Suma Teológica, II-II, q. 102-103) y el culto de latría reservado sólo a Dios. Incluso los paganos honraban las personas consideradas excelentes. Por otra parte no hace falta ser doctor en Derecho Canónico para darse cuenta de la diferencia entre culto público y culto privado. El asunto ha sido claramente elucidado por los Heraldos en diversas publicaciones, y en la citada «Respuesta a las Preguntas Finales» de la Visita Apostólica.
En síntesis, cualquier fiel puede y debe, en virtud de la justicia y del cuarto Mandamiento, considerar digna de respeto las personas detentoras de autoridad o virtuosas, como dice el Apóstol: «Reddite omnibus debita: cui timorem timorem, cui honorem honorem» (Rom 13, 7) – Dad a cada uno lo que es debido: a quien temor temor, a quien honra honra.
Conviene recordar que no es la canonización lo que hace alguien santo, sino que porque uno es santo viene a ser canonizado; y, exactamente, la «fama de santidad» entre el pueblo de Dios es lo que lleva a iniciar el proceso canónico. En este sentido la fama de santidad del Dr. Plinio y, sobre todo, de su madre, Lucilia, se ha extendido mucho más de los círculos de los Heraldos del Evangelio. Es enorme, en efecto, la cantidad de testimonios de gracias obtenidas, tanto materiales como espirituales, por parte de personas de cualquier condición, país o edad.
IV) ¿Milenarismo o profetismo?
Es incluso curioso motejar a los Heraldos como organizadores de una especie de «culto secreto y extravagante constituido por teorías milenaristas que invocan la Virgen de Fátima». Antes de nada no debemos confundir milenarismo con profetismo. En efecto, en 2007, Benedicto XVI dijo, a respecto del mensaje de Fátima, que «es la más profética de todas las apariciones modernas».
En ese mismo año, durante la visita apostólica al Brasil, el Pontífice hizo uso (una de las pocas veces en el magisterio reciente) de la palabra «milenarismo». ¿Con qué finalidad? Para referirse a la Teología de la Liberación, como un milenarismo fácil «una mezcla equivocada entre Iglesia y Política». Como es archi conocido, los Heraldos jamás se han interesado por discusiones políticas. Otras veces el milenarismo ha sido atribuido, como hizo S. Juan Pablo II, a movimientos ligados a New Age, filosofía de vaga matriz gnóstica que goza de simpatía en el seno de diversas congregaciones; jamás entre los Heraldos, como es evidente.
Finalmente, atribuir a los Heraldos el apelativo de «milenarista» es una contradictio in terminis – contradicción de términos. En primer lugar porque, según «Vatican Insider» se encuentran en la estera del movimiento contra-revolucionario. Ahora bien, como se sabe tal movimiento es diametralmente opuesto a la «revolución de masas» entendida como medio para alcanzar el supuesto reino mundano, característico de los movimientos milenaristas.
Los Heraldos, por otra parte, son considerados por Benedicto XVI como la Asociación capaz de frenar la expansión de las sectas, muchas de ellas de matriz milenarista, como indicado por el mismo Ratzinger en su «Rapporto sulla Fede». Esto porque, según él, «la valorización correcta de los mensajes, como el de Fátima, puede ser uno de nuestros modos de respuesta [al crecimiento de las sectas, en particular las caracterizadas por el milenarismo]».
En conclusión, pienso que Cernuzio se ha equivocado rotundamente: según el magisterio reciente de la Iglesia los Heraldos, con su devoción al mensaje profético de Fátima, son una realidad opuesta al milenarismo.
V) Algunas curiosidades para concluir…
Es curioso que Cernuzio afirme que estaba en curso «una profunda investigación que tenía en vista todo el instituto» en ocasión de la renuncia del Fundador, cuando en realidad la visita no había sido ni siquiera anunciada.
Es curioso que el comisariado haya sido decretado (con un error que lo puede invalidar al menos parcialmente) a pesar de la evidencia demostrada de que no existe ningún hecho consistente que justifique tal medida.
Es curioso que un periódico que se supone bien al corriente de los hechos haya omitido una información patente para las autoridades vaticanas, es decir la parcialidad evidente de uno de los visitadores contra los Heraldos. Hechos confirmados por documentos que he podido comprobar personalmente.
Finalmente la noticia de «Vatican News» describe el fundador de los Heraldos como «antiguo miembro de la asociación católico tradicionalista y contra-revolucionaria brasileña TFP». Como todos saben, el fundador de la TFP fue el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, gran líder católico de reputación mundial. Él mismo, en el lejano 1979, desenmascaró las intenciones de cierta ala «avanzada» de la Iglesia, en un libro que ya por el título revela su tenor profético: «Tribalismo indígena, ideal comuno-progresista para la Iglesia del siglo XXI».
En resumidas cuentas, me parece altamente simbólico que algunos de esa facción, herederos de la camaleónica teología de la liberación – hoy, tras extrañas metamorfosis, convertida en una especie de eco-teología – hayan decretado, en la inminencia del Sínodo de Amazonia, sacrificar sobre el altar de la «madre tierra» una institución que tanto por sus orígenes como por su espiritualidad, tiene un vínculo tan estrecho con el Dr. Plinio.
Por detrás de cualesquiera fueren sus intenciones, una cosa creo firmemente: ¡Las obras de Dios son inmortales!
José Manuel Jiménez
Doctor en Derecho Canónico (Angelicum)
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