Redacción (Martes, 08-11-2019, Gaudium Press) Después de haber sudado Sangre en el Huerto de los Olivos y censurado por tres veces los Apóstoles que se dejaron dominar por el sueño, Jesús se deparó con Judas Iscariote, acompañado por una banda de verdugos.
Nada de sumo se hace de repente
El traidor había coordinado con los enemigos de Nuestro Señor una señal: Aquel que él besase era Jesús Nazareno. Se aproximó al Redentor y besó su rostro adorable.
Santiago el Mayor – uno de los tres apóstoles escogidos – «era, por una razón natural de parentesco intencionada por Dios, muy parecido con Nuestro Señor. De manera que, cuando los verdugos tuvieron miedo de equivocarse en la elección y pidieron a Judas indicar quien era, él dijo: ‘Aquel que yo bese, ese es el Hombre'» (cf. Mt 26, 48).
De esa forma abyecta, Judas traicionó al propio Dios. Él representa la figura del traidor. ¡Cuántos traidores de la causa católica existieron y existen hoy! Recordemos apenas dos ejemplos.
Santa Juana d’Arc fue vendida a los ingleses por el Duque de Borgoña, que la entregó a un obispo llamado Cauchon. Este promovió un proceso judicial infame, después del cual la virgen fue quemada viva en una hoguera en plaza pública, en la ciudad francesa de Rouen.
San Pío X denunció y condenó el modernismo. Diversos líderes de esa herejía ocupaban importantes cargos eclesiásticos; eran traidores de la Esposa de Cristo, que pretendían desfigurarla.
Afirma un dictado que nada de sumo se hace de repente. Judas cayó en ese abismo pasando por varias etapas. No quiso mirar de frente a sus defectos que iban aumentándose, y fue siendo alcanzado gradualmente por una ceguera de alma delante del Divino Maestro.
Negación de Pedro
Jesús es preso y conducido al palacio del sumo sacerdote. Mientras Pedro y Juan lo siguen a la distancia, los otros Apóstoles huyen.
Juan consiguió entrar al patio del palacio porque era conocido del sumo sacerdote, pero Pedro quedó del lado de afuera. Juan habló con la portera y llevó a Pedro para dentro.
Entonces la portera le preguntó si no era él discípulo de Jesús. Pedro respondió que no. Esa fue la primera negación de Pedro.
Narra San Juan:
«El sumo sacerdote [Anás] interrogó a Jesús respecto a sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió:
‘Yo hablé abiertamente al mundo. Enseñé siempre en la sinagoga y en el Templo, donde todos los judíos se reúnen. Nada hablé a escondidas. ¿Por qué me interrogas? Pregunta a los que oyeron lo que dije; ellos saben lo que yo dije’.
«Cuando Jesús dijo eso, uno de los guardias que allí estaba le dio una bofetada, diciendo: ‘¿Es así que respondes al sumo sacerdote?’
«Le respondió Jesús: ‘Si respondí mal, muestra en qué; pero, si hablé bien, ¿por qué me pegas?’
«Entonces, Anás envió a Jesús amarrado a Caifás. Simón Pedro continuaba allá, en pie, calentándose. Le dijeron: ‘¿No eres tú, también, uno de los discípulos de Él?’ Pedro negó: ‘¡No!’
«Entonces uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, dijo: ‘¿Será que no te vi en el jardín con Él?’ Nuevamente Pedro negó. Y en la misma hora, el gallo cantó» (Jn 18, 19-27).
Y San Mateo agrega:
«Pedro se acordó que Jesús le había dicho: ‘Antes que el gallo cante, tres veces me negarás.’ Y saliendo de allí, lloró amargamente» (Mt 26, 75).
Según la tradición, San Pedro arrepentido derramó tantas lágrimas a lo largo de su vida que dos surcos se formaron en su rostro.
Una de las partes más expresivas y más nobles del cuerpo humano
Respecto al hecho de haber amarrado las divinas manos del Redentor, comenta el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira:
«¿Por qué, Señor, tanto odio? ¿Por qué tanto miedo, que pareció necesario atar vuestras manos, reducir al silencio vuestra voz, extinguir vuestra vida?
«¿Por qué fue el Buen Jesús maniatado por sus verdugos? ¿Por qué impidieron ellos el movimiento de sus manos, prendiéndolas con duras cuerdas?
«Solo el odio o el temor podrían explicar que así se reduzca a alguien a la inmovilidad o la impotencia. ¿Por qué odiar así estas manos? ¿Por qué temerlas?
«La mano es una de las partes más expresivas y más nobles del cuerpo humano. Cuando los pontífices y los padres bendicen, haciendo con un gesto de mano. Cuando el hombre inocente perseguido se ve saturado de dolores y apela a la justicia divina, es todavía con las manos que él maldice. Y por esto, los hombres besan las manos que hacen el bien y esposan las manos que practican el mal.
«Vuestras manos, Señor Jesús – ahora sangrientas y desfiguradas, entretanto tan bellas y tan dignas -, desde los primeros días de vuestra infancia, ¿quién puede decir, Señor, la gloria que estas manos dieron a Dios, cuando sobre ellas posaron los primeros besos de Nuestra Señora y de San José?
«¿Quién podría decir con cuanta ternura y con cuanto cariño hicieron a María Santísima el primer cariño? ¿Con cuánta piedad se unieron por primera vez en actitud de oración? ¿Y con cuánta fuerza, cuánta nobleza, cuánta humildad, trabajaron en el taller de San José? ¿Manos de Hijo perfecto, que otra cosa no hizo en el hogar sino el bien?
Transformar la cuerda en serpiente
«¿Por qué, Señor, tanto odio? ¿Por qué tanto miedo, que pareció necesario atar vuestras manos, reducir al silencio vuestra voz, extinguir vuestra vida?» Los impíos tenían la ilusión estúpida de que, amarrando a Jesús, Él estaba impedido de reaccionar. En realidad, «bastaría Él decir: ‘Cuerda, rómpete’, que ella caería al piso; o, si quisiese, podría transformarla en serpiente, que atacaría a aquellos malvados.»
«¡Vuestra Iglesia, entretanto, participa de vuestra fuerza interior y puede, en cualquier momento, destruir todos los obstáculos con que la cercan!
«Nuestra esperanza no está en las concesiones, ni en la adaptación a los errores del siglo. ¡Nuestra esperanza está en Vos, Señor! Atended a las súplicas de los justos, que os imploran por medio de María Santísima: ¡Enviad, oh Jesús, vuestro Espíritu, y renovaréis la faz de la Tierra!»
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» – 210)
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Bibliografía
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Divina seriedade de Nosso Senhor. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XXI, n. 240 (março 2018), p. 13.
Idem. O Homem-Deus. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XIII, n. 151 (outubro 2010), p. 21; O Homem-Deus-II. n. 152 (novembro 2010), p. 18.
Idem. O Homem-Deus. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XIII, n. 151 (outubro 2010), p. 21; O Homem-Deus-II. n. 152 (novembro 2010), p. 18.
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