París (Jueves, 10-10-2019, Gaudium Press) La figura del Cardenal Newman, que será canonizado el próximo domingo, aunque muy conocida en el catolicismo anglosajón, cada día gana más conocimiento en el catolicismo universal. La Croix entrevistó al P. Keith Beaumont, sacerdote oratoriano y autor de varias obras sobre el purpurado inglés. Reproducimos algunas de sus afirmaciones.
Para el P. Beaumont, el Cardenal Newman «Newman merece pleno reconocimiento como santo: por su vida, pero también como pensador, escritor y guía espiritual. Al canonizarlo, la Iglesia propone su enseñanza como modelo. Y su canonización es un paso necesario para que sea declarado doctor de la Iglesia, lo que todos los Papas desde Pío XII deseaban».
Acerca de los consejos que daba el purpurado inglés, para el combate espiritual y moral, el P. Beaumont destaca que «Newman plantea un alto estándar moral, pero nunca es moralista. En él, la moral, siempre en relación con la vida espiritual, se concibe como una forma de entrenamiento espiritual. Convencido de que Dios respeta la complejidad de todos, insiste en la importancia del tiempo y el crecimiento en cualquier viaje espiritual, invitando a progresar al propio ritmo. Para él, solo el Espíritu Santo, trabajando en cada uno, puede santificar con la condición de querer ser transformado y santificado. Este abandono espiritual es algo más que un ‘dejarse ir’; el papel de la voluntad es primordial».
¿Cuáles son las fuentes, de donde se nutre el Cardenal Newman para su espiritualidad?
«Newman era un lector voraz de la Escritura: memorizaba pasajes enteros, y en sus sermones citaba la Biblia hasta cincuenta veces. También se nutría en los Padres de la Iglesia: en Oxford, los leía sistemáticamente y se convirtió en uno de los mejores conocedores de su tiempo. El alimentaba una concepción de la vida en la que el cristiano es un hombre ‘que tiene un sentido íntimo de la presencia de Dios en lo más profundo de sí mismo’. También redescubrió una comprensión de la Iglesia como ‘cuerpo místico de Cristo’, más de un siglo antes de la encíclica Mystici corporis (1943), y 130 años antes del Vaticano II. Finalmente, extrajo cosas de su propia experiencia espiritual, lo que le da una gran autenticidad».
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