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El leproso que estableció una sociedad con Jesús

Redacción (Viernes, 11-10-2019, Gaudium Press) Explicando la más profunda intención de Jesucristo al curar diez leprosos, Mons. Juan Clá Días, EP, en su magnífica obra «Lo inédito sobre los Evangelios», señala que lo que el Señor quería era que los curados establecieran una ‘sociedad’ con Él.

Recordemos: Diez leprosos, parias de la sociedad de entonces, se encuentran con Jesús, quien iba de camino a Jerusalén. Tras pedir a gritos al Salvador que los curara, Jesús no los sana en el momento, pero les da la orden de presentarse a los sacerdotes, lo que debía hacerse para registrar la curación, es decir, el Mesías les garantizaba que serían curados. Efectivamente los leprosos se ponen en marcha, y «mientras iban de camino, quedaron limpios» (Lc 17, 14). Pero solo uno de ellos, el único samaritano, es decir, aquel que pertenecía a un pueblo infiel con relación a la tradición mosaica, despreciado por los otros descendientes de Abrahán, sólo ese regresó para darle las gracias.

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A ese, Jesús preguntó: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están?» (Lc 17, 17). Jesús no necesitaba la gratitud de ellos, era Dios. Es cierto que la justicia mandaba la gratitud; pero Jesús, con esas palabras, daba a entender una realidad mucho más profunda.

«Es necesario considerar que, además de la lepra física, padecían ellos también de una lepra moral llamada mundanismo, que los transformaba en ciegos de Dios y los hacía cifrar su felicidad en el prestigio social. El Maestro los curó de la primera para que, en el momento de regresar y agradecer, pudiesen ser curados de la segunda. No obstante, con la ingratitud, habían acentuado todavía más la lepra moral, aunque estuviesen libres de la física. Eso nos debe hacer reflexionar sobre el peligros de ciertas relaciones sociales que no nos aproximan a Jesús. Puede se que en determinado momento tengamos que retribuirle algún don o favor y, tristemente, por dar más valor a las amistades terrenas nos olvidemos de ese deber». 1

Lo que Jesús quería más profundamente no era sólo curarlos, sino que ellos reemplazasen sus relaciones mundanas por relaciones con Él, que estableciesen una sociedad con Él.

«En el extremo opuesto de esta postura [NdelR. la de los ingratos mundanos] se encuentra el décimo leproso, originario de Samaría, región habitada por un pueblo manchado por siglos de infidelidad a la verdadera religión. Una vez recuperada la salud, él no tenía a quién recurrir, y, comprendiendo el gran bien que había recibido, supo buscar la sociedad verdadera. No pidió el perdón de sus pecados, la salvación, o poder entrar en el Reino de los Cielos, ni suplicó como el Buen Ladrón en la cruz: ‘Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino’. (Lc 23, 42). Sin embargo, él agradeció, y, a partir de este acto de gratitud, Jesús lo favoreció con un milagro mayor que la curación de la lepra: el perdón de los pecados». 2

Dos cosas a destacar del anterior texto. El samaritano, pecador también como los otros nueve, no tenía vínculos mundanos que lo ataran a la vida pasada, vínculos mundanos que le impidiesen manifestar la justa gratitud a Aquel que les había hecho el gigantesco bien de curarlos de la horrorosa enfermedad incurable entonces. Y fue con solo acercarse al Salvador para agradecerle, que obtuvo el milagro mayor del perdón de sus pecados, milagro más grande que la curación de la lepra. Muy probablemente se convirtió en discípulo de Jesús.

La curación operada por el Salvador no era sino un camino para que los leprosos se convirtiesen en discípulos suyos, entrasen en ‘sociedad’ con el Señor, no para que restablecieran las relaciones sociales mundanas de otrora. Pero sólo uno, tal vez el más pecador pero no tan mundano, humilde y grato, fue capaz de acceder a lo que sugería la gracia divina.

Aplicación: No seamos ingratos, reconozcamos que todo viene de Dios, agradezcámosle y busquémoslo. No importa que seamos pecadores; restituir a Dios, buscar acercarnos con gratitud a Él, irá operando la maravilla de curarnos de los males más profundos, esos que nos pueden llevan a la condenación, los males del alma.

Por Saúl Castiblanco

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1. Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. Lo Inédito sobre los Evangelios – Vol. VI Comentarios a los Evangelios dominicales Ciclo C – Domingos del Tiempo Ordinario. Libreria Editrice Vaticana – Heraldos del Evangelio. Città del Vaticano. 2012. p. 410

2. Ídem.

 

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