Redacción (Lunes, 21-10-2019, Gaudium Press) Una corresponsalía de París del 7 de octubre para la Folha de S. Paulo en Brasil, informa que la arqueóloga Myléne Pardoen, especializada en acústica, intentará restaurar la sonoridad interior de Notre Dame, perdida por causa del incendio de abril. Trabajo que alegra el corazón y por el que hay que pedir a Nuestra Señora para que todo salga bien, pues esto puede ser lo más difícil de la restauración.
La arqueóloga especialista dice que cada catedral e iglesia tiene su propia acústica singular, lo cual depende de los materiales, espacios e incluso el entorno urbano. Hasta aquí todo muy comprensible. Lo que causa un poco de aprensión es la pérdida del imponderable histórico casi milenario ciertamente sustentado por la presencia angélica, pues también cada iglesia y catedral católica del mundo tiene sus propios ángeles custodios, únicos e irremplazables que son muy probablemente los que dan y sustentan propiamente la acústica de los lugares donde se adora al Dios verdadero. Y que se hayan recogido a los esplendores del Padre Eterno y no regresen sería la mayor pérdida.
Porque para la restauración completa no bastará un buen trabajo técnico y altamente profesional como promete serlo el de la Sra. Pardoen. Ella misma lo confirma cuando dice que escoger los mejores artesanos entre los que ganen la licitación no solamente dependerá del criterio profesional sino también de la política que en todo se mete. Pero más allá de la política -o quizá más acá o antes que ella se inmiscuya- lo importante es el amor con que se debe hacer ese trabajo. Profesionalismo sin dedicación y sacrificios es simple negocio.
No se trata de prestigio y buena paga sino de admiración por algo que no tiene precio monetario ni se puede tasar con nada. El verdadero artesano como el artista no es una persona que vive para el negocio. Ese tipo de alma tan escaso hoy día, es el que debe intentar detectarse y casi siempre son las personalidades más sencillas y humildes del gremio, por lo tanto los más sensibles a la acción de los ángeles que ciertamente asisten a todos los trabajos y actividades diarias de los hombres.
Notre Dame y todas las catedrales de Europa son producto de esa consonancia maravillosa que hubo en la Edad Media entre los artesanos y los ángeles sin la que no se habrían podido elevar esas construcciones. ¿Cómo pudieron hombres tan simples construir algo así? Dicen que preguntó un príncipe moro frente a la catedral de Burgos. No andaban tras dinero ni prestigio, los movía el amor a la grandeza y la voluntad de glorificar a Dios. ¡Qué difícil es entender eso hoy!
El amor a la grandeza y la voluntad de servirla pueden estar perfectamente anidados en el alma de un gran príncipe como de un humilde artesano. Eso fue lo que inspiró que hasta un sencillo puente de piedra sobre un humilde riachuelo en cualquier pequeña aldea de Francia o Inglaterra, estuviera cargado de un imponderable encantador y maravilloso que es precisamente lo que hace de Europa el atractivo para peregrinos y turistas. La naturaleza de ese pequeño continente que es apenas un apéndice de la masa continental euro-asiática, fue en algún momento tan inhóspita y ruda como la de otros continentes del planeta. Las gentes que los poblaban no eran seres extraordinariamente especiales, e incluso sabemos que eran de una barbarie aterradora. Que no fue entrar en contacto con el paganismo despiadado de los romanos lo que los civilizó y los llevó levantar catedrales y castillos sino la predicación del cristianismo y el apostolado de Cluny.
Tuvo que haber algo sobrenatural muy elevado entre los europeos de comienzos de la Edad Media que algunos historiadores pasan de largo sin detenerse a profundizar. De ese fenómeno surgieron esas obras monumentales y cuajadas de imponderables que solamente se pueden ver con el corazón admirado de un auténtico peregrino, mas no con los toscos ojos de cierto tipo de turista sediento apenas de sensaciones e impresiones pasajeras que después quedan sepultadas en el primer MacDonals que encuentra después un tour.
Oír comentarios y propuestas de esta arqueóloga reconforta un poco el alma atribulada por esa tragedia de la que los mismos parisinos fueron testigos impotentes cuando veían arder la bella aguja de Viollet-le-Duc.
¿Regresarán los ángeles de Notre Dame y la angelical acústica albergada entre sus paredes y bóvedas? Caja de resonancia de la piedad de los que la frecuentan con amor, quiera Nuestra Señora Reina de los Ángeles ayudarnos en eso, porque no bastará reconstruir por reconstruir si no se atrae de nuevo el imponderable angélico y divino, la atmósfera de sacralidad y grandeza que allí ha reinado pese a las vicisitudes por las que ha pasado la catedral, auténtico patrimonio cultural de la Europa Cristiana y del mundo y sin la cual ni Paris, ni Francia ni la Cristiandad misma volverán ser lo mismo.
Por Antonio Borda
Deje su Comentario