Redacción (Miércoles, 30-10-2019, Gaudium Press) Pilatos declaró que no había encontrado ninguna culpa en Nuestro Señor. Sin embargo, por miedo de perder su cargo, mandó que el Redentor fuese azotado.
Reparar los pecados de sensualidad
Entonces, los soldados del gobernador romano arrancaron la ropa de Jesús (cf. Mt 27, 28).
Comenta Monseñor Juan Clá:
«Siendo Nuestro Señor Jesucristo el arquetipo de toda la humanidad, su sentido de pudor es el más excelente posible. ¡¿Que debe haber sentido Él en su interior cuando pasó por extremo tan horroroso?! Él permitió tal humillación para reparar los pecados de sensualidad. ¡Cuántos desvíos hay por vanidad, por ostentación en la indumentaria, por extravagancia de las modas!
«Por causa de eso, ¡cuánta pérdida del sentido moral y del pudor! Y nosotros, ¿cómo controlamos nuestra sensualidad? ¿Nos esforzamos por evitar las ocasiones próximas de pecado?»
El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira afirma:
La «vestimenta sagrada [del Divino Salvador] era la túnica inconsútil – que no tiene costura -, la cual había sido tejida por Nuestra Señora, y no tenía ninguna suciedad, pues el Cuerpo divino solo podía irradiar la más blanca limpieza.
«Por un acto de voluntad del Redentor, nada podía manchar esta túnica, y los verdugos la tiraron al suelo, con rabia. El piensa en las manos de Nuestra Señora que la tejieron, pero nada dice: era un dolor más que Nuestro Señor quería sufrir.»
Gemidos de dolor más harmoniosos que los sonidos de cualquier orquestra
Entonces, los verdugos comenzaron a flagelar al Redentor. Los azotes eran hechos de tiras de cuero, provistos de puntas de hierro, fragmentos de huesos o bolas de plomo; rasgaban la piel y las carnes volaban en pedazos.
«Lo llevaron junto a una columna y, ciertamente con bofetadas, empujones, carcajadas, amarraron aquella cuerda que prendía sus manos en alguna argolla de la columna – porque así se hacían las flagelaciones. ¡Y aquellos hombres – que hombres! -, con terribles azotes, comienzan a vencerlo con toda la fuerza, y Él a gemir.
«Podemos imaginar la dulzura, la belleza harmoniosa de ese gemido, aquel Cuerpo santísimo que se contorcía de dolor, por la brutalidad del tormento que estaba sufriendo; pedazos de carne caían al suelo: ¡eran carnes del Hombre-Dios! Su Sangre salvadora corría a borbotones. […]
«Si algunas personas llegasen cerca del lugar donde Jesús estaba siendo flagelado, oirían lancinantes gritos de dolor de Él. Pero esos gritos eran más harmoniosos y más bonitos que los sonidos de cualquier orquesta, más atrayentes que las exclamaciones de cualquier orador, por más famoso que fuese.
«El en aquella púrpura de su Sangre, que brotaba sobre todo su Cuerpo sagrado, era más majestuoso que un rey en la púrpura de su manto real. Los verdugos veían eso y Lo flagelaban porque querían la vulgaridad, la indecencia, la inmoralidad. Entonces más flagelaban, y Jesús gemía.
«Gemía por su Cuerpo sagrado – un hombre gime cuando siente eso -, sin embargo, mucho más por causa de las almas tan malas que lo azotaban, como Él veía lo que sucedería hasta el fin de los siglos Nuestro Señor nos miraría pasando […] indiferentes a los gemidos, a los dolores de Él, y diría: ‘¿Hasta vosotros, a quienes Yo llame a un amor especial? ¡Vosotros oísteis mis gemidos, ¡Me contemplasteis coronado de espinas, como en otros episodios de mi Pasión, y también sois indiferentes!’ Y Jesús dando gritos y gemidos por causa de nuestra indiferencia. […]
«Terminada la flagelación, lo mandaron – los tiempos eran de más pudor que los de hoy – coger la túnica. Con dolores inimaginables debido a los movimientos, Él fue a buscarla y la revistió, sabiendo que iría a comenzar el Vía Crucis. Quiere decir, El entraba en otra secuencia enorme de tormentos de todo orden.»
Sufrió todo con mansedumbre
En determinado momento, los torturadores colocaron en la Sagrada cabeza del Redentor una corona de espinas y un palo en su mano derecha, como cetro (cf. Mt 27, 29). «Y comenzaron a saludarlo: ‘¡Salve, rey de los judíos! ‘ Golpeaban en su cabeza con una vara, escupían a Él y, doblando las rodillas, se prostraban delante de Él» (Mc 15, 18-19).
Esa corona cubría toda la parte superior de la cabeza, como si fueran un casco, y los golpes violentos que golpearon hacían que las espinas penetrasen en ella. Jesús recibió ese indigno trato «con la nobleza y dignidad de un rey».
¿Como necesitaríamos contemplar esa escena?
«Nuestro Señor coronado de espinas debería de ser visto con una forma de majestad, que no sería apenas la majestad del Profeta, habitualmente representada, sino también la majestad del Rey. Y, por lo tanto, con algo que recordaría una invisible corona de Emperador del Sacro Imperio, una dignidad de Emperador del Sacro Imperio, injuriada y cuestionada allí, pero realmente presente. «
«Tres espinas de esa corona sagrada fueron a parar en manos de San Luís IX, Rey de Francia, que para albergarlas debidamente mandó construir uno de los más bellos monumentos del arte medieval y, por lo tanto, de toda la Historia: la Sainte-Chapelle, verdadera caja de cristal con acanalado de granito, donde se celebra el Santo Sacrificio.»
Y Jesús sufrió todos esos horrores por amor a cada uno de nosotros, sin quejarse, como fue profetizado por Isaías: Sicut oves ad occisionem ducetur […], non aperiet os suum – Así como la oveja conducida al matadero […], El no abrió la boca (Is 53, 7).
Es decir, «Él se dejó destrozar, con mansedumbre. De esta mansedumbre nacieron todas las mansedumbres de la Tierra, y con ella la Iglesia conquistó el mundo.
Está escrito: ‘Bienaventurados los mansos, porque poseerán la Tierra’ (Mt 5, 5).»
Por Paulo Francisco Martos
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Bibliografía
CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2013, v. VII, p. 339-340.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O Homem-Deus – II. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XIII, n. 152 (novembro 2010). Divina seriedade de Nosso Senhor. Ano XXI, n. 240 (março 2018), p. 12-13.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Nossa Senhora e a tradição da Igreja. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XVI, n. 185 (agosto 2013), p. 24. Idem. «Tu o dizes. Eu sou Rei!» In revista Dr. Plinio. Ano XVIII, n. 212 (novembro 2015), p. 16.
8- Idem. Conferência. São Paulo. 12-7-1973.
Cf. FILLION, Louis-Claude. La sainte Bible avec commentaires – Évangile selon S. Matthieu. Paris: Lethielleux. 1895, p. 541.
p. cit., p. 543.
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