Madrid (Jueves, 07-10-2019, Gaudium Press) En conferencia en la capital española, el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, Cardenal Robert Sarah, ha pronunciado un aula magistral, sobre Iglesia y educación, bajo el título «La importancia de la educación en la misión de la Iglesia hoy», participando de esa manera en el XXI Congreso de Católicos y Vida Pública realizado en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid.
Foto: Archidiócesis de Sevilla |
El purpurado de Guinea, tras agradecer la presencia de los Cardenales Carlos Osoro, Antonio Cañizares y Antonio María Rouco, se introdujo en el tema estableciendo que la «Iglesia es Mater, pero también es Magistra«:
«Toda madre es educadora, pero no toda educadora es madre», dijo, asegurando que la misión educadora de la Iglesia se realiza con una modalidad maternal.
Constata el Cardenal Sarah, que en los últimos tiempos «algunos en la Iglesia han abandonado el campo de la educación, influidos e impresionados por la crisis de transmisión y por la revolución cultural que hemos conocido en muchos de nuestros países». Y que ello coincide con el deseo de algunos de «que la Iglesia se centrara exclusivamente en el ejercicio de la misericordia, en el trabajo de reducir o incluso erradicar la pobreza, en la acogida de migrantes, en la acogida y acompañamiento de los «heridos de la vida»».
Sin embargo, y aunque los problemas sociales están también en el corazón de las preocupaciones de la Iglesia, también es necesario, y tal vez de forma primordial, «trabajar contra corriente para evitar que tantos hombres y mujeres resulten heridos en sus cuerpos, sus almas, su inteligencia, su afectividad, etc. ¿No es la educación la mejor prevención? Se trata del ejercicio de la justicia y de la misericordia. Entre las siete obras de misericordia espirituales, la tradición menciona: «dar buen consejo al que lo necesita», «enseñar al que no sabe», «corregir a los pecadores». ¿No son estas tareas en las que se reconoce todo padre y pastor?».
El purpurado africano diagnostica la difícil situación de la juventud: «Hoy, muchos de los alumnos de colegios e institutos son desorientados por su propia escuela. En medio de la confusión de ideas, de ideologías, del desorden de información e impresiones que los asaltan por todos lados, ¿cómo pueden lograr cierta unidad y cierta estructura humana sólida en ellos? ¿Cómo hacer que sus capacidades humanas se solidaricen entre sí? Por eso, critican todo, rechazan todo. Muchos jóvenes rechazan toda herencia y todo modelo. Cuestionan la autoridad de una moral que les da la impresión de no ser su contemporánea. Toda autoridad la consideran represiva. En general, el Occidente posmoderno, antiguamente cristiano, ha optado por el abandono sistemático de la herencia moral del cristianismo y de sus raíces cristianas».
La juventud es víctima de la acción deletérea de una «escuela paralela», «que ejerce sobre ella una influencia a menudo más viva y más fuerte. La pluralidad de fuentes de información que siempre han solicitado los jóvenes, ahora es prodigiosa: por ejemplo, la televisión, que presenta debates literarios o científicos, películas, historias de viajes, etc. La gran escuela de los medios de comunicación es un competidor serio y poderoso para la institución escolar».
Un acuario, con buena comida, pero con agua contaminada
Para ilustrar la anterior situación, el Cardenal Sarah propuso una metáfora.
«Pensemos en un acuario con peces. Regularmente se les da comida fresca. Pero el agua del acuario está sucia y es poco saludable. A medida que entra en el cuerpo de los peces, estos, a pesar de la buena comida que se les da regularmente, se envenenan poco a poco y mueren. Algo parecido ocurre en las escuelas y en las universidades. Aunque puede haber estudiantes bien dispuestos y maestros dedicados, hay sustancias en la atmósfera que son tóxicas para la salud del juicio de los estudiantes».
Pero es justamente en esta difícil situación, que se hace cada vez más necesaria la acción educativa de la Madre Iglesia.
«Pío XI afirma que la Iglesia lleva a cabo su misión educativa en todos los campos y defiende firmemente que «es derecho inalienable de la Iglesia, y al mismo tiempo deber suyo inexcusable, vigilar la educación completa de sus hijos, los fieles, en cualquier institución, pública o privada, no solamente en lo referente a la enseñanza religiosa allí dada, sino también en lo relativo a cualquier otra disciplina y plan de estudio, por la conexión que estos pueden tener con la religión y la moral» (Divini illius Magistri, n. 18)».
Dice el purpurado que en la educación está uno «de los nudos de la vida cristiana: el encuentro entre la gracia divina y la naturaleza humana».
La educación cristiana, fundada en el humanismo católico, evita la disyuntiva entre lo que el Cardenal Sarah llama «el naturalismo laicista y el sobrenaturalistmo ‘devoto'».
«El naturalismo siempre desemboca en la negación de la naturaleza humana y las prácticas alienantes. Volveremos sobre ello. El «sobrenaturalismo» designa esta huida fuera del mundo humano como fue deseado y creado por Dios. Este rechazo gnóstico de la condición humana ha sido, además, en la historia el mejor caldo de cultivo para el naturalismo».
El humanismo católico promueve «la verdad de la persona humana», por ejemplo el rico magisterio católico » sobre la dignidad de la mujer, sobre la grandeza y el significado divino de la diferencia entre hombre y mujer, sobre la belleza y la bondad del matrimonio y la familia en el designio divino».
Educación: ciencia y arte práctico
«La educación presupone una concepción sana del ser humano, pero esto no es suficiente para educar. En efecto, la educación es una tarea eminentemente práctica y la práctica no consiste en aplicar automáticamente una doctrina, ¡aunque sea cierta! El eje central de toda educación es que el educado adquiera virtudes morales e intelectuales que le permitan alcanzar su verdadero bien». El objetivo que debe buscar el educador no es que el niño realice sus deseos cualquiera que sean, y tampoco indicarle a todo momento lo que debe hacer. El educador debe entender «que el núcleo del acto educativo es que la persona educada adquiera las virtudes que le permitan desplegar y estructurar su humanidad y su personalidad de acuerdo con la verdad que les es intrínseca. Una educación lograda es aquella en la que el educador, iluminado por la virtud de la prudencia, confía gradualmente la dirección del crecimiento y la maduración humana e interna al educando, de tal manera que este se convierte verdaderamente en actor de su propia realización», explicó el Prefecto.
Es una educación para la libertad, pero para bien obrar en libertad, es decir una libertad que «no puede prescindir de la formación de la conciencia moral, que debe basarse en la objetividad del bien moral (cf. Veritatis splendor)».
Una verdadera autonomía de la libertad, la cual «designa el hecho que debe ser el testimonio de la verdad sobre el bien humano integral, cuyo fundamento último es Dios mismo. Autonomía significa, por tanto, irreductibilidad a cualquier influencia cultural y social que pueda distorsionar la percepción del bien».
Educación que es una orientación hacia el bien, y que da razones para vivir.
«¿Qué importa, en última instancia, que los jóvenes estén altamente educados si no tienen razón para vivir? ¿Qué importa que estén informados de todo si no se forman su juicio y su conciencia, si no saben discernir lo que es sano para el hombre de lo que no lo es, si no han aprendido a ser hombres plenamente libres, leales y conscientes, a controlar sus apetitos, a renunciar a su egoísmo, a reaccionar contra el mal del siglo que es el consumo desenfrenado de todos sus deseos, de cualquier apetito en libertad absoluta y desenfrenada? El educador debe asegurarse que el niño entre en un círculo virtuoso mediante el cual se actualicen sus inclinaciones naturales a lo bueno, a lo justo y a lo verdadero. Estas inclinaciones naturales forman el contenido de lo que se llama ley natural, expresión en la que «natural» no significa infrahumano, sino que, por el contrario, corresponde a la verdad profunda de la humanidad en tanto que humanidad».
La Iglesia, ‘entrometiéndose’ en la educación, no es amenaza de la verdadera libertad: «La autoridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menoscaba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos; no solo porque la libertad de la conciencia no es nunca libertad con respecto a la verdad, sino siempre y solo en la verdad, sino también porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la fe».
Finalizó el Cardenal Sarah sus palabras, manifestando la esperanza de que una vez más la Iglesia sea la salvadora de la civilización: «Como ya ha sido el caso varias veces en la historia, la Iglesia tiene el deber de asumir un papel sustitutivo para compensar el colapso de sectores enteros de la sociedad civil y de las autoridades públicas. ¡Pensemos que en muchos países son los ministerios los que promueven una visión nihilista de la persona humana y un relativismo moral mortal! La Iglesia asume esta función de sustitución a través de todos sus hijos que están presentes en esta magnífica tarea educativa. Más que nunca, los bautizados deben ser conscientes de que la educación está en el corazón de la nueva evangelización. La Iglesia posee tesoros sobre el arte de educar. ¿Nos atrevemos a recurrir a Ella para responder a los desafíos de nuestro tiempo y, sobre todo, para responder a las llamadas de Dios?».
Con información de Infovaticana
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