lunes, 25 de noviembre de 2024
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Buscando a Dios en el arte

Redacción (Jueves, 07-11-2019, Gaudium Press) Una de las maravillas que ha logrado el arte fotográfico es atrapar por ejemplo la mirada de un instante. A veces sin proponérselo el fotógrafo consigue dejar plasmada la mirada alegre o triste, optimista o pesimista, torpe o inteligente de un rostro que la ha mantenido oculta por alguna razón bien personal. Sin embargo los retratistas del siglo XVIII y XIX consiguieron el mismo efecto con la punta florida de un pincel, con la mezcla apropiada de las tintas, con su buen sentido de observación y sobre todo con el movimiento artístico de su mano creativa.

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Lo que hace el esfuerzo atento del pintor mediante los elementos que le sirven para atrapar lo que ve y siente, lo hace ahora una máquina con lentes obturada a tiempo y con precisión por una inteligente mano también artística.

Al Dr. Plinio Corrêa de Oliveira le gustaban más las fotos en blanco y negro. Le parecía que ellas atrapaban más los imponderables del momento. Analizaba el contraste de luces y de sombras incidiendo sobre un rostro, un paisaje o un animal y establecía una relación con el mundo de lo sobrenatural. Algo así como la atmósfera sobrenatural que rodea y empapa todo lo que vemos, era acogido en un instante rapidísimo de tal manera que por poco se podía ver también el ángel de la guarda no solo de las personas sino del lugar. Cualidad que con certeza tenían nuestro primeros padres antes de sucumbir a la infame tentación que los llevó a creer que serían «como dioses».

Lo que hoy hacen espíritus privilegiados de pintores y fotógrafos, era lo más común y corriente en el paraíso terrenal. Nuestra alma, un ente espiritual maravilloso destinado a transformar con su presencia la materia entre la cual fue incorporada por Dios, tenía la capacidad de «arquetipizar» (1), diría el Dr. Plinio, el mundo material, y relacionarlo con el mundo espiritual y el Cielo Empíreo, donde la materia ya está suavemente destilada a grados celestiales como los licores espirituosos que nuestra civilización ha conseguido volatilizar en los aromas y sabores maravillosos de un Benedictine, un Chartreuse, un Cointreau y tantos otros casi todos de origen europeo.

Pero perdida esa facultad paradisiaca, Dios, por aquello del «teotropismo» (2) instintivo del alma humana, se las ingenió para ayudarle a encontrar los elementos e instrumentos que a través del arte lo harían volver otra vez a Él. Primero fue la pintura y hoy día la fotografía artística, que lamentablemente está perdiendo su apetito de lo bello, para buscar cada día lo más sórdido y prosaico de la realidad de este valle de lágrimas y pecados. ¿A qué grados de perversión nos podría llevar un arte pervertido? ¿Y a qué grados de «maravillamiento» angelical nos llevaría un arte fotográfico explorando siempre lo más bello del universo o el fondo del mar?

Así como grandes pintores han logrado sacar del Evangelio con su imaginación escenas de la vida de Jesús y representarlas magistralmente en un lienzo, tal vez algún día la fotografía artística consiga hacernos ver en una tempestad, en una oveja perdida, en un laborioso sembrador, los imponderables de las enseñanzas de Jesús a propósito de esas escenas que Él incluía en su parábolas.

Por Antonio Borda

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(1) Algo así como un neologismo que define la capacidad del alma inocente para elevar naturalmente la realidad visible a consideraciones metafísicas y celestiales.
(2) También un neologismo Pliniano que define la tendencia humana a buscar a Dios así como la planta busca la luz.

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