Redacción (Viernes, 08-11-2019, Gaudium Press) Nadie los quiere a pesar de su expresión un tanto simpática y pacífica. Aunque se les vea muy inquietos y diligentes acabando con todo alrededor -no solo para alimentarse sino para alimentar a los suyos, son realmente una auténtica plaga que sorprendentemente Nuestro Señor no incluyó en las de Egipto.
Los hay negritos, gris oscuro, gris claro y blancos con patitas rosadas. Andan por ahí sin hacer caso a nadie y tienen una habilidad impresionante para esconderse a tiempo. Su mala fama es proverbial seguramente desde antes del diluvio, y es muy probable que se le colaron por voluntad de Dios a Noé en el arca, pues mal habría hecho el buen patriarca en incluir consciente y deliberadamente semejante criaturitas tan dañinas a las que culpan incluso de algunas fobias femeninas.
Sin embargo una más detenida observación nos hace caer en cuenta que su numerosa presencia, puede ser la prueba de que en algún lugar sobreabunda comida con riesgo de descomposición. En la escasez se ausentan y disminuye comprobadamente su fertilidad, lo que rebaja la reproducción y la cantidad. Así que en las comarcas y poblaciones donde se acumula demasiados alimentos -y otras cosas susceptibles de ellos destrozar y convertir en su dieta- los ratones llegan por legiones a instalarse y dedicarse a comer la mayor parte del día y pueden traer la ruina. Pareciera que se pasaran la voz.
Al flautista de Hamelin unos aldeanos le quisieron robar su trabajo en ese pueblito abastado y rico que tenía un grave problema con los ratones. Aunque la venganza fue muy cruel los tacaños habitantes aprendieron la lección: lo prometido es deuda, y nadie hay más exigente para cobrar una promesa, que un niño. Así que para obligarlos honradamente a sostener la palabra dada, el músico se les llevó los niños por el mal ejemplo que les dieron.
Probablemente Dios creó los ratones y los puso a convivir con nosotros para que aprendamos a compartir con el que lo necesita realmente, o de lo contrario los ratones darán cuenta de los excedentes. La avaricia puede ser una causa y origen de la proliferación de ratas, ratones y ratoncillos en un lugar donde se mezquina la comida. Nada más dañino para el alma que apegarse a algo teniendo alrededor al prójimo necesitado. También es cierto que no hay nadie más desapegado de las cosas que un ratón. Hoy están aquí, mañana en otra parte, y se largan con rapidez y sin nostalgias del lugar que abandonan cuando ya no hay nada más que roer. Alguien podrá decir que son unos desagradecidos, pero es que ellos están en otro plan: los pusieron al lado nuestro para traernos una o varias lecciones sobre la vida.
De un gran santo limeño se decía que logró poner «perro, ratón y gato a comer al mismo plato». ¿Será que simplemente la virtud humana los puede sacar corriendo o domesticar?, pues de este santo se sabe que era el Hermano limosnero de su convento y todos los días regresaba cargado de panes, quesos, frutas y otras viandas que en una despensa repleta, pueden ser concurridísimo festín de ratones si no fuera lo pródigo y generoso que con los pobres que acudían al convento. Era el milagroso San Martín de Porres, haciendo rendir el mercado y protegiéndolo de los ratones sin necesidad de gato o trampas para atraparlos. ¿Y cogerlos para qué? Un ratón en cautiverio no presta ningún servicio. Libre, al menos su presencia nos advierte que hay abundancia, desperdicio y…tal vez tacaños en los alrededores como los aldeanos de Hamelin.
Por Antonio Borda
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