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El hombre es, por naturaleza y por vocación, un ser religioso

Redacción (Martes, 19-11-2019, Gaudium Press) El hombre es, por naturaleza y por vocación, un ser religioso. Porque proviene de Dios y hacia él camina, el hombre solo vive una vida plenamente humana si vive libremente su relación con Dios.

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El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en el cual encuentra su felicidad: «Cuando yo esté enteramente en vosotros, nunca más habrá dolor y pruebas; repleta de vosotros por entero, mi vida será verdadera» (San Agust., Conf. 10,28,39). (CATECISMO, 2001: 26)

«El hombre es, por naturaleza y por vocación, un ser religioso» (CATECISMO, 2001: 26). Por naturaleza porque teniendo sed de lo infinito, nunca se satisface enteramente con las criaturas que se le presentan por los sentidos, por ser estas relativas y finitas. El hombre tiene sed natural de algo absoluto y transcendente que lo tome por entero, en todas sus potencias, y en la propia esencia misma de su alma de modo eterno e infinito.

Por vocación, pues si el mismo Dios creó la humanidad con ese instinto que la estimula a buscarlo es porque de hecho desea que lo haga, visto ser propio de la Sabiduría Divina no hacer nada sin una finalidad. Ese deseo de lo absoluto en el hombre constituye, por tanto, un llamado puesto en su propia naturaleza, siendo una señal infalible de su vocación religiosa.

Llevando en consideración lo que fue dicho arriba, se vuelve fácil comprender lo que es afirmado en el párrafo siguiente: «El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en el cual encuentra su felicidad». (CATECISMO, 2001: 26)

Es lo que demuestra a ese respecto Santo Tomás:

La beatitud última y perfecta, no puede estar sino en la visión de la divina esencia, para la evidencia de lo que dos cosas se deben considerar.

La primera es que el hombre no es perfectamente feliz, mientras le resta algo a desear y buscar.

La segunda es que la perfección es relativa a la naturaleza de su objeto. Ahora, el objeto del intelecto es la edad, es decir, la esencia de la cosa, como dice Aristóteles.

Por donde, la perfección del intelecto está en la razón directa de su conocimiento de la esencia de una cosa.

De un intelecto, pues, que conoce la esencia de un efecto sin poder conocer, por él, lo que la causa esencialmente es, no se dice que alcanza la causa en sí misma, aunque pueda, por el efecto, saber si ella existe.

Por donde, permanece naturalmente en el hombre el deseo de también saber lo que es la causa, después de conocido el efecto y de sabido que tiene causa. Y tal deseo es el de admiración y provoca la indagación, como dice Aristóteles. […]

Si, pues, el intelecto humano, conociendo la esencia de un efecto creado, solamente sabe que Dios existe, su perfección aún no alcanzó la causa primera.

Y así, tendrá su perfección por la unión con Dios como el objeto en que solo consiste la beatitud del hombre conforme ya se dijo. (AQUINO, I-II Q. 3, A. 8, REP, 1980: 1057)

Por el P. Alex Barbosa de Brito, EP

 

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