Nagasaki (Martes, 26-11-2019, Gaudium Press) La celebración de la Santa Misa de la Solemnidad de Cristo Rey fue el último acto realizado por el Papa Francisco este domingo 24 en Nagasaki.
Como es conocido, Nagasaki, junto con Hiroshima, eran las dos ciudades japonesas con el mayor número de católicos en la época en que fueron escogidas para protagonizar el holocausto causado por la explosión de las dos primeras bombas atómicas.
Este hecho histórico sirvió de fondo para las reflexiones hechas por Francisco durante su homilía en el Estadio de Baseball de la ciudad.
El Papa recordó a San Pablo Miki y compañeros mártires, que, con coraje, dieron testimonio de fidelidad a la Fe católica y que por eso, deja, con sus compañeros y más millares de mártires japoneses, una herencia espiritual inspiradora para los fieles de hoy.
La homilía del Pontífice partió del versículo evangélico de San Lucas:
«Jesús, acuérdate de mí, cuando estuvieres en tu reino».
Y la invitación de Francisco fue para unir nuestras voces a la voz del Buen Ladrón que fue crucificado con Jesús, que reconoció su realeza y lo proclamó rey.
«En el calvario, muchas voces se callaron y tantas otras se burlaron del crucificado; solo la voz del buen ladrón se levantó en defensa del inocente sufridor, como verdadera y corajuda profesión de fe».
San Dimas, el malhechor, conocido como buen ladrón, entre burlas y humillación, tuvo la fuerza, a pesar de su sufrimiento en la cruz, de levantar su voz y hacer su profesión de fe en Jesús, que le respondió con una promesa:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Por eso, Francisco invitó a los fieles presentes a renovar nuestra fe en Jesucristo, como hizo el buen ladrón.
Calvario: «Hoy estarás conmigo en el paraíso»
«Calvario, lugar de desatino e injusticia, donde impotencia e incomprensión son acompañadas por la murmuración cínica de los burladores, delante de la muerte de un inocente.
Todo eso se torna sublime, gracias a la actitud del buen ladrón, con palabras de esperanza para toda la humanidad «, recordó el Papa.
Las burlas tocan el corazón tornándose compasión.
El pontífice reflexionó con los millares de japoneses allí presentes:
«Estas tierras experimentaron, como pocas, la capacidad destructiva que el ser humano puede llegar. Por eso, como el buen ladrón, vivamos este instante para elevar nuestras voces y hacer nuestra profesión de fe en defensa y al servicio del Señor, el inocente sufridor; acompañemos su suplicio, soledad y abandono, sabiendo que el Padre desea la salvación de todos:
«Hoy estarás conmigo en el paraíso».
Eso ya ocurrió en Japón: ¡es nuestra esperanza!
Francisco recordó, entonces el ejemplo de San Pablo Miki y compañeros:
«Siguiendo sus sendas, queremos caminar en sus huellas profesando, con coraje, que el amor donado, sacrificado y celebrado por Cristo en la cruz, es capaz de vencer todo tipo de odio, egoísmo, ultraje; es capaz de vencer todo el pesimismo indolente o bienestar narcótico, que acaba paralizando todas las buenas acciones y elecciones».
Profesamos nuestra fe en el Dios de los vivos, afirmó el Papa. Cristo está vivo, actúa en medio de nosotros y nos guía rumbo a la plenitud de la vida. ¡Es nuestra esperanza!
Nuestra misión de discípulos misioneros es ser testigos y heraldos del futuro. Por eso, no debemos resignarnos delante del mal, sino ser fermento de su reino: en la familia, el trabajo, la sociedad.
El reino de los cielos es nuestra meta
Según Francisco, «El reino de los cielos es nuestra meta común: una meta que no puede ser alcanzada solo mañana, sino también, a pesar de la indiferencia que circunda y cala tantos de nuestros enfermos, personas con deficiencia, ancianos y excluidos, refugiados y trabajadores extranjeros. Todos son sacramento vivo de Cristo, nuestro rey». (JSG)
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