Redacción (Lunes, 02-12-2019, Gaudium Press) ¿Quién era el Bautista? Era un hombre que «llevaba un vestido de piel de camello, con una corread de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre» (Mt 3, 4). Alguien diría hoy, uno con apariencia de pordiosero.
¿Por qué Dios quiso esto?
Explica Mons. João Scognamiglio Clá Dias, en su magistral obra Lo inédito sobre los Evangelios (1), que «Dios procedió de esta forma para no quitarles a los judíos la posibilidad de adquirir el mérito de la fe, creyendo en la divinidad de Jesús cuando lo viesen personalmente. En efecto, si las exterioridades del heraldo de Cristo correspondiesen a las pompas del ceremonial prestado a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad por la corte celeste, se habría extinguido el estado de prueba de los contemporáneos de Nuestro Señor con relación al misterio de la Encarnación. Por la fuerza de la evidencia, el aspecto esplendoroso de Juan Bautista sería suficiente para concluir que el Maestro por él anunciado era el propio Dios».
Pero también, las pobres exterioridades de San Juan Bautista, nos enseñan algo fundamental, y es que la verdadera grandeza está en el interior.
«Quiso la Providencia enseñarnos que el verdadero valor del hombre está en su interior, aunque muchas veces el mundo no lo reconozca. No fue entre los líderes de la política o de la religión en Israel, cuyos nombres abren el Evangelio de hoy [Lucas], que Dios escogió su Precursor. El elegido para esta misión de importancia impar en la Historia fue un hombre sui generis para las costumbres de la época, sin ningún prestigio social. No obstante, su excelencia sobrenatural lo hizo ultrapasar en grandeza a todos los hombres, según el propio Jesús reveló: ‘En verdad os digo, no surgió entre los nacidos de mujer alguien mayor que Juan Bautista’ (Mt 11, 11) Por tanto, como es propio a la acción divina, también en este caso la Providencia escogió lo que había de mejor». (2)
En otro comentario de la figura de Juan Bautista, Mons. João también profundiza en la expresión de la Escritura «voz que clama en el desierto», referente al Precursor. Dice Monseñor que el desierto, por la ausencia de distracciones, es un lugar propicio a la contemplación y a la unión con el Creador. Por el contrario, el hombre en medio del mundo vive con frecuencia preocupado por las distracciones del mundo, y por ello poco vuelto hacia Dios. En ese sentido, el Bautista se presentaba como un hombre desprovisto de cualquier apariencia mundana, un hombre místico del desierto, un hombre cuyo espíritu era un chorro fortísimo, sin desviación y directo en busca de Dios.
Y esa es la base de cualquier grandeza.
Por Saúl Castiblanco
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1 Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. O inédito sobre os Evangelhos – Comentarios aos Evangelhos dominicais Ano C – Domingos do Advento, Natal, Quaresma e Páscoa. Libreria Editrice Vaticana – Instituto Lumen Sapientiae. Città del Vaticano. 2012. p. 43
2 Ibídem, p. 44.
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