Redacción (Martes, 10-12-2019, Gaudium Press)
Estimado Santa:
No te escribo en esta ocasión para pedirte un regalo: bien sé que no los puedes dar, pues de hecho ni siquiera existes en la realidad real.
Simplemente deseo ser hoy algo de compañía, para que no te sientas tan solo, a pesar de que me considere en la necesidad de esbozar un objetivo cuadro a tu respecto. Por tu bien, para que la realidad no te golpee con desengaños, esos que deprimen aún más.
Debes haber notado que el número de cartas que año tras año te llegan por estos días ha disminuido drástica y progresivamente, y cuando la audiencia disminuye es signo de confianza que decrece. Estás cada vez menos de moda; creo que es algo de lo que ciertamente ya te has percatado y que te aflige.
Gustaría de hacer contigo un balance, revisar estrategias de marketing, buscar los puntos débiles de tu imagen, etc. Pero no quiero ser portavoz de vanas ilusiones, y debo decirte que concluyo tras sesudo análisis que no: no hay nada que hacer.
Imagen obligada de ilusiones en vías de extinción, de cuando la gran mayoría creía que la sociedad de consumo abundante, generosa y eterna traería la felicidad total, es forzoso que tu popularidad decaiga en la medida en que los hombres se desengañan del American Way of Life. No eres tú, Santa: es el descrédito imparable, clamoroso aunque a veces mudo del American Way of Life.
Para que no te deprimas con ello, Santa, es importante una re-configuración de tu autoestima, de la imagen que tienes de ti mismo, y del valor que das a esta imagen. Tal vez en algún momento -movido por los efectos de demasiada publicidad- tu ego creció al punto de haberte creído el símbolo de la ‘nueva’ Navidad, una navidad laica, atea y materialista, que habría dejado de lado esas molestas especulaciones religiosas sobre vida eterna, redención, encarnación y similares. Tal vez hayas creído de ti mismo que sí serías algo como un nuevo ‘mesías’, quien traería al mundo la nueva y verdadera ‘redención’, esa de una fraternidad universal basada en la abundancia de bienes materiales, que allanaría todas las diferencias fundamentales entre los hombres, que establecería un reino de paz, una especie de cielo pero aquí en la tierra. Dejame decirte Santa, que si alguna vez pensaste en ello, no: Tú no eres un mesías, nunca lo fuiste, y no te decepciones por saber que eres sólo lo que eres.
Si el reconocimiento de esas verdades en algo o en mucho te deprime, va aquí mi primer y fundamental consejo: el Mesías ya llegó hace dos mil años, y vino a traer al mundo la verdadera salvación, la verdadera redención. La verdadera felicidad. Es Cristo el Señor, que nació tierno un 25 de diciembre en una gruta de Belén, anunciado y proclamado por los ángeles, de una Virgen Bendita, y que hoy vive en el Cielo como Rey por toda la eternidad. Es Él el verdadero dueño del Cielo y de la Tierra, y más, es el Autor y Dador de todos los bienes espirituales, esos que realmente sacian en el hombre su sed de felicidad. Él es muy justo, pero también muy bondadoso: si alguna vez pensaste en la locura de querer arrebatarle su puesto, arrepiéntete de corazón y pídele humildemente perdón, que Él te ayudará. Si puedes pasar pronto por un confesionario, mejor. Tal vez no es que sea mejor, sino necesario. Ahh, y no dejes de participar de la misa de Navidad, y si puedes de la novena de Navidad.
Mi segundo consejo: Usa la poca popularidad que te va restando, en hacer propaganda de Él. Por ejemplo, podrías comenzar por un cierto cambio de ‘look’: puedes colgar un gran rosario a tu negro cinturón, a la manera de los monjes. Puedes pintar en el trineo un cuadro de una bella Madonna con su Niño Jesús. En el pecho de tu traje rojo, tal vez un prendedor con una imagen obsequiosa del Niño Dios; y sí, por favor, un cambio de gorro, que te hace parecer un perezoso en transe de acostarse. De pronto así, convertido en su anunciador, tu popularidad retome algo de sus cotas.
Santa, si te pones de rodillas ante la cuna de Belén, el Niño Dios te irá aconsejando y ayudando. Así que para adelante, no te deprimas. Pero no olvides lo que te he dicho.
Con afecto, en el Niño Jesús,
Un cristiano que aún sigue en proceso de conversión, y que confía en el Niño Dios
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