Redacción (Viernes, 20-12-2019, Gaudium Press) Por lo que dice Pierre Claudel (1), nadie hizo sufrir más a Santa Bernardita que algunas de las monjas de su propia comunidad, las distinguidas «Damas de la caridad» de Nevers. Allí padeció ella trece años de enfermedad y desprecio hasta que murió a los 35 años de edad.
Pero Claudel no las culpa del todo. Las superioras del convento eran mujeres de alta alcurnia y buen roce social, provenientes de familias de burguesía acomodada y de pequeña nobleza, sobrevivientes de los avatares de la revolución francesa, de la era napoleónica y de la restauración monárquica un tanto agraviadas y resentidas ellas y sus familias por el liberalismo igualitario que desordenó la sociedad de Francia de aquellos tiempos. Santa Bernardita les parecía demasiado rústica a pesar de ser evidente que las entrevistas con María en Masabielle la ennoblecieron y refinaron sus modales. Sin embargo las Damas de la Caridad mantenían todavía muy guardado en el fondo de su corazón cierto tipo de prejuicios atávicos, pues también era verdad que no eran santas y apenas recorrían el camino de la virtud, sin muchas consolaciones espirituales en un ambiente religioso nacional que deformó tremendamente la auténtica caridad cristiana.
Claudel afirma que solamente después de muerta y exhumado su cuerpecito incorrupto en 1933, llegaron a convencerse que ella fue una santa mártir, una víctima expiatoria de sus tres secretos y del «Gran Pecador» que nunca reveló a nadie.
¿Quién podía ser ese «Gran Pecador» por el cual ella se inmolaba? Alguna vez se le preguntó si no le revelaría ese secreto al propio Papa. Con su característico sentido común respondió que la Virgen le había dicho que a ninguna persona, y que el Papa era una persona. Otra vez, ya en los días de su dolorosa agonía, ardiendo de fiebre y tosiendo sangre, la oyeron decir que ese sufrimiento lo ofrecía en reparación por el «Gran pecador». La hermana que la asistía le preguntó en el acto y muy interesada quién era ese personaje, Santa Bernardita se puso el dedo en la boca y dijo que la Virgen lo sabía bien.
Lo cierto y definitivo, y que no admite conjeturas, es que todas esas revelaciones que Nuestra Señora le hizo, se fueron con Santa Bernardita otra vez para el Cielo.
Lourdes todavía hoy sigue siendo un misterio, y ese es precisamente el tema del libro de Claudel. Misterio porque no puede ser que esas apariciones a esa inocente niña, hayan sido solamente para hacer brotar una maravillosa fuente curativa y sanar enfermos que -por lo que hasta hoy se sabe- van apenas 64 comprobados e indiscutibles en más de 160 años y con cientos de miles de peregrinos dolientes que han visitado el lugar, se han bañado en las aguas y han rezado intensamente por su curación.
Muchos de los sanados son franceses. Los extranjeros (excepto Belgas) escasamente pasan la decena. El comité médico creado desde 1858 ha registrado más de seis mil curaciones de las cuales la gran mayoría son inexplicables para la medicina, pero la Iglesia solamente ha considerado apenas a sesenta y cuatro como milagros reales. Sin embargo -todo mundo lo dice- el gran milagro es esa resignación, esa fe fortalecida, esa esperanza que no se quiebra con la que regresan los dolientes no curados.
Pierre Claudel inscribe las apariciones en el marco de una época que sin duda alguna fue decisiva para Francia, Europa, el mundo, y por supuesto para la Iglesia: En 1858 se está en pleno pontificado del beato Pío IX, el más largo de la historia y el más odiado por el liberalismo con excepción del de San Pío X misteriosamente muerto casi repentinamente en el propio Vaticano. Son los tiempos de la mayor humillación de la Iglesia con el arrebatamiento injusto y agresivo de los Estados Pontificios, la persecución personal al Papa con la intención de matarlo y finalmente su forzada auto-declaración de prisionero dentro de los muros del Vaticano, dificultando las peregrinaciones, las consultas y las audiencias.
La agitación política crecía con el marxismo polarizando los descontentos en un mundo que se había declarado idólatra del progreso científico y tecnológico de la época, convencido que la «superstición» religiosa por fin se acabaría ya definitivamente y para siempre, sentando las bases del socialismo internacional en sus dos versiones: el fabiano y el violento, las mismas pinzas de la misma tenaza que todavía hoy padecemos de acuerdo al esquema de Hegel y de la Teología de la Liberación, para trasbordar ideológicamente a la opinión pública mundial.
El cuadro sociocultural, político y económico todavía puede ser mucho más amplio: Freud, por ejemplo, y su satánica revolución neurológica. Las negras ideas de Rosa Luxemburgo y su feminismo radical y provocador. A más de los inventos y descubrimientos que cada día cautivaban más la opinión pública a través de los periódicos de la época, y con los cuales terminó esclavizada a la prensa y de paso destruido el medio ambiente. También entra la infame traición de Napoleón III y su política ‘falsa-derecha’ que terminaría en los calculados desastres para la Cristiandad que se conocen.
Así que Claudel hace muy bien en recordarnos que Lourdes no es simplemente una aparición para curar misericordiosamente enfermos -que los ha curado sin duda- sino algo que va más allá, pasando obviamente por la inmolación de una víctima inocente maravillosa y «molida como un grano de trigo», según algunas de sus últimas palabras: «Nunca me imaginé que sufriría así», y a la que el nefasto Émile Zolá trató de ridiculizar y difamar diabólicamente.
A lo que parece Santa Bernardita estaba preparada por Nuestra Señora para entregarse enteramente a la terrible probación espiritual y material que padeció. Pero de verdad que nunca se imaginó que fuera así de terrible. Cabe esperar que -no se sabe por qué comprobado poder misterioso de la gracia- sepamos algún día por quién y quiénes se sacrificó ella de esa manera tan horrenda ante la indiferencia de algunas de sus hermanas de comunidad, y todavía hoy ignorada completamente por la gente que no piensa sino en el agua milagrosa de la fuente, o lo que es más triste, en las estaciones de esquí y en los hoteles de los pirineos, con lo cual no son de sorprender las periódicas furiosas subidas de agua del señorial Gave.
Por Antonio Borda
(1) Pierre Claudel, El Misterio de Lourdes, Ed. Juventud, Barcelona, 1958, Pags. 150 ss.
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