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"En una noche como esta nació Cristo"

Redacción (Martes, 24-12-2019, Gaudium Press)

Pasan los años, corren los siglos, como nubes nacen y se disipan los pueblos. Por dedo divino hay un mapa trazado, ¡mira hacia arriba!, permanece el firmamento.

Tienen sus ciclos los astros, y así también la historia de los hombres, que parece repetirse. Mira de vuelta a las estrellas, hay un camino trazado, y en su solemne marcha cumplen un misterioso designio.

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Pero así como en nuestra historia, cuando el hombre decaído, con su mirada fija en los bienes terrenales, no es más capaz de encontrar el camino, aparece una espléndida estrella, luz de profetismo, para indicar el rumbo, iluminar el entendimiento, consolarnos y llevarnos por fin a nuestro altísimo destino.

«En una noche como esta nació Cristo»

Especial semejanza tiene la noche de nuestra época a aquella en que llegó el esperado de las naciones, en la plenitud de los tiempos. Muchos lo sabían, las profecías eran claras, está por llegar el Mesías, para salvar a su pueblo. La luz brilló en las tinieblas, y estas no le recibieron.

Muchos sacerdotes y escribas ya no servían al Dios verdadero, y la religión profanada se alió a Herodes para intentar apagar esa luz recién nacida.

Le explican las profecías al usurpador del trono de Judá, no para ir con él a glorificar a Dios, si no para destruirlo, logrando solo que el rey infanticida, delirando de soberbia al no conseguir su siniestro objetivo, haga correr la sangre de los inocentes, de los más indefensos, profanando la vida en su inicio, cinismo y perversidad sin limites.

«En una noche como esta nació Cristo»

Era fría esa noche, pero más fríos y duros eran los corazones de los habitantes de Belén, que así como muchos hoy en día, no tienen más espacio en su corazón saturado de egoísmo, mundanismo y vanidades, para recibir a la Sagrada Familia.

Y así como en aquella hora, los ángeles van a buscar aquellos que están separados de la sociedad pervertida, y en las montañas encuentran hombres sencillos e incontaminados, humildes pastores, y les invitan para que vayan a glorificar a Dios. ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!

Pero como sabiamente puntualizó Santa Edith Stein:» No todos tienen buena voluntad. Las tinieblas cubrían la tierra y Él vino como la luz que alumbra las tinieblas, pero las tinieblas no le recibieron. A aquellos que lo recibieron, les trajo la luz y la paz: la paz con el Padre celestial, la paz con todos aquellos que son hijos de la luz, y la profunda e íntima paz del corazón ¡pero no la paz con los hijos de las tinieblas!. El Príncipe de la paz no les trae a ellos la paz, si no la espada. Para ellos es piedra de escándalo, contra la cual chocan y se estrellan.» (Santa Teresa Benedicta de la Cruz, El misterio de la Navidad, en Obras 377-378)

«En una noche como esta nació Cristo»

Noche de Paz, noche de amor. Amor absoluto que se revela en la humillación de un Dios que se hace hombre y víctima. El Señor de los ejércitos que se hace un frágil niño, misterio inefable, dando así el más duro golpe al mal que jamás se haya dado o se dará.

Paz que el Señor consigue para sus fieles siervos entrando de lleno en el combate y declarando: ¡Guerra a los infiernos! Así ese niño encantador es al mismo tiempo espada de doble filo que divide buenos y malos en todos los tiempos.

El niño crecerá y los hijos de las tinieblas contra Él van a conspirar, y con juicio infame por antonomasia lo llevarán a crucificar. El cielo se oscureció, la faz de la tierra se cubrió de luto.

«En una noche como esta el que por amor vino al mundo, por amor se entregó a la muerte»

El Cuerpo Místico que es la Iglesia, los mismo pasos que su cabeza que es Cristo dará.

Cuando el cielo amenazante, se oscurece de nuevo, la naturaleza indignada se hace mostrar, pues en la persecución a la Iglesia una vez más han crucificado al Señor. No tengamos miedo y al lado de María, junto a la cruz estemos, con el corazón traspasado de dolor, pero lleno de esperanza, de Certeza de la Victoria.

Nunca olvidemos que ese Niño frágil y cautivador, es el Dios invicto en las batallas, guerrero siempre victorioso.

Y así como después de aquella noche en que Jesús estuvo en el sepulcro, en la aurora se verán, las luces más gloriosas y bellas de la historia. Ya se hacen ver en el horizonte los primeros rayos, la victoria final, la Resurrección vendrá.

Esta noche junto al pesebre queremos implorar, venga a nosotros tu Reino.

¡Reino de Jesús, María y José! Amén.

Por el Hno. Santiago Vieto E.P

 

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