Redacción (Viernes, 27-12-2019, Gaudium Press) Aunque no conozca ninguna descripción a ese respecto, yo imagino que en la noche de Navidad Nuestra Señora y San José celebrasen el aniversario del Niño Jesús.
¿Un día tan grandioso, donde los propios Ángeles cantaron «Gloria a Dios en lo más alto del cielo y paz en la tierra a los hombres por Él amados», no sería festejado por la Sagrada Familia?
Imaginemos al Niño Jesús a los dos años de edad, acostado en su camita, y Nuestra Señora y San José aproximándose para adorarlo, a medianoche del día 24.
En cierto momento, el Niño se despierta y abre los ojos. ¡Qué mirada! Abriendo los brazos para ambos, Él los abraza y los besa.
Así debía ser esta santa noche hasta la primera Navidad en la cual San José no estaba más presente. Ciertamente, desde el Limbo él conmemoraba y rezaba.
Pero, ¿quién sabe si el propio San José no se aparecía en esos momentos para llenar el vacío de su ausencia?
¿Durante los tres años de su vida pública, Nuestro Señor habrá pasado la Navidad lejos de su Madre Santísima?
Si así fue, Ella estaría sola -acompañada apenas por los Ángeles que, extasiados, la veían rezar-, entregada a los recuerdos pasados y a las previsiones futuras.
A pesar de eso, la alegría navideña penetraba en su alma, y María tenía una Navidad feliz.
Después de la Ascención
Después de la Ascensión, no estando más Nuestro Señor presente, la Iglesia -que todavía pequeñita crecía como una plantita- cada año convertía la Navidad en algo más bello y sagrado, introduciendo una nueva ceremonia, un nuevo ritual.
Navidad sin Nuestra Señora
Y después de la asunción de María…
Con la subida de Nuestra Señora al Cielo, comenzó la larga serie de las Navidades en que, de modo visible, ninguno de los miembros de la Sagrada Familia estaba más presente.
Así, se va caminando por las vías -a veces dolorosas, a veces esplendorosas- de la Historia, hasta la última Navidad…
¿Habrá la Última Navidad de la Historia?
¿Cómo será la última Navidad de la Historia?
Se puede imaginarla poco antes del fin del mundo: toda la humanidad perdida, el pecado campeando en el mundo, y un pequeño grupo de fieles que todavía celebran la Navidad.
Tal vez haya hasta una contra-Navidad, hecho de blasfemias, inmundicias y oprobios de toda orden.
Sin embargo, esa contra-Navidad no quitará la alegría de un puñadito de fieles que estarán asistiendo a una Misa.
¿En qué catacumba sería celebrada esa Misa?
¿Debajo de la tierra o en un cuartito apretado del 200º piso de un predio?
De cualquier forma, sea donde sea, lo mismo pasará: un vacío en el curso del dolor es abierto, y surge una alegría: ¡Jesús nació, nació en Belén!
Después de darse las últimas catástrofes y todos los hombres mueran, una voz fuerte clamando a todos a la resurrección.
Las sepulturas se abren, de todas partes salen muertos que resucitan y se presentan.
En esta ocasión, una vez más Nuestro Señor Jesucristo vendrá visiblemente a la Tierra, en pompa y majestad, para juzgar a los vivos y los muertos.
¡La Historia estará terminada! ¡El Cielo será, entonces, una perpetua Navidad, una perpetua felicidad!
Por Plinio Corrêa de Oliveira
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